Por Michael R. Krätke *
Después de demorar su decisión, India, Brasil y China están dispuestas a proporcionar dinero al fondo anticrisis del Fondo Monetario Internacional. A cambio esperan que se cumplan los acuerdos que les otorgarían un mayor poder de decisión en la organización.
El Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial disponen: el G20, el club de los mayores
accionistas del FMI, ha prometido aumentar el fondo de rescate en 430 mil
millones de dólares y duplicar así el volumen para posibles rescates
financieros para los países en quiebra de Europa, así como otros aspirantes al
puesto. El FMI se convierte así en un bombero equipado con más de un billón de
dólares para sofocar fuegos.
El ministro de Finanzas
alemán Wolfgang Schäuble ha recibido una merecida paliza. EE.UU. y Canadá se
escurren y no participarán en la operación. También los estados BRIC dudan y
hasta hace poco no establecieron la cantidad de su aportación. Fueron sobre
todo los países europeos, entre ellos Alemania, con 55 mil millones de dólares,
así como Japón (60 mil millones) y Corea del Sur (15 mil millones), quienes
construyen este cortafuegos. Sus motivos no son difíciles de adivinar: ninguno
de ellos está interesado en ver cómo Europa se hunde en una depresión que
duraría décadas.
Ciertamente, muchos de los
estados donantes dudan de que la Eurozona puede curarse gracias la medicina
alemana a base de regla de oro, dogma de austeridad y pacto fiscal. Los
economistas en Estados Unidos reclaman un programa económico urgente para
países como España, Portugal, Irlanda o Grecia. Como alternativa a los
engranajes de la política de crisis europea ejercida hasta la fecha,
recomiendan además la creación de eurobonos, comparables a los bonos del tesoro
estadounidense, sin los cuales el dólar como moneda mundial no existiría. Y
animan al Banco Central Europeo a que intervenga, como ha hecho ya la Reserva
Federal en los Estados Unidos. El gobierno alemán no podrá bloquear a largo
plazo ninguna de ambas cosas si quiere que atraer a inversores internacionales
para que compren los títulos de deuda de los países de Europa.
Una broma de mal gusto
La profunda frustración de los países emergentes se
remonta a 2010, cuando se prometió una reforma del FMI, retrasada una y otra
vez desde entonces. Esta reforma debería reordenar la distribución de los votos
en el FMI, totalmente injusta, y ello desde hace años, beneficiando a los
países emergentes. De conseguirse esta reforma, aún quedaría muy lejos de
representar la verdadera relación de fuerzas económica en el mundo. Europa y
Estados Unidos siguen haciendo, como siempre, todo lo que pueden para dominar
el FMI y el Banco Mundial, como recién ha demostrado la elección del surcoreano
Jim Yong Kim para la presidencia del Banco Mundial. Por otra parte, los estados
europeos, sobre todo Alemania, tienen intereses comerciales con los países
emergentes, por lo que no pueden ignorar la acusación de estar utilizando su
posición de poder en el FMI para cargar a los países pobres del FMI con los costes
de su política de crisis.
El gobierno alemán ha aceptado la creación de este
fondo monetario porque espera así recabar apoyo ideológico para sus “reformas”,
que apuntan al establecimiento de reglas de oro en toda Europa. El FMI obtiene
con estas reformas, como las que se está obligando a llevar a cabo a los países
del sur de Europa en la Eurozona, la triste celebridad que tuvo en los años
noventa en los países en vías de desarrollo. Pero el gobierno de Merkel no se
está de copiar lo que entonces vio. Con esta política ha hecho tambalearse a
toda la Eurozona. Por eso es una broma de mal gusto que el ministro Schäuble
declare que, con su crítica a la política de gestión de la crisis de los
alemanes, los estadounidenses están
haciendo campaña electoral. ¿Qué hizo sino Merkel en mayo de 2010, cuando
retrasó las ayudas a Grecia hasta que el virus de la crisis amenazó con
contagiarse al resto de países de Europa?
Michael
R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica
y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al
Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de
economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la
Universidad de Lancaster en el Reino Unido *
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