viernes, 27 de abril de 2012

Ocho cosas que hay que saber sobre la riqueza y la pobreza en los EEUU

  


Por Les Leopold *


Estamos lejos de ser pobres; lo que pasa es que tenemos una distribución de la riqueza salvajemente desigual que hace que lo parezcamos.

Los Estados Unidos están forrados. No somos una nación malviviente en trance de hundimiento. No tenemos una crisis de deuda enorme, a pesar de lo que proclaman políticos y expertos. No somos la próxima Grecia. Más bien lo que tenemos es un inmenso problema de concentración de riqueza, que debería resolverse, por el bien de nuestra comunidad. Somos una nación muy rica, pero no lo parece, porque nuestra riqueza está muy concentrada en muy pocas manos. Ése es el desastre de los Estados Unidos. Pero esperen. ¿Acaso no pertenece la riqueza a los superricos? ¿Acaso no se la ganaron en buena lid? ¿Acaso no ha sido siempre así? En absoluto. La cantidad de riqueza que fluye a los superricos está determinada por nuestras políticas públicas. Todo depende de cómo decidamos distribuir la productividad de nuestra nación.

Productividad y riqueza de las naciones

Nuestro país es rico porque somos enormemente productivos según los cálculos de producción por hora trabajada. Nuestra producción colectiva por hora es la mayor, nuestra economía es la que más produce y somos los más ricos… o deberíamos serlo. No es un cálculo perfecto, en la medida en que no toma en consideración el medio ambiente, nuestra salud y nuestro bienestar general. Pero es un buen indicador de nuestro nivel colectivo de esfuerzo, habilidades, conocimientos, nivel organizativo y capacidad productiva. Como muestran los ingresos brutos de la siguiente tabla de productividad, somos capaces de producir más y más por hora año tras año desde la Segunda Guerra Mundial. Es un logro notable.




Desde 1947 hasta mediados de los setenta, los frutos de nuestra abundante productividad se distribuían de modo razonablemente justo entre el pueblo trabajador. En la medida en que la productividad aumentaba, aumentaban también los salarios reales de los trabajadores. (Véase la tabla. Representa el promedio del salario semanal de los trabajadores no supervisores, que suponen en torno al 80% del total de la mano de obra.) No era socialismo. Seguía habiendo muchos ricos que se llevaban importantes trozos de la cosecha productiva. Pero gran parte de esa riqueza se reinvertía en la economía mediante tipos impositivos que entre 1947 y 1980 oscilaban entre el 70 y el 91% para ingresos superiores a los tres millones de dólares (en dólares actuales). Mucho de ese dinero se utilizaba para construir nuestras infraestructuras físicas y cognitivas y para el combate de la guerra fría. Las políticas públicas apoyaban a los sindicatos y los salarios reales de los trabajadores aumentaban sin cesar por encima de la inflación. Wall Street estaba rigurosamente controlada y la clase media aumentó como nunca. Después sucedió algo. No fue un acto divino, de las ciegas fuerzas del cambio tecnológico o de los misteriosos movimientos de los mercados. Los superricos no se volvieron inmensamente más listos. Antes bien, políticos de carne y hueso decidieron, desde mediados de los setenta, que la desregulación y las rebajas fiscales debían estar en el orden día. La idea era que si rebajábamos los impuestos a los superricos y desregulábamos la economía (y. especialmente, Wall Street), se incrementaría la inversión de manera espectacular y eso nos beneficiaría a todos. Pero, como podemos ver en la tabla, el coeficiente del salario obrero real se ha estancado y aun ha disminuido desde entonces. Los frutos de la productividad ya no se han distribuido equitativamente. La enorme brecha entre ambas líneas (billones de dólares cada año) se ha ido casi íntegramente a los superricos. La riqueza de los ricos se ha disparado, no por accidente, sino por diseño político. El lema la codicia es buena ha sustituido al sueño americano de clase media.

¿Qué es la riqueza y quién la posee?

La riqueza o valor neto es el valor total de lo que usted posee (sus activos) menos el valor total de sus deudas (sus pasivos). Nuestro valor colectivo neto es verdaderamente enorme. Estamos hablando de cifras grandes, muy grandes. Y es que, a finales de 2011, las familias estadounidenses poseían 30 billones de dólares en activos privados y 13,6, en deudas, lo que arroja un valor total neto de 16,4 billones. ¿Que cuánto es eso? Viene a ser una media de 141.000 dólares descontadas las deudas por familia. Pero los promedios son sumamente engañosos, porque la riqueza está altamente concentrada en la cúspide. He aquí algunas cifras exorbitantes.
1. El número de familias con un valor neto de un millón de dólares o más creció un 202% entre 1983 y 2007.
2. El número de familias con un valor neto de cinco millones de dólares o más creció un 494%.
3. El número de familias con un valor neto de diez millones de dólares o más creció un astronómico ¡598%! Actualmente, son más de 464.000.
4. En la parte baja, empero, el 40% de las familias estadounidenses poseen un valor neto próximo a cero (0,2%).
5. Si hace balance del valor de nuestras familias, el 40% de abajo tiene valor neto negativo, de -1%, esto es, tienen deudas mayores que el valor de sus activos.
6. Significativamente, el 1% de arriba posee el 34,6% de nuestro valor neto total y el 42,7% de los activos financieros (sin contar los hogares). Eso significa que tiene un saldo positivo de aproximadamente 5.700.000.000.000 dólares (esto es, 5,7 billones de dólares).

