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jueves, 13 de abril de 2017

De la Burbuja inmobiliaria a la crisis actual

Si se intenta analizar la forma en que se acumula la riqueza, la gente cree que es de la misma manera que se describe en los libros de texto: ganando ingresos y ahorrándolos hasta hacerse rico. Eso es todo lo que la mayoría de los asalariados pueden hacer. Pero no es así como ocurre en la parte superior de la pirámide. La mayor parte de la riqueza toma la forma de ganancias de capital. Están infladas a base de crédito, así que realmente es la inflación de los precios de los activos lo que está financiado el apalancamiento de la deuda. La mayor parte de las ganancias terminan como pagos de intereses, por lo que son los banqueros, es decir, los propietarios de los bancos y tenedores de bonos, los que terminan acumulando la mayor parte del aumento de la riqueza.







Si eres un gerente financiero, te fijas en lo que se llaman los rendimientos totales. Sumas los beneficios del capital a tus ingresos corrientes. La mayoría de las ganancias de capital se obtienen en el sector de la economía más grande, que no aparece en los programas de estudios académicos: los bienes raíces, seguido por el petróleo y el gas y otros recursos naturales extractivos. Pero para la economía académica, es como si toda la economía se tratase de fabricar cosas, como si la industria contratase mano de obra para producir bienes y servicios y todo el mundo se enriqueciese a medida que aumenta la productividad. Se supone que los ahorros deben financiar el crecimiento, que así aumenta el precio de las acciones, porque los beneficios crecen empleando más mano de obra para producir más bienes y servicios.
Pero eso no es realmente lo que sucede. La mayoría del dinero se hace en la ingeniería financiera, no en la ingeniería industrial. A través de lo que los clásicos llamaban los ingresos no ganados. El 80% de los préstamos bancarios son para el sector inmobiliario. Cuanto más préstamo hagan los bancos al sector inmobiliario, más suben los precios de bienes raíces. La gente piensa que los bienes raíces suben porque crece la población y la gente es cada vez más rica y paga más. Pero no es así realmente, no es esa la razón por la que aumentan los precios de las viviendas. El valor de un edificio de oficinas, de viviendas o comercial vale lo que un banco esté dispuesto a prestar por él como aval. En la medida que los bancos flexibilizan sus normas de préstamo, prestan cada vez más. El resultado es una pirámide de deuda, y esto es cierto no sólo para los bienes raíces, sino para la economía en su conjunto.



Cuando compré una casa en la década de 1960, la regla general era que los bancos prestaban el 75% y el 80% de su valor. El comprador tenía que tener el 20% o el 25% para el pago inicial. Y la hipoteca no podía absorber más del 25% de los ingresos del comprador. Además, el préstamo era amortizable en el transcurso de 30 años. Así que después de toda una vida de trabajo para pagarlo, al menos se era dueño de una casa sin cargas. Pero en 2008 se liberalizaron estas normas, hasta el punto que los préstamos hipotecarios pasaron a ser calificados de hipotecas basura. Fueron estas normas de crédito más flexibles las que presionaron al alza los precios de la vivienda durante muchas décadas. Hacia el año 2008 ya no era necesario ningún pago inicial. Algunos bancos incluso prestaron más que el valor real de la propiedad, e incluso prestaron el pago inicial para ayudar al nuevo comprador a reformar la casa. Algunos préstamos sólo servían ya para pagar los intereses de la hipoteca, no el principal. Los banqueros no quieren préstamos pagados, quieren intereses. Si no se paga el préstamo, se pagan cada vez más intereses. Al final de los 30 años todavía tendría el mismo saldo del principal de la hipoteca, a menos que se siga pidiendo prestado más y más contra el aval del aumento del precio de mercado de la casa, que la propia deuda global del sector hipotecario infla.
La gente habla de los economistas que “pronosticaron la crisis de 2008”. El Financial Times me cita como uno de los 12 economistas, como si sólo hubiera 12 personas en el mundo que supieran que iba a ver una crisis (y sólo 3 con modelos económicos, incluido el mío). Pero el hecho es que todo el mundo en Wall Street lo sabía. Todos los banqueros lo sabían. Si nos fijamos en cualquiera de los periódicos de la época, todos hablaban de las “hipotecas basura”. Hablaban de los solicitantes de créditos NINJA: sin ingresos, sin empleo, sin activos. El FBI advirtió en 2004 que eran testigos de la mayor ola de fraude financiero y bancario de la historia. Así que todo el mundo sabía que era fraudulento. Pero pensaban que podían dejarlo a tiempo.







La idea era, ¿cómo se hace uno rico con la promoción inmobiliaria? En la década de 1920, Thorstein Veblen escribió Absentee Ownership. Creía que, si se quiere entender la economía, hay que estudiar las ciudades pequeñas de EE UU, ya fueran en el sur o en el oeste. El tipo de ciudades sobre las que Hollywood haría películas en la década de 1930, con un banquero usurero, un político corrompido y un abogado mafioso que tratan de secuestrar las vías públicas para que lleguen hasta sus propiedades o conseguir un ferrocarril que pase por ellas o utilizar el gasto público para aumentar el valor de su propiedad para poderla revender a un precio mayor. Veblen escribió acerca de cómo toda gira entorno a cómo encontrar a un bobo que compre cara tu propiedad, con la esperanza de que será capaz de venderla a alguien más tonto que él.

 Todo el mundo sabía que el sistema no podía durar. Pero nunca se sabe cuándo va a terminar. Por lo general, la gota de agua final es el descubrimiento de un gran fraude, o un banco que hace un mal préstamo u operación. En 2007, publiqué un artículo en Harper que preveía esto, con un gráfico que demostraba porqué la burbuja económica no podía prolongarse más de un año. Y no lo hizo. Acabó como todo el mundo pensaba que acabaría. Si nos fijamos en el crecimiento de la deuda en comparación con el crecimiento de la capacidad de pagarla, se ve que muchas economías han pasado ya el punto de intersección. En el punto en el que las deudas ya no se pueden pagarse, se produce una rotura en la cadena de pagos. Eso es lo que causa la crisis. En el siglo XIX no se hablaba de los ciclos económicos, sino de crisis bruscas y de recuperaciones lentas.

Marx vio que había un ciclo. Pero como todo el mundo en su época vio la fase de expansión económica que terminaba en una crisis. Es como un efecto de trinquete. Una curva se eleva como una ola de Hokusai, y luego hay una crisis rápidamente. No es un ciclo con una curva sinusoidal suave como la describía Schumpeter en Ciclos Económicos. Y no tiene soluciones endógenas. La expansión conduce a la crisis por sobre-endeudamiento. Por lo general, las crisis son el resultado de un fraude o de una quiebra, o de alguien que hace una mala operación para un gran banco, o una crisis medio ambiental provoca una ruptura en la cadena de pagos.

Economía Real y Ficticia

Hay dos maneras de pensar sobre la economía. Los libros de texto sólo hablan de la producción de bienes y servicios a cambio de salarios y beneficios. No hablan de rentas o ingresos no ganados. Es a eso a lo que me refiero con “irreal”, que no surge de la producción. Y tampoco se refieren a los intereses, o al marco de la deuda y los derechos de propiedad. Se habla mucho de lo que parece ser el flujo circular entre productores y consumidores. Ese flujo circular se llama la ley de Say. Por ejemplo, Henry Ford decía que pagaba a sus trabajadores 5 dólares al día para que pudieran comprar los coches que producían. Se representa a los trabajadores como asalariados que compran con sus ingresos lo que hacen.

