Por Les Leopold *
Estamos lejos de ser pobres; lo que pasa es que tenemos
una distribución de la riqueza salvajemente desigual que hace que lo
parezcamos.
Los Estados Unidos están forrados. No somos una nación malviviente en
trance de hundimiento. No tenemos una crisis de deuda enorme, a pesar de lo que
proclaman políticos y expertos. No somos la próxima Grecia. Más bien lo que
tenemos es un inmenso problema de concentración de riqueza, que debería
resolverse, por el bien de nuestra comunidad. Somos una nación muy rica, pero no lo parece, porque
nuestra riqueza está muy concentrada en muy pocas manos. Ése es el desastre de
los Estados Unidos. Pero esperen. ¿Acaso no pertenece la riqueza a los
superricos? ¿Acaso no se la ganaron en buena lid? ¿Acaso no ha sido siempre
así? En absoluto. La cantidad de riqueza que fluye a los superricos está
determinada por nuestras políticas públicas. Todo depende de cómo decidamos
distribuir la productividad de nuestra nación.
Productividad y riqueza de las naciones
Nuestro país es rico porque somos enormemente productivos según los
cálculos de producción por hora trabajada. Nuestra producción colectiva por
hora es la mayor, nuestra economía es la que más produce y somos los más ricos…
o deberíamos serlo. No es un cálculo perfecto, en la medida en que no toma en
consideración el medio ambiente, nuestra salud y nuestro bienestar general.
Pero es un buen indicador de nuestro nivel colectivo de esfuerzo, habilidades,
conocimientos, nivel organizativo y capacidad productiva. Como muestran los
ingresos brutos de la siguiente tabla de productividad, somos capaces de
producir más y más por hora año tras año desde la Segunda Guerra Mundial. Es un logro
notable.
Desde 1947 hasta mediados de los setenta, los frutos de
nuestra abundante productividad se distribuían de modo razonablemente justo
entre el pueblo trabajador. En la medida en que la productividad aumentaba,
aumentaban también los salarios reales de los trabajadores. (Véase la tabla.
Representa el promedio del salario semanal de los trabajadores no supervisores,
que suponen en torno al 80% del total de la mano de obra.) No era socialismo.
Seguía habiendo muchos ricos que se llevaban importantes trozos de la cosecha
productiva. Pero gran parte de esa riqueza se reinvertía en la economía
mediante tipos impositivos que entre 1947 y 1980 oscilaban entre el 70 y el 91%
para ingresos superiores a los tres millones de dólares (en dólares actuales).
Mucho de ese dinero se utilizaba para construir nuestras infraestructuras
físicas y cognitivas y para el combate de la guerra fría. Las políticas
públicas apoyaban a los sindicatos y los salarios reales de los trabajadores
aumentaban sin cesar por encima de la inflación. Wall Street estaba
rigurosamente controlada y la clase media aumentó como nunca. Después sucedió
algo. No fue un acto divino, de las ciegas fuerzas del cambio tecnológico o de los
misteriosos movimientos de los mercados. Los superricos no se volvieron
inmensamente más listos. Antes bien, políticos de carne y hueso decidieron,
desde mediados de los setenta, que la desregulación y las rebajas fiscales debían
estar en el orden día. La idea era que si rebajábamos los impuestos a los
superricos y desregulábamos la economía (y. especialmente, Wall Street), se
incrementaría la inversión de manera espectacular y eso nos beneficiaría a
todos. Pero, como podemos ver en la tabla, el coeficiente del salario obrero
real se ha estancado y aun ha disminuido desde entonces. Los frutos de la
productividad ya no se han distribuido equitativamente. La enorme brecha entre
ambas líneas (billones de dólares cada año) se ha ido casi íntegramente a los
superricos. La riqueza de los ricos se ha disparado, no por accidente, sino por
diseño político. El lema la codicia es buena ha sustituido al sueño
americano de clase media.
¿Qué es la riqueza y quién la posee?
La riqueza o valor neto es el valor total de lo que usted
posee (sus activos) menos el valor total de sus deudas (sus pasivos). Nuestro
valor colectivo neto es verdaderamente enorme. Estamos hablando de cifras
grandes, muy grandes. Y es que, a finales de 2011, las familias estadounidenses
poseían 30 billones de dólares en activos privados y 13,6, en deudas, lo que
arroja un valor total neto de 16,4 billones. ¿Que cuánto es eso? Viene a ser
una media de 141.000 dólares ─descontadas las deudas─ por familia. Pero los promedios son sumamente engañosos,
porque la riqueza está altamente concentrada en la cúspide. He
aquí algunas cifras exorbitantes.
1. El número de familias con un valor neto de un millón
de dólares o más creció un 202% entre 1983 y 2007.
2. El número de familias con un valor neto de cinco
millones de dólares o más creció un 494%.
3. El número de familias con un valor neto de diez
millones de dólares o más creció un astronómico ¡598%! Actualmente, son más
de 464.000.
4. En la parte baja, empero, el 40% de las familias
estadounidenses poseen un valor neto próximo a cero (0,2%).
5. Si hace balance del valor de nuestras familias, el 40%
de abajo tiene valor neto negativo, de -1%, esto es, tienen deudas mayores que
el valor de sus activos.
6. Significativamente, el 1% de arriba posee el 34,6% de
nuestro valor neto total y el 42,7% de los activos financieros (sin contar los
hogares). Eso significa que tiene un saldo positivo de aproximadamente
5.700.000.000.000 dólares (esto es, 5,7 billones de dólares).
