viernes, 27 de abril de 2012

Las ideas priman sobre los intereses

 Por Dani Rodrik *


En materia política, la teoría más aceptada es también la más sencilla: los poderosos siempre consiguen lo que pretenden. Los intereses de los bancos dictan las normas financieras; los intereses de las compañías de seguro dictan la política sanitaria; y los intereses de los ricos dictan la política impositiva. Quienes más puedan influir en el gobierno (por medio del control de los recursos, la información, el acceso o la mera amenaza de la violencia) tarde o temprano se saldrán con la suya.
A escala global es lo mismo. Según se dice, la política exterior depende, primero y principal, de los intereses nacionales, no de las afinidades con otras naciones o de la preocupación por la comunidad mundial. Los únicos acuerdos internacionales posibles son aquellos que están alineados con los intereses de Estados Unidos (y, cada vez más, de otras grandes potencias en ascenso). En los regímenes autoritarios, las políticas son expresión directa de los intereses del gobernante y sus secuaces.
Es una teoría convincente con la que podemos explicar fácilmente por qué tan a menudo la política genera resultados no deseados. Tanto en democracias como en dictaduras o en el campo internacional, que se produzcan esos resultados es reflejo de la capacidad que tienen ciertos pequeños grupos de intereses especiales para alcanzar sus fines en detrimento de la mayoría.
Pero esta explicación, además de muy incompleta, suele ser engañosa. Los intereses no son algo fijo ni predeterminado, sino que dependen de las ideas: lo que creemos respecto de quiénes somos, qué pretendemos lograr y cómo funciona el mundo. Lo que percibimos como interés propio siempre se ve a través del cristal de las ideas.

Imaginemos una empresa que lucha por mejorar su posición competitiva. Una estrategia que puede usar es despedir a una parte de su plantilla y tercerizar producción a otros lugares más baratos en Asia. Pero también puede invertir en capacitación para crear una fuerza de trabajo más productiva y más leal y, de ese modo, reducir el costo de rotación de personal. Puede competir por el lado de los precios o por el de la calidad.
El simple hecho de que los propietarios de la empresa actúen movidos por el interés propio nos dice poco respecto de cuál de estas estrategias seguirán. En definitiva, lo que determina la elección de la empresa es una serie de evaluaciones subjetivas respecto de la probabilidad de que se presenten diferentes escenarios, sumadas a un cálculo de sus costos y beneficios.
Pongamos otro ejemplo: imaginemos que usted es el gobernante despótico de un país pobre. ¿Qué es lo mejor que puede hacer para conservar el poder y evitar amenazas internas y extranjeras? ¿Crear una economía robusta orientada a las exportaciones? ¿O encerrarse y otorgar beneficios a sus amigos militares y a otros secuaces, en detrimento de casi todo el resto? Los regímenes autoritarios de Extremo Oriente adoptaron la primera estrategia, mientras que sus homólogos en Oriente Próximo optaron por la segunda. Tenían diferentes ideas respecto de lo que les convenía.
Pensemos en el papel de China en la economía global. Conforme la República Popular se convierta en una gran potencia, sus líderes tendrán que decidir qué clase de sistema internacional desean. Tal vez elijan ampliar y reforzar el régimen multilateral actual, que ya les fue útil en el pasado. O tal vez prefieran un sistema de relaciones bilaterales ad hoc que les permita obtener mayor provecho en sus transacciones con cada uno de los diferentes países. No podemos predecir cómo será la futura economía mundial por la mera observación de que China y sus intereses pesarán más en ella.
Podríamos multiplicar estos ejemplos al infinito. ¿Qué es mejor para las perspectivas políticas internas de la canciller alemana Angela Merkel: imponer a Grecia planes de austeridad, al costo de que tenga que volver a refinanciar la deuda más adelante, o aliviar su situación para darle una oportunidad de crecimiento que le permita liberarse del peso de la deuda? ¿Qué es mejor para los intereses de Estados Unidos en el Banco Mundial: designar directamente a un estadounidense para dirigirlo o cooperar con otros países para elegir el mejor candidato, sea estadounidense o no?
El apasionamiento con que discutimos estas cuestiones indica que cada uno de nosotros tiene diferentes ideas respecto de lo que le conviene. En la práctica, nuestros intereses son prisioneros de nuestras ideas.
¿Y de dónde salen esas ideas? Los políticos, igual que todos, son esclavos de la moda. Sus miradas respecto de lo factible y lo deseable están influidas por el Zeitgeist: las “ideas que están en el aire”. Esto implica que los economistas y otros formadores de opinión pueden ejercer mucha influencia, para bien o para mal.
Es famosa la observación de John Maynard Keynes de que hasta el más pragmático de los hombres suele ser esclavo de las ideas de algún economista muerto. Creo que se quedó corto. Las ideas que produjeron, por ejemplo, la liberalización desenfrenada y los excesos financieros de las últimas décadas salieron de economistas que (en su mayoría) están perfectamente vivos.
Tras el desastre de la crisis financiera, se puso de moda entre los economistas censurar el poder de los grandes bancos e indicar que si el entorno regulatorio permitió a los intereses financieros cosechar enormes beneficios con alto costo social, fue porque los políticos son prisioneros de esos intereses. Pero hete aquí que este argumento se olvida del papel legitimador que cumplieron los mismos economistas. Fueron estos economistas y sus ideas los que llevaron a los políticos y reguladores a creer que lo que es bueno para los financistas es bueno para el común de la gente.
A los economistas les encantan las teorías según las cuales en la raíz de cualquier mal político hay grupos de intereses especiales organizados. Pero en la realidad, no pueden esquivar tan fácilmente el bulto de las ideas equivocadas que con tanta frecuencia han engendrado. Al que tiene influencia le corresponde tener responsabilidad.


Dani Rodrik es profesor de la universidad de Harvard. *

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