Todo ello parece tener sentido, pero la economía de la producción es diferente de la riqueza financiera e inmobiliaria. ¿Quién tiene activos y quién debe a quién? Si nos fijamos en el marco económico en términos de activos y la deuda, descubrimos que el 1% acumula su riqueza endeudando al 99%. O por lo menos, se puede afirmar que el 5% gana dinero endeudando al 95%.



El truco es conseguir que otras personas se endeuden. ¿Cómo se consigue? Se les hace pensar que pueden ganar. Están dispuestos a pedir un préstamo para comprar una casa, porque piensan que desde 1945, ésa ha sido la forma en que la mayoría de las familias estadounidenses se han hecho ricas, de hecho, la forma en que la clase media fue creada en la mayoría de los países occidentales fue mediante el aumento del precio de los bienes raíces que compraron a crédito. De lo que no se dieron cuenta es que el precio de los inmuebles crecía de dos maneras.
a): Con más crédito bancario, en condiciones más favorables. b): Mediante el gasto en infraestructura pública. Ciudades, estados y el gobierno federal construyeron parques, museos, caminos, ferrocarriles, agua y alcantarillado, y las centrales eléctricas. Pero esto comenzó a llegar a su fin con Reagan y Thatcher en 1980. Ha habido una privatización de la infraestructura pública: los bienes que el sector público proporciona de forma gratuita, evitando que la gente tenga que pagar precios de monopolio.
En lugar de financiar la inversión pública mediante una imposición progresiva, se financió con préstamos. Los bancos se volvieron más y más agresivos e imprudentes en la creación de nuevo crédito, porque pensaban que estaban cubiertos contra pérdidas. Esa fue la esencia de la financiarización. La ingeniería financiera reemplazó a la ingeniería industrial. Lo que la gente pensaba que era riqueza resultó ser un rentista por encima de ellos.

Esta confusión entre la riqueza tangible real y el endeudamiento financiero de la economía fue establecida hace más de 100 años por alguien que ganó un Premio Nobel: Frederick Soddy. Pero ganó el Premio Nobel de Química. Escribió muchos libros diciendo que lo que la gente piensa que es riqueza -acciones y bonos, préstamos bancarios y derechos de propiedad -son riqueza virtual. Son reclamos financieros sobre la riqueza real. Una acción o un bono es un reclamo sobre los ingresos que la riqueza real puede producir. Por lo que está en el lado opuesto de los activos en la hoja de balance. Es en el pasivo.

Los economistas solían hablar de la tierra como de un factor de producción. Pero los derechos sobre la tierra son en realidad un reclamo de propiedad, un derecho a futuro, como derecho monopolista. Es como si se afirmara que las patentes de Walt Disney sobre Mickey Mouse o que las películas que hace Walt Disney son un factor de producción. Son realmente un derecho de propiedad para cobrar un precio de monopolio. El derecho de cobrar un precio de monopolio de un servicio de cable no es realmente un factor de producción. Es extractivo. Es lo que los economistas llaman una actividad o juego de suma cero. Por lo tanto, la economía clásica tiene una idea diferente de lo que es la renta nacional que la actual. Un derecho de monopolio no es una contribución a la riqueza o a la renta nacional sólo porque los monopolistas ganan más. Es una resta del flujo circular de la economía.



Pensemos en el flujo circular entre productores y consumidores. Si los asalariados tienen que gastar más para obtener una vivienda, o para pagar una hipoteca o sus préstamos bancarios para su educación, tienen menos para gastar en la compra de bienes y servicios que producen. No están pagando a los productores de bienes y servicios. Están pagando a los banqueros o al sector inmobiliario, a los dueños del sector inmobiliario. Antes te referiste al sector financiero, seguros e inmobiliario (FIRE, por sus siglas en inglés). Durante muchos años, los economistas y estadísticos de la renta nacional ni siquiera podían distinguir qué ingresos pertenecían a qué subsector, porque estaban simbióticamente entrelazados.
No forman realmente parte de la economía productiva o de lo que se llama la economía real. Sin embargo, el alquiler, las pólizas y los intereses hipotecarios son las primeras cosas que pagan tras cobrar el sueldo. Eso es más real - en el sentido de ser más apremiante - que los bienes y los servicios. Por eso, cuando una familia recibe su cheque de pago, los impuestos y la deuda de las tarjetas de crédito, o bien el alquiler o el pago de la hipoteca, es a menudo lo primero que se descuenta automáticamente de su cheque o cuenta bancaria. Al asalariado medio americano solamente le queda el 25 o 30% de sus ingresos disponibles para gastar en los bienes y servicios que producen.
Así que hay una desviación de esos ingresos para pagar al sector FIRE, un sector que los economistas clásicos esperaban reducir al mínimo. Querían acabar con la clase rentista. Querían nacionalizar la tierra, o al menos fiscalizar a favor del estado la mayor parte de la renta de la tierra. Querían que el gobierno fuera un prestamista público, o al menos que los bancos tuvieran que hacer préstamos productivos, no financiar la recompra de acciones de las grandes empresas, las adquisiciones de empresas, o dar créditos para inflar los precios de los bienes raíces y hacer que los compradores de viviendas se endeuden cada vez más para obtener una casa en la que vivir.

 La economía ha sido vuelta del revés, sin embargo, la gente no se da cuenta porque el vocabulario que se usa se ha convertido en una especie de eufemismo. Antes has dicho orwelliano y verdaderamente es una neo lengua, en la que se utilizan las palabras para decir exactamente lo contrario de lo que se quiere decir. Escribí B es de economía basura en gran parte para denunciar esa terminología engañosa. Si se mira debajo del vocabulario, se da uno cuenta de lo que realmente está sucediendo, en lugar de aceptar eufemismos como “ganancias” en lugar de renta no ganada. Se puede construir una imagen diferente, más realista de la economía.

Lo notable es cómo crecieron economías estables desde su despegue en Mesopotamia en el cuarto milenio antes de Cristo hasta el final del primer milenio. En la sociedad clásica no había el polarizante problema de la usura. Las economías eran todavía lo suficientemente “antropológicas”, con un bajo excedente y lo suficientemente comunitarias como para que la ética de la ayuda mutua condenase como impropio la adquisición de riqueza mediante la explotación. Había una creciente especialización del trabajo, pero también cancelación de las deudas cuando crecían demasiado, por lo menos las deudas personales. Había una distinción en la práctica entre crédito productivo e improductivo.

Cada gobernante de la dinastía de Hammurabi en Babilonia, al igual que los gobernantes sumerios antes que ellos, comenzaban su reinado proclamando la cancelación de las deudas acumuladas. En los tiempos de Babilonia le llamaban andurarum. Es un cognado del término hebreo deror, la palabra para Año Jubileo. El nuevo gobernante cancelaba las deudas, liberaba a los siervos por deuda y devolvía a sus dueños a quienes habían sido cedidos en pago de la deuda al acreedor, incluyendo a los esclavos de la familia. Además, se devolvía la tierra de cultivo para el abastecimiento familiar que hubiera sido entregada en pago a los acreedores. Pero los gobernantes no devolvían las casas de la ciudad, que se consideraban parte del excedente. No se cancelaban las deudas comerciales, que eran deudas en plata. Pero si se cancelaban las deudas de cebada para que las personas pudieran sobrevivir.

 La razón por la que los gobernantes de aquellas civilizaciones actuaban así era porque si se permitía a los acreedores hacen préstamos a los cultivadores y decir “ahora tienen que trabajar para devolvernos el préstamo”, los campesinos no serían capaces de cumplir con su deber de prestación de trabajo personal (corvé). Los impuestos se pagaban en forma de jornadas de trabajo, mediante la prestación personal de servicios. Así es como desde el 11.000 aC en adelante, las civilizaciones construyeron sus grandes monumentos. Monumentos como Stonehenge, pero aún más grande, desde Gobekli Tepe en Turquía a las pirámides de Egipto, los zigurats de Mesopotamia y las murallas de las ciudades. Esta infraestructura cultural, militar y económica básica fue construida con trabajo público. La cuestión es ¿cómo se conseguía que la gente trabajase en estas obras?

