Por Susan George
El modelo económico que defienden las élites está más basado en la fe ciega que en la racionalidad, lo que debe reflejarse en nuestra resistencia al mismo
El informe del Grupo Euromemorandum, publicado recientemente, es tanto un análisis como un conjunto de propuestas particularmente importante y minucioso en lo que se refiere a reparar años de daño autoinfligido en la Eurozona. Su voz, aunque bienvenida, no es la única de un coro que ha llegado a ser potente.
Muchos expertos prestigiosos, como el premio Nobel Paul Krugman, Martin Wolf del Financial Times e innumerables ONG cantan con la misma partitura. Esta amplia coalición ha propuesto alternativas válidas y convergentes basadas tanto en la historia como en el sentido común.
Pero seamos honestos. Ninguna de las propuestas razonables y factibles de este consenso, trabajado desde el centroizquierda a los radicales veteranos, está encima de la mesa. Los gobiernos, el FMI e instituciones como la Comisión Europea y el Banco Central Europeo no sólo no las están discutiendo o implementando, sino que ni siquiera las leen. Esta cruda verdad debería darnos una pista con respecto a lo que sucede realmente.
No es de la economía de lo que hablamos. Hablamos de religión, de la religión del fuego eterno. No había ninguna razón económica para permitir que la suspensión de pagos griega, aparente o real, socavara y posiblemente destruyera 50 años de construcción europea. Grecia no representa más que el 3% de la economía europea. Sin embargo, en vez de obligar y ayudar a Grecia a corregir las evidentes anomalías económicas, lo que incluye un presupuesto militar inflado y ningún ingreso por vía de impuestos procedente de la Iglesia o los ricos, se impuso un escenario de obra de teatro medieval con moralina.
Las políticas de austeridad impuestas en todas partes son tan dogmáticas como cualquier dogma inventado por Calvino o el papa. No importa que las doctrinas recetadas no funcionen. No se trata de que funcionen si “funcionar” significa que se beneficie la gran mayoría de los pueblos europeos. Los mandamientos recetados deben aplicarse cualesquiera que sean las consecuencias: de acuerdo con las repetidas advertencias de sus adversarios, una recesión en toda regla y la más que probable destrucción de las notables, aunque deficientes, conquistas de la posguerra.
El modelo económico que defienden las élites está más basado en la fe ciega que en la racionalidad, lo que debe reflejarse en nuestra resistencia al mismo
El informe del Grupo Euromemorandum, publicado recientemente, es tanto un análisis como un conjunto de propuestas particularmente importante y minucioso en lo que se refiere a reparar años de daño autoinfligido en la Eurozona. Su voz, aunque bienvenida, no es la única de un coro que ha llegado a ser potente.
Muchos expertos prestigiosos, como el premio Nobel Paul Krugman, Martin Wolf del Financial Times e innumerables ONG cantan con la misma partitura. Esta amplia coalición ha propuesto alternativas válidas y convergentes basadas tanto en la historia como en el sentido común.
Pero seamos honestos. Ninguna de las propuestas razonables y factibles de este consenso, trabajado desde el centroizquierda a los radicales veteranos, está encima de la mesa. Los gobiernos, el FMI e instituciones como la Comisión Europea y el Banco Central Europeo no sólo no las están discutiendo o implementando, sino que ni siquiera las leen. Esta cruda verdad debería darnos una pista con respecto a lo que sucede realmente.
No es de la economía de lo que hablamos. Hablamos de religión, de la religión del fuego eterno. No había ninguna razón económica para permitir que la suspensión de pagos griega, aparente o real, socavara y posiblemente destruyera 50 años de construcción europea. Grecia no representa más que el 3% de la economía europea. Sin embargo, en vez de obligar y ayudar a Grecia a corregir las evidentes anomalías económicas, lo que incluye un presupuesto militar inflado y ningún ingreso por vía de impuestos procedente de la Iglesia o los ricos, se impuso un escenario de obra de teatro medieval con moralina.
Las políticas de austeridad impuestas en todas partes son tan dogmáticas como cualquier dogma inventado por Calvino o el papa. No importa que las doctrinas recetadas no funcionen. No se trata de que funcionen si “funcionar” significa que se beneficie la gran mayoría de los pueblos europeos. Los mandamientos recetados deben aplicarse cualesquiera que sean las consecuencias: de acuerdo con las repetidas advertencias de sus adversarios, una recesión en toda regla y la más que probable destrucción de las notables, aunque deficientes, conquistas de la posguerra.