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jueves, 23 de octubre de 2008

América Latina frente a la crisis

Por su propia naturaleza, el capitalismo vive articulado en ciclos largos y cortos, de expansión y retracción. La actual crisis económico-financiera internacional no escapa a esta regla: tiene sus inicios a mediados de la década de 1970 y se inscribe en el marco de un largo ciclo recesivo del cual el capitalismo no ha logrado salir.
Por lo tanto, es imposible prever su alcance. Sin embargo, sin esta visión histórica se torna difícil evaluar su carácter, las consecuencias que puede producir y el escenario que podría surgir después de ella. La única certeza es que el mundo sufrirá transformaciones, principalmente en lo que respecta a tres puntos nodales de las relaciones económicas: dinero, energía y alimentos.

El capitalismo, por la propia naturaleza de su mecanismo de reproducción, vive articulado por ciclos, cortos y largos. Estos ciclos cortos presentan una perspectiva expansiva si la curva de las subidas y bajadas apunta hacia arriba, y una perspectiva recesiva si apunta hacia abajo, de acuerdo con la teoría del economista ruso Nicolai Kondratieff, retomada por Ernst Mandel.

Eric Hobsbawm afirma que el capitalismo vivió su “edad de oro” en el perío¬do posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando coincidió virtuosamente con la mayor expansión de las grandes economías capitalistas: Estados Unidos, Alemania, Japón; la expansión del llamado “campo socialista”, dirigido por la Unión Soviética; y la expansión de las economías periféricas, como México, Argentina y Brasil, con sus procesos de industrialización dependiente. Durante esa época la economía capitalista también tuvo ciclos cortos de crisis, pero en cada nuevo ciclo retomaba la expansión y empujaba a la economía hacia niveles cada vez más altos.

Ese largo ciclo expansivo, comandado por las grandes corporaciones internacionales de carácter industrial y comercial, se apoyaba en un sistema financiero en expansión y en una gran transformación en la producción agrícola. Un modelo hegemónico keynesiano –o de bienestar, como se lo quiera llamar– incentivaba las inversiones productivas, fortalecía la demanda de consumo interno, promovía el fortalecimiento y el papel regulador de los Estados nacionales y la protección de sus economías.

Las crisis, como es típico en el capitalismo, expresaban procesos de superproducción o de subconsumo, reflejando el desequilibrio estructural entre la enorme capacidad de expansión de las fuerzas productivas y su incapacidad de distribuir la renta en forma equivalente a la expansión, proceso ya identificado por Karl Marx en el Manifiesto Comunista.

En su fase final el largo ciclo expansivo del período posterior a la Segunda Guerra Mundial vio ese excedente (resultado acumulado del desfasaje entre producción y consumo) transformarse en capital financiero bajo la forma de eurodólares. Tal liquidez financiera fue aprovechada por países como Brasil para reciclar su modelo económico, diversificando su dependencia externa y favoreciendo la reanudación de la expansión económica interna. En Brasil, el golpe militar de 1964, aun en tiempos del ciclo expansivo, diferenció el escenario económico brasileño del escenario vivido por los otros países de la región. En éstos, las dictaduras coincidieron con la recesión, porque ocurrieron en el inicio del largo ciclo recesivo del capitalismo internacional.
Las crisis en la fase neoliberal

¿Qué características tuvo el final de ese ciclo y el inicio del nuevo, de carácter recesivo? Al haber triunfado el diagnóstico de que el estancamiento económico se debía al exceso de regulaciones, el nuevo modelo se centró en la desregulación, expresada en las privatizaciones, en las aperturas al mercado externo, en las políticas de “flexibilización laboral” y de ajuste fiscal.

Para entender el carácter de la crisis actual y sus efectos en los países latinoamericanos es necesario recordar el gigantesco proceso de transferencia de capitales del sector productivo hacia el especulativo que la desregulación promovió a escala nacional e internacional. Libre de trabas, el capital migró masivamente hacia el sector financiero y en particular hacia el sector especulativo, donde obtiene mucho más lucro, con mucha mayor liquidez y con menos o ninguna tributación para circular.