Si la gente no hubiera querido construir estos monumentos culturales y obras de defensa, se habrían escapado, como hicieron después de alrededor el 1600 aC. Pero cuando los arqueólogos desenterraron los restos de los campos de trabajo para la construcción de las pirámides y los templos, encontraron que no fueron construidos por esclavos que trabajaban por unas raciones de gachas. Había una gran cantidad de carne en la dieta, una gran cantidad de cerveza en las fiestas. Se organizaba como un proceso de socialización, trabajando en proyectos públicos durante el periodo de tiempo que no era necesario para la siembra y la cosecha. Se han encontrado representaciones iconográficas de los gobernantes, ya sea en murales o en sellos cilíndricos, que llevan cestas de tierra sobre su cabeza. Un trabajo agotador, pero que era seguido de fiestas, socialización y encuentros.

En la antigüedad hubo revoluciones exigiendo la anulación completa de las deudas. Pero no era necesaria una revolución social en la Edad de Bronce, porque la autoridad central del gobernante era mayor que la de la oligarquía privada que comenzó a crecer (en gran parte gracias al dinero acumulado mediante el comercio exterior, y que prestaba sus ganancias con intereses). En la Edad de Bronce se ganaba dinero mediante la privatización, por ejemplo, los templos que ofrecía la cerveza a las mujeres para que la vendiesen a los clientes al por menor y que contraían deudas con ellos. Pero si las cosechas se perdían, se anularon estas deudas de los bebedores de cerveza y las mujeres vendedoras.

Lo mismo ocurrió en Japón en su período medieval. El sake era fabricado en los templos. Y fue con los templos con los que la mayoría de la gente acumuló deudas. Hubo una revolución contra los templos acreedores en Japón. Y en la antigüedad clásica, en el siglo séptimo antes de Cristo, las ciudades más prósperas, de Esparta a Corinto, derrocaron a las oligarquías, redistribuyeron la tierra y cancelaron las deudas. Pero más tarde, los historiadores oligárquicos llamaron a estos líderes populistas “tiranos”. Pero su tiranía consistía en expulsar a la oligarquía y redistribuir la tierra.

 A partir del siglo séptimo, no vuelve a ocurrir. Solón de Atenas prohibió la servidumbre por deudas en 594 antes de Cristo. Pero en el siglo tercero antes de Cristo, los reyes de Esparta -Aegis y Cleómenes, seguido de Nabis- cancelaron las deudas. Los oligarcas hicieron un llamamiento a Roma para luchar contra Esparta. Derrotaron a Esparta. A partir de entonces, la oligarquía romana fue la primera sociedad que no canceló las deudas personales. Eso significaba que poco a poco, se reducía a los deudores a una servidumbre permanente, no meramente temporal, no solamente de 3 años como en las leyes de Hammurabi, o cada 50 años como en el Año Jubileo periódico en el Israel bíblico. Comenzó a haber servidumbre permanente y polarización económica. Ese es el mismo tipo de endeudamiento personal que se está desarrollando en las economías actuales.

Hoy en día, las familias que entran en el mercado de trabajo tendrán que pasar toda su vida laboral pagando la deuda que contraen para pagar una educación para conseguir un trabajo, así como la deuda que necesitan para comprar un coche para ir a trabajar, y la hipoteca de la casa que necesitan para vivir y evitar unos alquileres que suben y suben. Tienen que pasarse toda la vida trabajando simplemente para pagar a sus acreedores, no para vivir mejor con más bienes y servicios. A diferencia de la servidumbre, los trabajadores de hoy en día pueden vivir donde quieran. Pero dondequiera que vivan, tienen que producir valor no sólo para sus empleadores, sino también para los banqueros.

Estos banqueros (y accionistas)) son los principales explotadores en la actualidad. Así que el capitalismo financiero se está imponiendo al capitalismo industrial. En lugar de que el capitalismo industrial evolucione hacia el socialismo, como se esperaba, está retrocediendo de nuevo a una neo-servidumbre y un neo-feudalismo. Esto es principalmente debido a que es imposible reconducir la deuda dentro del sistema capitalista industrial para que evolucione hacia una economía socialista. Eso es lo que el neoliberalismo está patrocinando con la financiarización y la privatización.




 La incapacidad de hacer la deuda productiva.

En un principio, bastó la fuerza armada, haciendo la guerra a los países que cancelaban las deudas. En la época romana, los acreedores simplemente asesinaban a los políticos a favor de los deudores, como los Gracos después de 133 ac en adelante (incluyendo a Jesús en Judea). Pero en el mundo actual, los acreedores han tenido que cambiar la percepción de las personas, para que la gente piense que no están siendo explotados. Alrededor de 1890 los acreedores y los latifundistas patrocinaron una reacción anti-clásica diciendo que la renta económica no existe, que todo tiene un coste y que todo ingreso es ganado. John Bates Clark en América, y los marginalistas en el extranjero, defendieron que todo lo que gana alguien, es producido- por definición (es decir, por un razonamiento circular). Así que, si usted es un socio de Goldman Sachs y gana 22 de millones de dólares al año, eso se considera una contribución al PIB de la economía. La gente piensa: “Bueno, los ricos realmente se lo ganan. Son mucho más productivos que yo”.

Si se cree en este paradigma “meritocrático”, no se va a resentir la riqueza depredadora. El resentimiento es contra uno mismo. La oligarquía ha hecho que los deudores y la clase media sufran un síndrome de Estocolmo. Se auto-culpan. Y piensan que “si se recortasen los impuestos sobre los ricos, como Donald Trump quiere hacer, tendrían dinero suficiente para contratarnos y podríamos ser más ricos”.

Pero eso no es lo que hacen los ricos con su dinero. No contratan a los trabajadores aquí. Ellos se enriquecen adquiriendo una empresa, despidiendo a los trabajadores, saqueando el fondo de pensiones, y trasladando su producción a Indonesia, Vietnam o alguna otra economía de bajos salarios donde no haya sindicatos.
 Los libros de texto de economía no reconocen esto. Describen un universo paralelo respaldado por una economía eufemística orwelliana que hace creer a la gente que de alguna manera van a enriquecerse con dinero prestado para comprar una casa que puede subir aún más de precio. El sueño es ser un Donald Trump en miniatura, ganar dinero gracias a su hogar como una inversión inmobiliaria. Hacer dinero en el mercado de valores entregando la gestión de su dinero a los administradores financieros de Citibank, Goldman Sachs u otras compañías que han pagado diez mil millones de dólares en multas por fraude financiero. Donald Trump quiere ahora acabar con la Agencia de Protección Financiera al Consumidor de Elizabeth Warren. El argumento republicano es que al igual que tenemos que dar a la gente el derecho a comprar comida basura, refrescos y hamburguesas de McDonald, tienen que tener el derecho a comprar productos financieros de los trileros de Wall Street que van a estafarlos.