Porqué necesitamos una tasa sobre las transacciones financieras

La mayoría de los estadounidenses vive con unos ingresos salariales que son gravados inmediatamente con importantes impuestos sobre la nómina. Usted no puede cobrar un salario sin pagar impuestos. Los superricos, en cambio, reciben la mayor parte de sus ingresos mediante inversiones financieras, gravadas a los tipos de las ganancias de capital, que son menores y que pueden rebajar mediante una miríada de deducciones y artimañas legales. En efecto, los superricos viven con un código fiscal, mientras que para el resto de los mortales rige otro. Por eso, los estadounidenses más ricos pagan tipos impositivos efectivamente menores que sus criados. Y también por eso nuestro estado parece ayuno de ingresos. Si queremos una economía boyante y buenas inversiones en infraestructuras públicas, los ricos tienen que pagar mucho más, igual que durante el período de la inmediata segunda posguerra mundial.
Para empezar, necesitamos un tasa sobre las transacciones financieras, que consiste en un impuesto sobre todas y cada una de las pequeñas ventas realizadas en el comercio financiero, desde las acciones y los bonos hasta los futuros y demás derivados. En la medida en que los superricos poseen tantos activos financieros, este tipo de tasa identificaría directamente sus operaciones excesivas y sus enormes participaciones. Esta tasa sobre ventas no sólo produciría más de 150.000 millones de dólares a las arcas federales, sino que también contribuiría a eliminar gran parte de los juegos financieros que desmoronaron la economía en 2007. Considérese como una tasa sobre el derroche financiero tóxico.

Una tasa sobre la riqueza para mejorar nuestra riqueza común

Finlandia, Francia, Islandia, Luxemburgo, Noruega, España, Suecia y Suiza tienen pequeños impuestos sobre la riqueza neta e Inglaterra tuvo una tasa sobre transacciones financieras durante tres siglos. Deberíamos unirnos a ellos. Una tasa de entre el 1 y el 3% a partir del millón de dólares sólo golpearía al 1% de arriba y proporcionaría a la nación unos ingresos anuales comprendidos entre los 50.000 y los 150.000 millones de dólares. Calderilla, para los superricos. Lo bueno del impuesto sobre la riqueza es que no tiene rendijas. Sus activos (tanto externos como internos) y sus pasivos se calculan fácilmente. Es más fácil descubrir a los tramposos. Es más fácil presionar para obtener información de otros países que podrían estar tentados de blanquear el dinero de nuestros superricos. No hay lugar adonde huir a menos que los superricos quieran renunciar a su nacionalidad.
Even Ronald McKinnon, un economista conservador ha escrito en The Wall Street Journal (“The Conservative Case for a Wealth Tax”) a favor de un impuesto sobre la riqueza de los superricos: “Para tener un sistema fiscal más justo, deberíamos implantar un nuevo impuesto federal sobre la riqueza, además del impuesto federal sobre la renta. A diferencia del actual impuesto sobre la renta, el impuesto sobre la riqueza no dependería de cómo se definieran los ingresos, sino que más bien exigiría que las familias elaboraran una relación con sus activos internos y externos a fecha de, pongamos por caso, 31 de diciembre del año fiscal en cuestión. Con una amplia exención de tres millones de dólares, que excluiría efectivamente a más del 95% de la población, podría imponerse un moderado impuesto fijo, digamos que del 3%, con la riqueza así definida”. Aplicado de consuno a una tasa sobre transacciones financieras, ello nos proporcionaría unos ingresos de entre 200.000 y 300.000 millones de dólares anuales, que podrían reconstruir nuestras despedazadas infraestructuras, ofrecer mejor educación a nuestros hijos, eliminar gran parte de las cargas crediticias a los estudiantes y contratar a millones de profesores despedidos. El paro caería drásticamente y la histeria antidéficit se desvanecería en su propia verborrea.
Podemos vociferar sobre la distribución de la renta que queremos. Podemos quejarnos amargamente de que el 1% de arriba se haya apoderado del poder político. Podemos proclamarnos parte del 99% para que todos nos oigan. Pero nada de eso servirá de gran cosa si no construimos un movimiento de masas que reclame nuestro derecho a participar de los frutos de la productividad. El 1% no consiguió estar ahí porque fueran grandes empresarios ni porque fueran más listos que el resto de los mortales. Lo lograron porque presionaron para obtener rebajas fiscales para los superricos y desregulación para Wall Street. Esas políticas gemelas arrojaron el dinero a sus cofres y estancaron en seco a nuestra clase media. También mandaron a pique la economía y destruyeron millones de puestos de trabajo.
Una tasa sobre las transacciones financieras combinada con un impuesto sobre la riqueza nos acercaría otra vez a la época en que la clase media crecía año tras año. Pondría a los estadounidenses nuevamente a trabajar y colocaría ahora mismo nuestro pie sobre el cuello de Wall Street, que es donde debe estar, por el bien de todos. Pero ustedes saben que eso no ocurrirá fácilmente. Los superricos se sienten con derecho a todo lo que puedan agarrar. Lo que significa que tendremos que organizarnos como nunca antes y luchar con denuedo. Esperemos que el 99% esté presto, dispuesto y con ganas.



Les Leopold es el director ejecutivo del Instituto de Trabajo y del Instituto de Sanidad Pública de Nueva York. Es autor de The Looting of America: How Wall Street’s Game of Fantasy Finance Destroyed Our Jobs, Pensions and Prosperity─and What We Can Do About It (2009).*                                                       

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