De este modo se configuró en el modelo neoliberal la hegemonía del capital financiero especulativo, haciendo que más del 90% de los movimientos económicos se dieran no en la esfera de la producción o del comercio de bienes, sino en la compra y venta de papeles en la Bolsa de Valores o de papeles de las deudas públicas de los gobiernos.

Se promovió la financiarización de las economías y de los Estados, cuyo primer y mayor compromiso pasó a ser el pago de las deudas. Para ello los gobiernos necesitan promover la reserva de recursos mediante el llamado “superávit primario” y realizan la transferencia masiva y sistemática de tales recursos del sector productivo al capital financiero.

Los grandes grupos económicos con un banco o una institución financiera a la cabeza acostumbran a ganar más en las inversiones financieras que en las que dieron origen a las empresas que los componen. En cambio, en este escenario, gran cantidad de pequeñas y medianas empresas entraron en procesos de endeudamiento de los cuales no logran salir. Otras, al igual que los consumidores, no se atreven a buscar préstamos por el temor al endeudamiento y a las altas tasas de interés.

El capital financiero pasó a ser la sangre que corre por las economías de los países, definiendo el metabolismo que las preside. Un capital que tiene en la volatilidad, en su extrema liquidez, un elemento esencial que le permite desplazarse rápidamente hacia donde puede tener mayores ventajas y al mismo tiempo le atribuye un gran poder de presión frente a la fragilidad de las economías que dependen estructuralmente de él.

De tales características deriva el carácter centralmente financiero de las crisis en el período neoliberal, lo que se evidenció en las crisis mexicana, asiática, rusa, brasileña y argentina, entre otras. El sector financiero captura los excedentes de capital, producto del desfasaje estructural entre producción y consumo, que aumentan en la fase actual del capitalismo debido al aumento de la productividad y a la innovación tecnológica, generando procesos de concentración de las ganancias entre clases sociales, países y regiones del mundo.

El poder devastador de estas crisis y su potencial de contagio se revelaron tanto mayores cuanto mayor fue la apertura de las economías al mercado internacional y el peso que el capital financiero pasó a desempeñar a escala nacional y mundial.

México sufrió durante muchos años los impactos de la crisis de 1994. Lo mismo ocurrió con los países del Sudeste Asiático. En Brasil la crisis de 1999 significó años de recesión que sólo recientemente fueron superados. En Argentina la crisis tuvo consecuencias devastadoras desde el punto de vista económico, financiero, político y social.

Son crisis que se desatan desde el sector financiero, pero que rápidamente se propagan por el resto de la economía, debido al papel central que pasó a tener ese sector y debido a los aspectos psicológicos en los que se basa. No por casualidad el segundo libro de Francis Fukuyama se llamó Confianza, para denotar cómo las expectativas, positivas o negativas, asumen fuerza material en el juego especulativo.

América Latina fue una víctima privilegiada de estas crisis. No por casualidad alcanzaron justamente a sus tres economías más fuertes, que habían sido exhibidas como modelos: la mexicana, la brasileña y la argentina. En los tres casos la crisis asumió la forma de un ataque especulativo, de crisis financiera, que se extiende al conjunto de la economía. Los capitales especulativos se valen del peso desestabilizador que tienen en la economía, presionando con una salida brusca y masiva de capitales para hacer valer sus intereses frente a acciones gubernamentales, o simplemente actuando en el juego del mercado y lucrando enormemente con tales operaciones.

Las crisis anteriores tenían como escenario a países de la periferia, con efectos que intensificaron la tendencia a su debilitamiento, la concentración de los ingresos y el aumento de poder de los países globalizadores. Incluso la crisis en Rusia podría ser caracterizada como la de una economía que se volvió periférica, especialmente a mediados de la década de 1990. La excepción fue el ataque del megaespeculador George Soros a la libra esterlina inglesa, que terminó siendo un caso puntual y no alteró la regla general de incidencia de las crisis en las periferias.