Es lo que llaman el libre mercado. Pero ese no es el tipo de libre mercado que los economistas clásicos del “libre mercado” como Adam Smith tenían en mente. Los grupos de presión de los rentistas se han apoderado de la mente de las personas. De eso trata Matar al anfitrión. Es la dinámica intelectual básica del parasitismo. En la naturaleza, los parásitos no simplemente se adhieren a un huésped y le chupan la sangre, o se hacen con el excedente de una economía. Para poder hacerlo, tienen que adormecer al anfitrión. Necesitan un anestésico para que el huésped no se dé cuenta que está siendo mordido. A continuación, los parásitos biológicos en la naturaleza tienen una enzima que utilizan para asumir el control del cerebro. El cerebro del huésped es engañado para hacerle creer que el parásito es una parte de su cuerpo, que debe ser protegidos. Eso es lo que el sector parasitario, el sector FIRE, ha hecho en las economías modernas. Ha convertido a Wall Street en el centro de planificación, no al gobierno elegido. Así es como los rentistas se han apoderado de la economía.

 Pero, es evidente, los objetivos de los planificadores financieros no son los mismos que los de los planificadores del gobierno. El objetivo financiero es apropiarse de los activos, para ganar dinero en el corto plazo, no para planificar a largo plazo, que es lo que se supone que los gobiernos tienen que hacer. Nadie toma en consideración la supervivencia y la sostenibilidad de la economía a largo plazo. Estamos entramos en la fase de apropiación de activos por parte del capitalismo financiero.

Hayek puso la economía clásica cabeza abajo. Adam Smith, John Stuart Mill y los otros economistas clásicos que se supone que son iconos del libre mercado defendían un mercado libre de la renta de la tierra, de las rentas de monopolio y de los intereses financieros. Sin embargo, para Hayek, un mercado libre significa que es libre para estos rentistas. Libre para los propietarios, los banqueros y los monopolistas. Por eso su grupo, los Von Misianos en Austria, se pasaban el tiempo luchando contra el gasto público y la “amenaza” del socialismo. Afirmaban que el socialismo conduce al fascismo. Pero en realidad, es la escuela de Chicago la que lo hace. Es el “libre mercado” de los Chicago Boys lo que condujo al fascismo en Chile derrocando al gobierno de Allende.

Así que Hayek llamó al fascismo libertad, y a la libertad la llamó fascismo. Lo primero que hicieron los chicos de Chicago en Chile fue cerrar todos los departamentos de economía. Porque se dieron cuenta de que no se puede tener un mercado libre al estilo Hayek a menos que se esté dispuesto a matar a todos los que no estén de acuerdo con ellos. Tuvieron que matar a los dirigentes obreros y a decenas de miles de intelectuales. Se cerraron todos los departamentos de economía del país, excepto el de la Universidad Católica, donde enseñaban ellos. Hubo asesinatos en masa. Si no se está dispuestos a matar a todo el mundo que no piensa de la misma manera, no se puede tener el libre mercado de Frederick Hayek. No se puede tener a Alan Greenspan o a la Escuela de Chicago, no se puede tener la libertad económica que es la libertad de los rentistas sin reducir al resto de la economía a la servidumbre por la fuerza.

 Hayek decía que la forma de crear servidumbre es hacer que la gente piense que la libertad es la servidumbre. Así que estamos de vuelta a Orwell: la libertad es esclavitud, la guerra es la paz. Esa es la economía orwelliana que ahora enseña la ortodoxia convencional. Ya no se enseña la historia del pensamiento económico como hace 50 años, cuando yo estaba haciendo mi doctorado. Se la ha sacado de los planes de estudios. Si la gente realmente quiere leer lo que dijo Adam Smith después de que viajara a Francia y se reuniese con los fisiócratas - y estaba convencido de que debía haber un impuesto sobre la tierra y que en las economías no debería haber gorrones - se daría cuenta de que lo que dijo es exactamente lo contrario de la ideología de libre mercado actual. John Stuart Mill define la renta como lo que ganan los propietarios “en su sueño”, sin tener que trabajar. Estos economistas clásicos estaban en el camino hacia el socialismo. Sólo a mitad de camino, pero en el camino hacia él.

Así que la historia del pensamiento económico ha sido sustituida por las matemáticas, para matematizar un modelo de universo paralelo ficticio. El resultado es lo que los operadores de computadoras llaman Basura in: Basura out (Gigo). Se está matematizando algo ficticio. Si nos fijamos en las introducciones a los libros de texto de Paul Samuelson o Bill Vickery, resulta que ganaron el premio Nobel de Economía por afirmar explícitamente que la economía no trata de la realidad. Sino que trata de la consistencia interna de las hipótesis. Es la construcción de un bello sistema que, si realmente funciona, sería tan atractivo que los estudiantes estarían dispuestos a abandonar su incredulidad. Eso es lo que hace un buen escritor de ciencia ficción. El truco es hacer que los lectores estén dispuestos a aceptar los supuestos que se les propone al principio. La visión de orejeras del libre mercado es simplemente una cuestión de coherencia lógica a partir de unos supuestos poco realistas.

Estas personas aparecen como entradas en mi diccionario como “sabios idiotas”. Son muy inteligente de una manera abstracta, autista, pero no saben sobre lo que son inteligentes. Están dispuestos a usar su astucia para engañarnos, para convertirse en grupos de presión pro-financieros. Su trabajo es utilizado por grupos de enfoque para averiguar qué tipo de retórica es mejor para engañar a la gente haciéndoles creer que la pobreza es riqueza. El objetivo es convencer a la gente de que pueden hacerse ricos endeudándose para comprar una casa y formar parte de la rutina económica de la clase media, y creer en aquello de lo que Ralph Nader se burló: “Sólo los ricos nos pueden salvar”. Si puede hacer que la gente crea eso, has ganado sus corazones y sus mentes


Por Michael Hudson

Sin Permiso

sábado, 26 de octubre de 2013

El conflicto capital-trabajo en las crisis actuales

  



Por Vicenc Navarro



Es sorprendente que en la extensísima literatura que se ha escrito sobre las causas de las crisis actuales muy poco se ha centrado en el conflicto capital-trabajo (lo que solía llamarse lucha de clases) y su génesis en el desarrollo de tal crisis. Una posible causa de esta situación es la enorme atención que ha tenido la crisis financiera como la supuesta causa de recesión actual. Pero tal atención ha desviado a los analistas del contexto, no sólo económico, sino político, que no sólo determinó, sino que configuró tal crisis financiera así como la económica, la social y la política. En realidad no se puede analizar cada una de ellas y la manera como están relacionadas sin referirse a tal conflicto. Como bien dijo Marx, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. Y las crisis actuales (desde la financiera a la económica, pasando por la social y política) es un claro ejemplo de ello.
Veamos los datos. Durante el periodo post II Guerra Mundial, dicho conflicto se mantuvo a través de un pacto entre el capital y el mundo del trabajo que determinó que los salarios, incluyendo el salario social (que se reflejó en el aumento de la protección social mediante el desarrollo de las transferencias y servicios públicos del Estado del Bienestar), evolucionaran acorde, predominantemente, con el aumento de la productividad. Como consecuencia de ello, las rentas del trabajo aumentaron considerablemente, alcanzando su máximo (a los dos lados del Atlántico Norte) en la década de los setenta (la participación de los salarios, en términos de compensación por empleado, en EEUU fue del 70% del PIB; en los países que serían más tarde la UE-15, este porcentaje era el 72,9%; en Alemania un 70,4%; en Francia un 74,3%; en Italia un 72,2%; en el Reino Unido un 74,3% y en España un 72,4%).
Este pacto social se rompió a finales de la década de los setenta y principios de los años ochenta como consecuencia de la rebelión del capital ante los avances del mundo del trabajo. La respuesta del capital fue el desarrollo de una cultura económica nueva basada en el liberalismo, pero con una mayor agresividad, resultado, en aquel momento, de su postura defensiva frente a los avances del mundo del trabajo. Su versión en políticas públicas fue lo que se ha llamado neoliberalismo, que tenía como objetivo recuperar el terreno perdido mediante el debilitamiento del mundo del trabajo . A partir de entonces, el crecimiento de la productividad no se traduciría tanto en el incremento de las rentas del trabajo, sino en el aumento de las rentas del capital. Y esta respuesta, mediante el desarrollo de las políticas neoliberales (que constituían un ataque frontal a la población trabajadora), ha sido muy exitosa. Las rentas del trabajo descendieron en la gran mayoría de países citados anteriormente. En EEUU pasaron a representar en 2012 el 63,6% del PIB; en los países de la UE-15 el 66,5%; en Alemania el 65,2%; en Francia el 68,2%; en Italia el 64,4%; en el Reino Unido el 72,7%; y en España el 58,4%. El descenso de las rentas del trabajo durante el periodo 1981-2012 fue de un 5,5% en EEUU, un 6,9% en la UE-15, un 5,4% en Alemania, un 8,5% en Francia, un 7,1% en Italia, un 1,9% en el Reino Unido y un 14,6% en España, siendo este último país donde tal descenso fue mayor.

