Por Michael Spence
Project Syndicate
El huracán ocurrido la semana pasada en el litoral oriental de Estados Unidos (durante el cual yo me encontraba en el sur de Manhattan) se suma a una creciente serie de fenómenos meteorológicos extremos de los cuales se deben aprender lecciones (lessons should be drawn). Desde hace ya mucho tiempo atrás los expertos en clima han sostenido que tanto la frecuencia como la magnitud de tales eventos están en aumento, y los hechos que evidencian esta situación deberían, sin duda, influir en las medidas de precaución – y deberían conducirnos a revisar tales medidas con regularidad.
Project Syndicate
El huracán ocurrido la semana pasada en el litoral oriental de Estados Unidos (durante el cual yo me encontraba en el sur de Manhattan) se suma a una creciente serie de fenómenos meteorológicos extremos de los cuales se deben aprender lecciones (lessons should be drawn). Desde hace ya mucho tiempo atrás los expertos en clima han sostenido que tanto la frecuencia como la magnitud de tales eventos están en aumento, y los hechos que evidencian esta situación deberían, sin duda, influir en las medidas de precaución – y deberían conducirnos a revisar tales medidas con regularidad.
Hay
dos componentes distintos y cruciales en el ámbito de la preparación
para casos de desastre. De manera comprensible, el que recibe la mayor
atención es la capacidad para montar una respuesta rápida y eficaz. Tal
capacidad siempre será necesaria, y pocos dudan de su importancia.
Cuando está ausente o es deficiente, la pérdida de vidas y de medios de
subsistencia puede ser horrible – como ejemplo patente se tiene al
Huracán Katrina que devastó a Nueva Orleans y Haití en el año 2005.
El
segundo componente está formado por las inversiones que minimizan el
daño a la economía que se espera sufrir. Este aspecto de la preparación
general recibe mucha menos atención.