En su conjunto las crisis neoliberales demandaron remedios neoliberales: más apertura de las economías, como ocurrió fuertemente en los países del Sudeste Asiático; mayores préstamos del Fondo Monetario Internacional (FMI), condicionado por las correspondientes cartas de intención; aumento de los ajustes fiscales.

La economía mexicana recibió un préstamo gigante de Estados Unidos durante la crisis de 1994, principalmente porque ocurrió en el momento en que se firmaba el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y los zapatistas se sublevaban en Chiapas. México se comprometió a usar tales recursos para pagar los préstamos de los bancos estadounidenses y continuó profundizando el modelo neoliberal.

Frente a la crisis de 1999, el gobierno brasileño de Fernando Henrique Cardoso elevó la tasa de interés anual al 49% y firmó la tercera carta de intención con el FMI, cuyas consecuencias extendieron la recesión por varios años. En Argentina la crisis provocada por la explosión del modelo de paridad del peso y el dólar produjo la mayor regresión económica y social que el país conoció en toda su historia. El gobierno de Fernando de la Rúa intentó mantener el modelo heredado de Carlos Menem y como consecuencia cayó, a los pocos meses de haber asumido su mandato presidencial.
Consecuencias de la crisis actual

La crisis anterior de la economía estadounidense se dio en el año 2000, cuando se desvanecía la ilusión de que la “nueva economía” permitiría que el capitalismo no sufriese más sus crisis cíclicas, ya sea porque la informática lograría preverlas y de este modo evitarlas, ya sea porque nuevas demandas, como las de computadoras, generarían, de la misma forma que en el caso de los automóviles, el lanzamiento anual de nuevos modelos, que extenderían cada vez más la demanda. En aquel momento el papel del mercado estadounidense continuaba siendo determinante para el mundo, transfiriendo los efectos de su recesión al resto de la economía mundial.

Esta vez la crisis estadounidense se produce en un escenario internacional diferente. La continua expansión de los países emergentes –sobre todo China e India, pero también países latinoamericanos como Brasil y Argentina– amortigua la disminución de la demanda de Estados Unidos y por primera vez la recesión de la economía estadounidense no tiene efectos directos y devastadores sobre el sistema económico mundial.

Sin embargo, como esa crisis se ve agravada con el aumento de precios de los productos agrícolas y la suba del petróleo, se transforma en una triple crisis (1) y sus efectos son más profundos y extensos que los de un simple movimiento cíclico de la economía estadounidense. No sólo se ven afectadas las exportaciones hacia Estados Unidos, sino también los países importadores de energía y de productos agrícolas, lo que en mayor o menor proporción afecta a todos.

Como todo fenómeno de un sistema caracterizado por la extrema desigualdad de riqueza y de poder entre regiones y países y dentro de cada país, los efectos de las crisis no se reparten de manera igual entre todos. Hay ganadores y perdedores, verdugos y víctimas.

La crisis está en pleno desarrollo y sus alcances todavía no se pueden evaluar en toda su plenitud. Surgen disputas para ver quién logra sacar ventaja, quién pierde menos. Aún no es posible conocer con precisión los daños en toda su extensión y quién cargará con ellos. Lo cierto, sin embargo, es que el mundo cambiará con esta crisis especialmente porque incide en tres puntos nodales de las relaciones económicas y de poder actuales: dinero, energía y alimentos. No obstante, sabemos que las actuales estructuras de poder, de producción y de distribución de la riqueza garantizan resultados absolutamente diferenciados para las distintas regiones y países como efecto de las crisis.

En la combinación entre aumento de los precios del petróleo, de productos agrícolas y la disminución de demanda de Estados Unidos y Europa, los países más pobres, que abarcan a la mayoría de África, de Asia y de América Latina, serán claros perdedores. Pesarán sobre ellos fuertes presiones recesivas, déficits en la balanza comercial y aumentos del endeudamiento. Los países exportadores de petróleo y de productos agrícolas, con alzas más significativas en los precios de su producción, sufrirán un menor impacto de la crisis, pero las presiones inflacionarias no perdonan a ningún país y así las políticas recesivas vuelven a ganar peso.