lunes, 24 de junio de 2013

Totalitarismo financiero






Por Max Haiven
ATTAC



A finales de mayo se reveló que el nuevo proyecto de ley que regula el sector bancario y financiero, a todos los efectos prácticos, había sido elaborado por Citigroup. Esto es lo último de una larga lista de lo que solo puede llamarse corrupción legalizada en los más altos niveles del poder del Estado, lo que no ha conducido en última instancia a ninguna política o cambio legal significativos a raíz de la crisis financiera de 2008. Los ávidos lectores del intrépido periodista Matt Taibbi de “Rolling Stones” y otros, no pueden evitar sentirse asqueados y agredidos moralmente por la impunidad y la arrogancia de las élites financieras, aunque los astutos estudiantes de historia destacarán los momentos previos a la conquista del poder y toda la influencia por parte de la élite financiera, que ha extendido una negra sombra siniestra sobre la economía, la política y la sociedad.
Totalitarismo no es un término inadecuado y no solo porque el ámbito financiero cuente con tal cantidad de riqueza y poder. El término fue acuñado por el dictador fascista italiano Benito Mussolini para exaltar el sistema que creó, basado en una ideología excluyente que dominaba y controlaba todos los aspectos de la vida de los ciudadanos. El Estado fascista despiadado y autocrático no solo domina totalmente la economía y la política, sino que también trata de transformar la vida social y la cultura de la nación para convertirla en una forma de vida totalitaria. Aunque no exista una pomposa figura decorativa fascista, sí podemos ver el enorme poder del sector financiero con su forma totalitaria desorganizada ad-hoc, y como ese poder financiero y su pensamiento único extienden cada vez más su mancha sobre el tejido social. Y al igual que los totalitarismos históricos, la “financiarización” de la vida está en última instancia destinada al beneficio de una pequeña minoría, en detrimento de todos los demás.
El término “financiarización” generalmente se refiere a la superposición de dos procesos económicos. En primer lugar, señala la forma en que una parte cada vez mayor de la riqueza de una nación está ligada o representada por el sector financiero (generalmente conocido como FIRE, de Finanza, Seguros y Bienes Raíces, en sus siglas en inglés) de ahí la enorme influencia del sector financiero en empresas, gobiernos e individuos. El lucro financiero representa en EE.UU. el 8,40% del ingreso nacional, lo que hace que este sector sea una de las mayores “industrias” del país. El 10% más rico de la población posee el 88% de todos los activos financieros (que han creado la depresión en que nos encontramos) y aproximadamente el 40% de toda la riqueza del país está en manos del 1% de la población, mientras el patrimonio neto promedio del 40% más pobre es de -$10.000 ($10.000 de deuda media) y hasta – $15.000 si se excluye la garantía hipotecaria. La financiarización significa el aumento del poder de la banca, de los fondos buitre, de las firmas de capital privado y otros sectores financieros, y la vía de acumulación e incremento de riqueza y poder del 1% de la población.
Pero la financiarización también se refiere a la forma en que los objetivos financieros, las ideas y las prácticas comienzan a moldear e influir en los actores económicos, fuera del sector financiero y más allá del mismo. Así, por ejemplo, cada vez más empresarios no se ven a sí mismos como productores de bienes y servicios (por no hablar de su calidad humana como patronos o como simples miembros de la comunidad), sino más bien como vehículos para la especulación financiera. Gracias a la llamada “revolución del valor para los accionistas” que vio cómo los “activistas” financieros tomaron el control de la gobernanza corporativa en la década de 1990 y principios de la de 2000, la mayoría de las empresas que cotizan en bolsa no han orientado sus operaciones a la obtención de un lucro estable y seguro, sino a operaciones arriesgadas a corto plazo. El resultado de esto, básicamente, es que las empresas no financieras (desde las más importantes en el campo de la alimentación hasta las tecnológicas) están obsesionadas con la innovación y la eficiencia, conseguida a base del despido de trabajadores, la deslocalización, las subcontratas de parte del trabajo, la práctica de la contabilidad de riesgo y la “ingeniería” financiera. El mundo corporativo se financiariza cada vez más, se obsesiona buscando la forma de exprimir al máximo a los consumidores y a los trabajadores para sacarles la mayor cantidad de dinero posible, mientras se muestra cada vez más insensible a la destrucción ecológica, las consecuencias para la comunidad y hasta la existencia a la largo plazo de la propia empresa.
Tal vez los ejemplos más egregios de esto se observen en las empresas de capital riesgo (como la de Mitt Romney, Bain Capital), especializadas en comprar empresas en graves dificultades, reducir plantillas y salarios sin contemplaciones y finalmente deslocalizarlas, vendiendo o subcontratando partes de la infraestructura empresarial. Una vez “ahogados los gatitos”, (como dijo un magnate de los medios de comunicación canadienses convertido en Lord británico primero y finalmente en el presidario Conrad Black, refiriéndose a los recortes que había llevado a cabo cada vez que engullía un nuevo periódico) las compañías de capital privado venden las empresas una vez “racionalizadas” con un lucro inmenso. Pero incluso las empresas que no tienen problemas se ven obligadas por los accionistas, los tenedores de bonos y los bancos a abrazar la austera mentalidad de la financiarización, que ve el mundo como un conjunto de riesgos y oportunidades que se pueden aprovechar para obtener un lucro especulativo.
La financiarización, por supuesto, también presenta una volatilidad sin precedentes, así como una gran incertidumbre en los mercados financieros y va dejando profundamente marcados los puntos de sutura en el tejido de la vida cotidiana. La financiarización se define también por las formas cada vez más alambicadas, intrincadas y clandestinas con que una subclase especializada de magos financieros deconstruye activos financieros para modificar su exposición a diferentes niveles de riesgo, y vuelve a reconstruirlos a continuación para volver a ensamblarlos o titularizarlos incluyendo fragmentos de participaciones financieras. Estos y otros activos financieros, incluyendo elementos tan dispares como apuestas especulativas sobre las tasas de cambio, bonos del estado o precios de los alimentos, que pueden arruinar toda la economía, circulan por el imperio transnacional computerizado de los mercados interconectados, donde la mayoría de las transacciones están automatizadas y se realizan a tan mareante velocidad que constituyen un poder en sí mismo.
Pero la financiarización significa algo todavía más profundo que esto. Resulta fácil quedar atrapado en las horripilantes dimensiones económicas del poder de las finanzas, pero también es necesario entender la dimensión política, social y, sobre todo, los aspectos culturales de este proceso. La financiarización no es solo algo que se nos impone exclusivamente “desde arriba” por la petulante casta de los banqueros y los despiadados gestores de fondos de capital privado. Es también algo que depende de todos nosotros en nuestras relaciones financieras de cada día. Y para cambiar esta situación, es necesario no solo derrocar a los oligarcas financieros, sino también cambiar todas las relaciones cotidianas.