Porqué
necesitamos una tasa sobre las transacciones financieras
La mayoría de los
estadounidenses vive con unos ingresos salariales que son gravados
inmediatamente con importantes impuestos sobre la nómina. Usted no puede cobrar
un salario sin pagar impuestos. Los superricos, en cambio, reciben la mayor
parte de sus ingresos mediante inversiones financieras, gravadas a los tipos de
las ganancias de capital, que son menores y que pueden rebajar mediante una
miríada de deducciones y artimañas legales. En efecto, los superricos viven con
un código fiscal, mientras que para el resto de los mortales rige otro. Por
eso, los estadounidenses más ricos pagan tipos impositivos efectivamente
menores que sus criados. Y también por eso nuestro estado parece ayuno de
ingresos. Si queremos una economía boyante y buenas inversiones en
infraestructuras públicas, los ricos tienen que pagar mucho más, igual que
durante el período de la inmediata segunda posguerra mundial.
Para empezar, necesitamos un
tasa sobre las transacciones financieras, que consiste en un impuesto sobre
todas y cada una de las pequeñas ventas realizadas en el comercio financiero,
desde las acciones y los bonos hasta los futuros y demás derivados. En la
medida en que los superricos poseen tantos activos financieros, este tipo de
tasa identificaría directamente sus operaciones excesivas y sus enormes
participaciones. Esta tasa sobre ventas no sólo produciría más de 150.000
millones de dólares a las arcas federales, sino que también contribuiría a
eliminar gran parte de los juegos financieros que desmoronaron la economía en
2007. Considérese como una tasa sobre el derroche financiero tóxico.
Una tasa
sobre la riqueza para mejorar nuestra riqueza común
Finlandia, Francia, Islandia, Luxemburgo, Noruega, España, Suecia y Suiza
tienen pequeños impuestos sobre la riqueza neta e Inglaterra tuvo una tasa
sobre transacciones financieras durante tres siglos. Deberíamos unirnos a
ellos. Una tasa de entre el 1 y el 3% a partir del millón de dólares sólo
golpearía al 1% de arriba y proporcionaría a la nación unos ingresos anuales
comprendidos entre los 50.000 y los 150.000 millones de dólares. Calderilla,
para los superricos. Lo bueno del impuesto sobre la riqueza es que no tiene
rendijas. Sus activos (tanto externos como internos) y sus pasivos se calculan
fácilmente. Es más fácil descubrir a los tramposos. Es más fácil presionar para
obtener información de otros países que podrían estar tentados de blanquear el
dinero de nuestros superricos. No hay lugar adonde huir a menos que los
superricos quieran renunciar a su nacionalidad.
Even Ronald McKinnon, un economista conservador ha escrito en The Wall
Street Journal (“The Conservative Case for a Wealth Tax”) a favor de un
impuesto sobre la riqueza de los superricos: “Para tener un sistema fiscal más
justo, deberíamos implantar un nuevo impuesto federal sobre la riqueza, además
del impuesto federal sobre la renta. A diferencia del actual impuesto sobre la
renta, el impuesto sobre la riqueza no dependería de cómo se definieran los
ingresos, sino que más bien exigiría que las familias elaboraran una relación
con sus activos internos y externos a fecha de, pongamos por caso, 31 de
diciembre del año fiscal en cuestión. Con una amplia exención de tres millones
de dólares, que excluiría efectivamente a más del 95% de la población, podría
imponerse un moderado impuesto fijo, digamos que del 3%, con la riqueza así
definida”. Aplicado de consuno a una tasa sobre transacciones financieras, ello
nos proporcionaría unos ingresos de entre 200.000 y 300.000 millones de dólares
anuales, que podrían reconstruir nuestras despedazadas infraestructuras,
ofrecer mejor educación a nuestros hijos, eliminar gran parte de las cargas crediticias
a los estudiantes y contratar a millones de profesores despedidos. El paro
caería drásticamente y la histeria antidéficit se desvanecería en su propia
verborrea.
Podemos vociferar sobre la distribución de la renta que queremos. Podemos
quejarnos amargamente de que el 1% de arriba se haya apoderado del poder
político. Podemos proclamarnos parte del 99% para que todos nos oigan. Pero
nada de eso servirá de gran cosa si no construimos un movimiento de masas que
reclame nuestro derecho a participar de los frutos de la productividad. El 1%
no consiguió estar ahí porque fueran grandes empresarios ni porque fueran más
listos que el resto de los mortales. Lo lograron porque presionaron para
obtener rebajas fiscales para los superricos y desregulación para Wall Street.
Esas políticas gemelas arrojaron el dinero a sus cofres y estancaron en seco a
nuestra clase media. También mandaron a pique la economía y destruyeron
millones de puestos de trabajo.
Una tasa sobre las transacciones financieras combinada con un impuesto
sobre la riqueza nos acercaría otra vez a la época en que la clase media crecía
año tras año. Pondría a los estadounidenses nuevamente a trabajar y colocaría
ahora mismo nuestro pie sobre el cuello de Wall Street, que es donde debe estar,
por el bien de todos. Pero ustedes saben que eso no ocurrirá fácilmente. Los
superricos se sienten con derecho a todo lo que puedan agarrar. Lo que
significa que tendremos que organizarnos como nunca antes y luchar con denuedo.
Esperemos
que el 99% esté presto, dispuesto y con ganas.
Les Leopold es el director
ejecutivo del Instituto de Trabajo y del Instituto de Sanidad Pública de Nueva
York. Es autor de The Looting of America: How Wall
Street’s Game of Fantasy Finance Destroyed Our Jobs, Pensions and Prosperity─and What We Can Do About It (2009).*
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