En América Latina los efectos de la crisis son más pesados y directos para los países que dependen más fuertemente del comercio con Estados Unidos: México, América Central y el Caribe, en primer lugar. En segundo lugar, sufrirán las naciones con pautas exportadoras menos valorizadas o aquellas que direccionaron excesivamente su ciclo de expansión económica hacia las exportaciones, en particular las economías más abiertas, entre ellas las que tienen tratados de libre comercio con Estados Unidos, como Chile, Perú, además de los ya mencionados México, Costa Rica y otros países centroamericanos y caribeños. De manera relativa, los menos afectados serán los países con pautas de productos exportados más variadas y mayor diversificación de mercados, como Brasil y en parte Argentina. En la misma situación están los que participan de los procesos de integración regional, ya sea el Mercosur, ya sea el ALBA. Para éstos, las crisis son una oportunidad especial para acelerar e intensificar los procesos de integración comercial, financiera y energética.

La combinación de estas crisis afecta profundamente a Estados Unidos en un momento en que por primera vez su peso en la economía mundial disminuye. El mundo –y América Latina en particular– tendrán fisonomías distintas, ya sea por la aceleración de las transformaciones que están en marcha, ya sea por el inicio de nuevas dinámicas cuyas duraciones y profundidades, pasadas las crisis, aún no se pueden medir con precisión. ♦
AUTOR:EMIR SABER.
FUENTE:LE DIPLOMATIQUE

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¿De debacle financiera a depresión global?

El sistema financiero internacional se encamina a la debacle. Las bolsas de valores han estado cayendo la mayoría de los días, los mercados monetarios y los mercados del crédito se encuentran cerrados, ya que los diferenciales de sus tipos de interés se han ido a las nubes, y aún es demasiado temprano para decir si la serie de medidas adoptadas por Estados Unidos y Europa frenará la caída de manera permanente.

Una corrida generalizada en el sistema bancario ha sido fuente de temores por primera vez en siete décadas, mientras que el sistema bancario en las sombras –corredores de bolsa, entidades no bancarias que hacen préstamos hipotecarios, vehículos y medios de inversión estructurada, fondos de cobertura, fondos de mercados de dinero y firmas de capitales privados- están en riesgo de una corrida sobre sus pasivos de corto plazo.

Del lado de la economía real, todas las economías avanzadas, que representan el 55% del PGB global, entraron en recesión incluso antes de los shocks financieros que comenzaron el verano último. Así es que ahora tenemos recesión, una grave crisis financiera y una grave crisis bancaria en las economías avanzadas.

Inicialmente, los mercados emergentes estuvieron vinculados a estos problemas sólo cuando los inversionistas extranjeros comenzaron a sacar su dinero de ellos. Luego, el pánico llegó a los mercados crediticios, los mercados monetarios y los de divisas, poniendo en evidencia las vulnerabilidades de los sistemas financieros y sectores corporativos de varios países en desarrollo que habían vivido auges del crédito y habían tomado préstamos cortos y en moneda extranjera. Los más frágiles han sido los países con grandes déficits de cuenta corriente y/o altos déficits fiscales, con grandes pasivos de corto plazo en moneda extranjera. Sin embargo, incluso los que han mostrado mejores desempeños, como Brasil, Rusia, India y China, corren ahora el riesgo de un aterrizaje forzoso. Varios mercados emergentes se encuentran en riesgo de sufrir también una severa crisis financiera.

La crisis fue causada por la mayor burbuja de activos apalancados y de crédito de la historia. El apalancamiento y las burbujas no se limitaron al mercado de la vivienda en EE.UU., sino que también fueron características en otros países. Además, más allá del mercado de la vivienda, en muchos países hubo un excesivo endeudamiento por parte de las instituciones financieras y algunos segmentos de los sectores público y corporativo. Como resultado, están estallando simultáneamente muchas burbujas: una burbuja de la vivienda, una burbuja hipotecaria, una burbuja de renta variable, una burbuja de bonos, una burbuja de commodities, una burbuja de capitales privados y una burbuja de fondos de cobertura.