Como hemos visto en el ejemplo de Citigruop, que ha redactado la política financiera del gobierno federal, la financiarización es un proceso político, una gran parte del cual se caracteriza por la repugnante influencia incestuosa del sector financiero en todos los niveles del gobierno. A estas alturas es bien sabido que la gran mayoría de los reguladores, a todos los niveles del poder federal, así como los burócratas económicos de todo el mundo, son ex empleados y ex consultores de empresas financieras. El mundo financiero es tan esotérico y oculto (afirma la élite financiera) que resulta demasiado complejo para ser comprendido por simples mortales como nosotros, ya que para ello es necesario disponer de la puerta giratoria entre Goldman-Sachs y el Tesoro. Podríamos añadir a esto el hecho de que la mayoría de las naciones de la tierra (y cada vez más la mayoría de los estados, provincias, ciudades, a veces hasta juntas escolares, universidades, hospitales y otras obras de infraestructura “pública”), suman miles de millones de dólares de deuda contraída con las principales instituciones financieras mundiales, lo que significa que estos bancos e instituciones financieras tienen un enorme poder sobre la política de los gobiernos. Y utilizan su influencia para obligar a estos a actuar prácticamente como corporaciones financieras: reducción de empleos, privatización o cobro de servicios, adentrándose cada vez más en formas peligrosas de apalancamiento financiero.
Si los gobiernos, grandes y pequeños, no pueden demostrar que son buenos administradores financieros, les puede resultar difícil o imposible obtener los préstamos suficientes para pagar los gastos. Ya estamos viendo muchas ciudades que se han declarado en quiebra, no por falta de productividad de su economía o por derroches económicos, sino porque simplemente no pueden mantenerse al día en el pago de los intereses de los préstamos que se han visto obligados a pedir, ya que tras 40 años de revolución neoliberal del libre marcado, los gobiernos han reducido los impuestos (especialmente a las empresas) hasta tal punto que ahora deben pedir prestado el dinero que en otros tiempos, por exacción fiscal, era del Estado, es decir nuestro. A esto podríamos añadir el círculo vicioso en el que el sector financiero moviliza y ejerce su poder e influencia para obligar a los gobiernos a relajar o eliminar la regulación y la supervisión de su mundo. Esa desregulación es precisamente la que llevó a las condiciones en que las hipotecas subprime fuera de control, brotaron como setas (venenosas). Durante los últimos 30 años los gobiernos se vieron obligados, o convencidos, a relajar primero y a tirar por la alcantarilla después, la supervisión del sector financiero y los mercados hipotecarios. El resto es historia, pero nos lleva al siguiente punto, y es que la financiarización también contiene un proyecto social. Es algo que se mueve en el nivel sociológico también. Así por ejemplo, desde la Segunda Guerra Mundial la propiedad de la vivienda se ha considerado como el factor característico de pertenencia a la clase media en los países más desarrollados. Anteriormente los gobiernos han tratado de ayudar a los propietarios de diversas formas, entre ellas la construcción de vivienda pública o la creación de empresas mixtas de capital público-privado que esencialmente ayudaban a mitigar el riesgo de los préstamos bancarios a los futuros propietarios. Lo primero que deberíamos tener en cuenta sobre este tema es que esencialmente se piensa en una necesidad humana básica, que es la vivienda como refugio, como albergue, como hogar, antes que una mercancía. Y después no solo se anima a las personas a comprar casas como el medio de protección y seguridad que eran, sino que cada vez más y sobre todo a partir de la década de 1970, las fuerzas del mercado presionan sobre la compra de vivienda como inversión, a lo que animan también los gobiernos y (por supuesto) las entidades financieras, que dicen que la vivienda es un bien en constate revalorización. Y recientemente las casas empezaron a ser consideradas como dinero en efectivo o acciones, lo que significa que en caso de vacas flacas se podrían pedir préstamos avalados por el valor de las viviendas (lo mismo para comprar un coche, pagarse una carrera universitaria o dar la entrada para la vivienda de los hijos, etc.). Esto forma parte de un cambio más amplio que nos lleva a todos a vernos a nosotros mismos como entidades financieras individuales o financieros en miniatura.
Con el auge de las políticas económicas neoliberales orientadas al “libre” mercado basado en el asalto de la extrema derecha al “Gran Gobierno”, los servicios públicos y la seguridad social se han casi extinguido hasta dejar a las personas que se valgan por sus propios medios en un mundo cada vez más globalizado y en una feroz economía de austeridad de mercado. El resultado es el estancamiento económico, desempleo masivo, reducción salarial, la reducción del patrimonio neto de la mayoría de la población, el aumento de la precariedad en el empleo (empleo temporal, a tiempo parcial, basado en salarios bajos, más aún para las mujeres). También se manifiesta en la sensación de que no podemos confiar en nadie más que en nosotros mismos, aunque nos aconsejan gestionar los riesgos de nuestra propia vida mediante la realización de “inversiones” prudentes e individualistas con fines de lucro. Un ejemplo clave e ilustrativo es la transformación de las pensiones de jubilación del sistema público en privado, en que cada uno asume su propia responsabilidad, un aspecto más de la gran privatización de los riesgos vitales, que de ser compartidos por toda la sociedad, pasan a ser del individuo aislado. Esta ideología de la finanziarización ha saturado completamente a la sociedad y no solo en el reino de la vivienda. La educación, por ejemplo, ha dejado de ser contemplada como un bien general destinado a cultivar a una nueva generación de ciudadanos responsables. Se ve en cambio como un inversión individual mediante la cual se espera el “apalancamiento” de decenas de miles de dólares en créditos que los estudiantes emplearán para conseguir un título universitario que les permita competir en el mercado de trabajo con objeto de poder pagar la deuda contraída (estadísticas recientes indican que el 11% de los estudiantes pagan los plazos del préstamo con 90 días de retraso). De hecho, la deuda se ha convertido en la condición universal de la post-clase media norteamericana, que hace malabares con las tarjetas de crédito y de débito, la fecha de vencimiento del préstamo, el descubierto en la cuenta corriente, el plazo del crédito de estudios, la deuda del seguro médico privado, y demás obligaciones que nos han convertido a todos en virtuosos y lúgubres financieros. Al igual que la deuda de los gobiernos, la deuda de las personas no es consecuencia de haber gastado en exceso, sino el efecto de la masiva transferencia de riqueza de los trabajadores a las arcas de la oligarquía financiera. Existen recursos suficientes para que todos podamos tener un hogar, para educación, sanidad, seguridad ciudadana. Después de todo EE.UU. es el país más rico que jamás haya existido. El problema es que la riqueza está distribuída de una forma totalmente perversa y gran parte de la misma está dedicada a fines destructivos como la industria militar y de prisiones. Mientras, la mayoría dependemos del Estado del “debtfare” (Estado del débito) en lugar del Estado del welfare (Estado del bienestar).
Las dimensiones sociales de la finanziarización incluyen la forma en que las ideas y las medidas financieras se infiltran cada vez más en otros ámbitos de la vida. Hasta hace poco tiempo, por ejemplo, muchos gobiernos han estado experimentando con los “bonos de impacto social”, que básicamente permiten a las empresas privadas abrir una brecha para ofrecer servicios que siempre han prestado los gobiernos. Así que el gobierno de una ciudad o de un estado puede entregar a un grupo de inversionistas el derecho de administrar un programa para ayudar a disminuir el riesgo de reincidencia de jóvenes “en riesgo”, con índices de éxito muy claros. Si las empresas privadas no pueden correr con los gastos y han tenido “éxito”, el gobierno les paga el coste más una prima considerable. Aunque haya cierto riesgo, los inversores se sienten atraídos por la posibilidad de una rentabilidad impresionante de la inversión y los gobiernos por una forma “sin riesgo” aparente de ofrecer servicios sociales. Los bonos de impacto social son un ejemplo perfecto de la forma en que ideas y procesos financieros se están convirtiendo en una respuesta a todos los problemas de la sociedad, aunque irónicamente sea la economía financiarizada la que está causando estos problemas en primer lugar (en gran parte, por ejemplo, por la gestión de los patrones de la pobreza urbana y la exclusión racial, que dan lugar a la existencia de “jóvenes en riesgo”, en primer lugar).
