domingo, 20 de octubre de 2013

El daño causado






Por Paul Krugman*
EL PAIS



La Administración vuelve a funcionar y no hemos suspendido pagos. Vuelven los tiempos felices, ¿no es así?
Pues no. Una de las razones es que el Congreso solo ha votado una solución provisional y, en unos cuantos meses, podríamos encontrarnos pasando por todo esto otra vez. Se podría pensar que los republicanos tendrían que estar locos para provocar otro enfrentamiento. Pero cometieron la locura de provocar este, así que ¿por qué dar por hecho que han aprendido la lección?
Más allá de eso, sin embargo, es importante admitir que el daño económico causado por la obstrucción y la extorsión no empezó cuando el Partido Republicano paralizó la Administración. Por el contrario, ha sido un proceso continuo, que se remonta al momento en que los republicanos se hicieron con el control de la Cámara de Representantes en 2010. Y el daño es grande: el paro en Estados Unidos sería mucho más bajo de lo que es si la mayoría de la Cámara no se hubiese esforzado tanto por debilitar la economía.
Un punto de partida útil para evaluar el daño causado es un informe muy citado de la empresa consultora Macroeconomic Advisers, que calculaba que las políticas fiscales “motivadas por la crisis” —que han sido la norma desde 2010— han restado aproximadamente un 1% a la tasa de crecimiento de EE UU durante los tres últimos años. Esto conlleva unas pérdidas económicas acumulativas —el valor de los bienes y servicios que Estados Unidos podría y debería haber producido, pero no ha producido— de unos 700.000 millones de dólares. La empresa también calculaba que el paro es 1,4 puntos porcentuales más alto de lo que lo habría sido en ausencia de enfrentamientos políticos, lo cual basta para deducir que la tasa de paro ahora mismo estaría por debajo del 6% en vez de por encima del 7%.
No hay que tomarse estos cálculos como si fueran el Evangelio. De hecho, tengo mis dudas respecto al intento que hace el informe de evaluar los efectos de la incertidumbre política, evaluación basada en una investigación que no aguanta demasiado bien un análisis pormenorizado.
 Pero sería un error llegar a la conclusión de que Macroeconomic Advisers ha exagerado el problema. El argumento principal de sus cálculos es la caída en picado del gasto discrecional como porcentaje del PIB que se ha producido desde 2010 (es decir, el gasto que, a diferencia del destinado a programas como la Seguridad Social y Medicare, debe aprobar el Congreso cada año). Como el principal problema al que se enfrenta la economía de EE UU sigue siendo la escasez de demanda, esta reducción del gasto ha hundido tanto el crecimiento como el empleo.


Es más, el informe no tiene en cuenta el efecto de otras políticas perjudiciales que son una consecuencia más o menos directa de la toma del poder republicana en 2010. Hay dos grandes males que destacan especialmente: permitir que suba el impuesto sobre los salarios y reducir drásticamente la prestación por desempleo aun cuando el número de personas que buscan trabajo sigue triplicando el de las ofertas de empleo. Ambas medidas han reducido el poder adquisitivo de los trabajadores estadounidenses, lo que ha debilitado la demanda de los consumidores y reducido aún más el crecimiento.
Si tenemos todo eso en cuenta, es válido suponer que esos cálculos de los perjuicios causados por el secuestro político subestiman el daño que verdaderamente se ha hecho. Las elecciones tienen consecuencias, y una consecuencia de la victoria republicana en las elecciones de mediados de mandato en 2010 ha sido una economía todavía débil cuando podríamos y deberíamos estar ya avanzando hacia la plena recuperación.
¿Pero por qué las exigencias republicanas han tenido tan sistemáticamente un efecto deprimente en la economía?
 Parte de la respuesta reside en que el partido sigue decidido a librar una lucha de clases verticalista en una economía en la que esa lucha es especialmente destructiva. Recortar drásticamente las prestaciones de los parados porque uno cree que lo tienen demasiado fácil es cruel incluso en épocas normales, pero tiene el efecto colateral de destruir puestos de trabajo cuando la economía ya está deprimida. Defender la reducción de impuestos a los ricos mientras se descartan alegremente las bajadas de impuestos para los trabajadores de a pie equivale a redistribuir el dinero de gente que probablemente vaya a gastarlo entre gente que probablemente no haga más que amontonarlo.

También debemos ser conscientes del poder de las malas ideas. Allá por 2011, los triunfantes republicanos adoptaron con entusiasmo el concepto, ya popular en Europa, de austeridad expansionista (la idea de que los recortes del gasto en realidad impulsarían la economía al hacer que aumentase la confianza). Desde entonces, la experiencia ha refutado por completo esta idea: en todo el mundo desarrollado, los grandes recortes del gasto han traído aparejadas unas crisis aún más profundas. De hecho, el Fondo Monetario Internacional terminó por entonar una especie de mea culpa al admitir que había subestimado enormemente el daño que infligen los recortes del gasto. Sin embargo, como habrán notado, a los republicanos de hoy día no se les da muy bien replantearse sus opiniones a la vista de las pruebas en contra.
¿Pero tiene el Partido Republicano la culpa de todos los problemas económicos? Por supuesto que no. El presidente Obama no adoptó una postura suficientemente firme contra los recortes del gasto y la Reserva Federal podría haber hecho más para impulsar el crecimiento. Sin embargo, la mayor parte de la culpa del rumbo equivocado que tomó la política económica recae en los extremistas y extorsionistas que controlan la Cámara.
Las cosas podrían haber salido aún peor. Esta semana, nos las hemos ingeniado para no caer por un precipicio. Pero seguimos en un camino que no lleva a ninguna parte.



 Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel 2008.*

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