La ilusión de que la contracción económica en EE.UU. y otras economías avanzadas sería breve y poco profunda –una recesión de seis meses en forma de V- ha sido sustituida por la certeza de que será una recesión larga y persistente, en forma de U, que posiblemente durará al menos dos años en EE.UU. y cerca de dos años en la mayor parte del resto del mundo. Y, dado el creciente riesgo de una debacle financiera sistémica local, tampoco se puede descartar la perspectiva de una recesión en forma de L que dure toda una década, como la que vivió Japón tras el colapso de su burbuja inmobiliaria y de renta variable.

De hecho, da miedo la creciente desconexión entre medidas cada vez más drásticas y las presiones que sufre el sistema financiero. Cuando los acreedores de Bear Stearns fueron rescatados por un total de 30 mil millones de dólares en marzo, el repunte en los mercados de renta variable, monetario y del crédito duró ocho semanas. Cuando el Tesoro de EE.UU. anunció el rescate de los gigantes hipotecarios Fannie Mae y Freddie Mac en julio, el repunte duró apenas cuatro semanas. Cuando se llevó a cabo el rescate por 200 mil millones de dólares de estas firmas, y el gobierno estadounidense tomó su deuda de 6 billones de dólares, el repunte duró un día.

Hasta que se anunciaron las medidas estadounidense y europea, no hubo ningún repunte. Cuando se rescató a AIG por cerca de 85 mil millones de dólares, el mercado cayó un 5% Luego, cuando el paquete de rescate de EE.UU. fue aprobado, los mercados cayeron otro 7% en dos días. A medida que las autoridades en EE.UU y en el extranjero daban pasos más radicales entre el 6 y el 9 de octubre, los mercados accionarios, del crédito y monetario siguieron cayendo, días tras día.

¿Van lo suficientemente lejos las medidas recientes? Cuando las medidas de política económica no dan un alivio real a los participantes del mercado, uno se da cuenta de que se está a un paso de un colapso sistémico de los sectores corporativo y financiero. Hay en camino un círculo vicioso de desapalancamiento, caída de los precios de los activos y demandas de cobertura suplementaria.

De modo que no podemos descartar un fracaso sistémico y una depresión global. Como hemos visto en los últimos días, serán necesarios un gran cambio en la política económica y acciones muy radicales y coordinadas entre todas las economías avanzadas y emergentes para evitar el desastre. Esto que incluye:

• otra ronda rápida de recortes globales a las tasas de interés de al menos 150 puntos base en promedio;

• una garantía general temporal para todos los depósitos, al tiempo que se hace la distinción entre las instituciones financieras insolventes que es necesario cerrar y aquellas que están en problemas pero son solventes, las que se deben nacionalizar parcialmente y han de recibir inyecciones de capital público;

• una rápida reducción de la carga de deuda insolvente de los hogares, precedida de un congelamiento temporal de todas las ejecuciones hipotecarias;

• entrega masiva e ilimitada de liquidez a las instituciones financieras solventes;

• entrega pública de crédito a las partes solventes del sector corporativo, con el fin de evitar una crisis de refinanciamiento de la deuda de corto plazo para las corporaciones y pequeñas empresas solventes pero sin liquidez;

• un estímulo fiscal masivo y directo de los gobiernos que incluya obras públicas, gasto en infraestructura, beneficios de desempleo, devoluciones de impuestos a los hogares de menores ingresos, y la entrega de garantías a los gobiernos locales con problemas de caja;

• un acuerdo entre países acreedores que tengan superávits de cuenta corriente y países deudores que tengan déficits de cuenta corriente para mantener un financiamiento ordenado de los déficits y reciclar los superávits de los acreedores para evitar un ajuste desordenado de tales desequilibrios.

Si se hace menos de lo que sugieren estas medidas radicales y coordinadas, se corre el riesgo de un desplome del mercado, una debacle financiera global y una depresión mundial. Las medidas adoptadas por EE.UU. y Europa son un comienzo. Ahora deben terminar el trabajo.
AUTOR:Nouriel Roubini,profesor de Economía de la Stern School of Business, Universidad de Nueva York, y Presidente de RGE Monitor.
FUENTE:PROJECT SYNDICATE

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