También podemos fijarnos en la hipérbole que rodea la idea de “alfabetización financiera”, como ejemplo de la sociología de la financiarización. A raíz del comienzo de la crisis financiera de 2008, las élites financieras y los gobiernos, en un intento de desviar la atención de sus épicos fracasos, señalaron a los estafadores de los prestatarios de las subprime como los autores de la toxicidad que envenenó (y al parecer aún envenena) al aparentemente inocente mercado. Se puso una nueva financiación, tanto por el sector público como por el privado, al servicio de una “educación financiera”, incluyendo clases en los centros comunitarios e incluso en grandes superficies como Walmart, para enseñar a las personas pobres a ser mejores sujetos financieros. Ni que decir tiene que estos cursos de alfabetización financiera estaban totalmente orientados a la individualización de la crisis financiera y a amonestar a las personas por no ser lo suficientemente buenos mini-financieros, en lugar de ofrecer un poco de alfabetización sobre el despreciable poder económico y político del sector financiero en su conjunto, y mucho menos sobre el hecho de que la deuda, la pobreza y la ruina financiera de las personas es una función típica de las fuerzas sistémicas, que están muy lejos de su control. Mientras que el control de la contabilidad y un presupuesto personal prudente podrían resultar útiles, hay millones de personas matándose a trabajar para arañar algunos centavos sin hacer nada malo y sin embargo se encuentran bajo una montaña de deudas. En realidad, estas iniciativas educativas producen un profundo analfabetismo financiero porque nos distraen de la realidad de que la causa de nuestros problemas financieros es una parte fundamental de un sistema económico tremendamente desigual y explotador.
Podemos añadir a esto la forma en que las metáforas y los procesos financiarizados se han convertido en la única forma de interpretar e imaginar las enormes y horrendas consecuencias de la propia economía. Podemos señalar por ejemplo la forma en que el debate sobre el cambio climático está preocupado por las nociones de creación de un “mercado” del carbón, de la misma forma que la crisis del SIDA en África subsahariana se aborda como un pasivo económico futuro en vez de como una indignante tragedia humana, o la forma en que los defensores de la sanidad pública deben justificar estos bienes sociales como buenas “inversiones” sociales que reducen los costes y los “riesgos” futuros.
Así que las dimensiones sociales de la financiarización son todas esas maneras en que nuestro sentido de responsabilidad colectiva o de responsabilidad pública es privatizado, y la manera en que todos nosotros nos damos cuenta cada vez más de que nos quedamos solos, asumiendo individualmente todos los riesgos, compitiendo unos con otros con uñas y dientes dentro de una economía austera e indiferente. Esta dimensión social se refuerza y normaliza por la dimensión cultural de la financiarización o por la manera en que la deuda, la austeridad y la especulación son “recién normalizadas”. Podemos empezar a verlo en los avances informativos de la televisión. Cuando se refieren a una catástrofe o a cualquier acontecimiento mundial, siempre tienen prioridad las dimensiones empresariales y financieras, con los comentaristas informando sobre cómo afectarán a los mercados de valores los huracanes y terremotos, algún ataque terroristas o las agresiones militares en Oriente Medio. Y a pesar del hecho de que la mayoría de los ciudadanos no posea activos financieros (o si los tiene es en forma de fondos mutuos sobre los que apenas tiene control), la información se transmite triunfalmente en la prensa financiera y de negocios, incluyendo cifras y tendencias de los mercados de valores, además de en todos los periódicos generalistas y programas informativos de la televisión. Hemos visto ya el nacimiento de la televisión financiera 24 horas (Bloomberg) que lleva el nombre del magnate financiero de los medios de información, que es también alcalde de la ciudad más grande del continente y el mayor centro financiero del mundo: financiarización en carne y hueso), con el odioso Mad Money, que nos convence de que el mercado de valores es una especia de perfecta meritocracia donde incluso el más insignificante individuo puede hacer carrera. Así como también podemos ver en todas partes una cultura emergente preocupada y obsesionada por las finanzas. Hay, por ejemplo, programas de tele realidad sobre la especulación financiera con imágenes superpuestas grabadas por una cámara que sigue a los individuos mientras “invierten” en las viviendas, con la esperanza de obtener ganancias rápidas mediante la reforma y reventa de las mismas. De hecho este tema de personas dedicadas a “comprar barato y vender caro” es el “argumento” estrella de un montón de programas de tele realidad, en el que aparecen desde los coleccionistas de antigüedades hasta los cazadores de recompensas. Esto sin mencionar repelentes celebridades financieras de la calaña de Donald Trump o Warren Fuffet, ni del dominio del circuito de erudición por parte de las cabezas parlantes de los llamados Think Tanks o Grupos de Reflexión fundados por los financieros, o por los bustos parlantes de los propios financieros. Y tampoco se trata de hablar de las formas en que una sociedad profundamente preocupada por el insomnio solitario que le provoca una deuda en gran parte inmaterial, da lugar a monstruosas pesadillas colectivas y a patrones ludopáticos obsesivos y adictivos al juego y las puestas.
Mientras tanto, los autores y comentaristas encuentran metáforas fértiles en el mundo financiero para ayudar a entender otras facetas de nuestras vidas. Las personas con quienes nos relacionamos y los libros de autoayuda nos aconsejan abordar nuestras relaciones personales y nuestras deseos y aspiraciones como si fuéramos financieros, “invirtiendo” juiciosa y calculadoramente nuestro tiempo, afectos y hasta nuestra identidad personal, en las relaciones y proyectos rentables y lucrativos. En un mundo donde la idea de un trabajo seguro para toda la vida es ya cosa del pasado, todos somos acuciados a mirarnos a nosotros mismo no como trabajadores, sino como sabios financieros independientes, invirtiendo en una cartera como avezados profesionales, con agilidad para navegar entre contratos y oportunidades, siempre buscando la próxima oportunidad ventajosa, compitiendo sin piedad unos contra otros mediante la autopromoción y la dedicación desinteresada. ¿Es de extrañar que en una cultura obsesionada con la competencia individual y la gestión del riesgo veamos un odio creciente entre los pobres y los privilegiados? En la medida en que vemos la sociedad como una colección de personas egoístas, de individuos financiarizados, culpamos a los individuos por sus “fracasos” y disfrutamos de la oportunidad de atribuirles rasgos de pereza, avaricia y despilfarro. Y en una sociedad donde cada vez vivimos una vida competitiva más aislados unos de otros, perdemos de vista los asuntos públicos y colectivos, incluidos los graves peligros que plantean cuestiones como el calentamiento global y el aumento de las tasas de pobreza (que tienden a llevar a la delincuencia, la violencia, las formas destructivas de encarcelamiento, la enfermedad y la muerte).
Nosotros, sujetos financiarizados, nos volvemos cada vez más incapaces de ver o comprender las formas de opresión y explotación del sistema. Si todos somos igualmente libres para competir en el mercado del trabajo y la riqueza, ¿por qué siguen existiendo el racismo, el sexismo o el capacitacionismo, si no es por los prejuicios irracionales de los individuos? Invisibilizadas, la opresión y la desigualdad, que siguen siendo parte central de nuestra economía y sociedad, se reduce a problemas personales. Y si alguien se atreve a sacarlas a colación, provocan una feroz reacción de aquellos que tienen privilegios raciales o de género, pero que creen que las mujeres, los negros y otros están ordeñando el sistema por disfrutar de derechos especiales y ayudas de todo tipo. Huelga decir que el sujeto financiarizado es el candidato perfecto para apoyar los intereses políticos de la extrema derecha que, irónicamente, desregula aún más y empodera al propio sector financiero. Así mismo lo hace en los tiempos que corren, caracterizados por una economía y una sociedad dominada por la extrema volatilidad de los mercados financieros, que se presta al milenarismo y al fundamentalismo religioso que ofrecen una ilusión de estabilidad, seguridad y sentido de la vida basados en la individualización, el moralismo y la promesa siempre aplazada de la redención. Parafraseando la noción de Marx de que la “religión es el opio del pueblo”, hoy diríamos que los fundamentalismos son el crack de cocaína de una sociedad desenfrenada y paranoica.
También podemos agregar a lo anterior algunos hechos “culturales”: la gran mayoría de los “maestros” de la esfera financiera son hombres que han abrazado una forma de masculinidad tremendamente competitiva y egoísta que asumen como norma biológica. Al igual que las ideas y procesos financieros esparcidos por toda la sociedad, llevan consigo la valorización de estas virtudes supuestamente masculinas, alentando a las mujeres mercantilizadas a abrazar también el espíritu bárbaro del lucro y la acumulación de riqueza. Mientras, los programas de estímulo del gobierno están dirigidos principalmente a las industrias tradicionalmente dominadas por los hombres, como arquitectura, ingeniería, tecnología y manufactura, mientras se restringen los destinados a las profesiones en que predominan las mujeres, como enseñanza, sanidad, pediatría, etc. Y las mujeres tienden a llevar también el peso del trabajo no remunerado que conllevan la familia, los niños, las personas discapacitadas y mayores que ya no cuentan con la asistencia que prestaban los servicios públicos suprimidos. También podemos destacar la forma en que una sociedad financiarizada favorece a aquellos que disponen de capital para “invertir” o una buena capacidad crediticia. En una sociedad en la que históricamente las personas de etnias diferentes a la caucásica se encuentran en desventaja y tienen un patrimonio medio menor y unas calificaciones crediticias inferiores a las de los blancos, el sistema tiende a reforzar y consolidar las desigualdades raciales existentes. En el toma y daca de la economía, donde cada uno de nosotros tenemos que competir para encontrar trabajo y sobrevivir a períodos de desempleo y subempleo, las personas con enfermedades mentales, discapacidad física o movilidad reducida, son las más desfavorecidas.
Así pues, la financiarización no es sólo la supremacía económica del sector financiero, sino que es un proceso que funciona a nivel de la economía, la política, la sociología y la cultura. No debemos pensar que solo la vida política, social y cultural de las finanzas sea el referente de su poder económico. Como hemos visto, el ámbito financiero está compuesto por la riqueza inmaterial y en gran parte imaginaria, con todos nosotros conscriptos del ahorro, del pedir prestado y creyentes de la gran secta del totalitarismo financiero. Estos diferentes esferas de la vida se refuerzan mutuamente entre sí, y por lo tanto, incluso en el contexto de una crisis financiera tan masiva y desastrosa, el sector financiero está más fuerte que nunca y la financiarización de la vida sigue acelerándose. Superar el totalitarismo de las finanzas, por tanto, exige actuar en el plano económico, político, social y cultural. En el plano económico, es importante tener en cuenta que el sector financiero es en última instancia sólo un sector de una economía capitalista intrínsecamente explotadora. Aunque en ciertos momentos de la historia del sector financiero éste se eleva a una posición suprema dentro del capitalismo, el problema es el capitalismo en sí y no solo el plano financiero. Se trata de un sistema basado fundamentalmente en la transformación de la cooperación humana en lucha desigual, individualista y competitiva de todos contra todos. Mientras que en otros momentos de la historia del capitalismo – como el capitalismo del New Deal de la postguerra en EE.UU., los capitalistas eran relativamente más domesticados y suaves – seguían con la explotación de los trabajadores y la mercantilización de las necesidades y deseos y el momento histórico se caracteriza por la pobreza, la desigualdad y la opresión. Por lo tanto, los intentos de regular las finanzas, en el mejor de los casos solo tendrán un éxito limitado. Aun suponiendo que pudiésemos superar el tremendo poder del propio sector financiero y el cabildeo en el portal del poder político, e incluso pensando que pudiésemos crear un enorme movimiento para exigir el cambio político, en el mejor de los casos esto no haría más que devolver al capitalismo a su etapa anterior. Y aunque eso representara recuperar unas mejores condiciones de vida individuales para algunas personas, no resolvería el problema mucho más amplio y profundo de la competitividad y el poder del mercado seguiría aplastando nuestras vidas.
Así que la respuesta a la financiarización, en el plano económico y político debe ser el rechazo al capitalismo a favor de algún otro sistema económico. La construcción de una nueva economía, se lleva a cabo en dos niveles. Por un lado, toma la forma de creación de nuevos bienes comunes en nuestras ciudades, barrios y comunidades. Los Comunes son conjuntos de recursos compartidos que no se mercantilizan. Deben incluir todo lo necesario para vivir, como alimentos, agua, vivienda, sanidad, educación, seguridad y transporte, aunque la mayoría de estos bienes está hoy día privatizada y orientada al mercado. Los Comunes son ejemplos de democracia de base, administrados por personas para personas. Jardines comunitarios, guarderías, clínicas, actividades para después de la escuela, prevención del delito en el bario e iniciativas de justicia reparadora, cocinas comunitarias que nos ayuden a todos a construir una alternativa, la economía solidaria de base. Representa también una transformación de las relaciones sociales y culturales que nos sitúan en el centro de nuestras vidas y nos convierten en protagonistas del cambio. En segundo lugar, la transformación política y económica fuera de la financiarización requiere construir , fabricar, producir en red estos bienes comunes en un movimiento de masas que pueda mostrar la capacidad productiva de nuestra sociedad y gobierno. Cuando aumente lo suficiente el número de Comunes, se podrán reclamar fábricas, escuelas, hospitales y empresas de la élite financiera para ponerlas en funcionamiento para todo el mundo como cooperativas, no para el lucro corporativo. También se puede transformar el gobierno en un vehículo para apoyar el bien común, en lugar de para apoyar el mercado.
En las zonas donde la financiarización haya arrasado ya nuestras vidas y esperanzas y las de las comunidades, se aumentará la producción de los bienes comunes para satisfacer las necesidades de la gente. La comunidad ecológica, las nuevas cooperativas y la economía solidaria están surgiendo ya en todas partes. La pregunta de nuestra época será: ¿Puede el totalitarismo financiero aniquilar estos esfuerzos al nacer o cooptarlos de alguna manera incorporándolos a su escala de valores? ¿O tendrán éxito estos commons para hacer una causa común y convertirse en la plataforma desde la que reclamar nuestro mundo? Estamos ya viendo una lucha acerca del significado de los commons, ¿será simplemente un modelo de negocio alternativo o una válvula de escape para el capitalismo global en crisis? ¿O será la piedra angular de un sistema realmente diferente?