Por Alejandro Nadal.
Una
versión muy popular sobre los orígenes de la crisis sostiene que la avaricia
condujo a los operadores del sector financiero al exceso que generó la debacle.
Es una interpretación de la crisis que encuentra muchos adeptos porque permite
encontrar la falla en las debilidades y vicios de unas cuantas personas. El
sistema está bien, sólo que siempre hay unas cuantas manzanas podridas que todo
lo echan a perder.
De
entrada esta representación de la crisis tiene un problema. Se supone que el
mercado es un dispositivo que se nutre del egoísmo y de la ambición individual.
Como dice Adam Smith, es precisamente porque los individuos son egoístas y
persiguen su interés personal que se logra una situación de armonía social en y
por el mercado. De ahí su metáfora: es como si cada uno fuera guiado por una
“mano invisible” y por su egoísmo terminara haciendo el bien para todos los
demás. ¿Cómo es que ahora la ambición desmedida provoca las crisis?
Bueno,
también se dice que la desregulación del sector bancario hizo posible la
debacle. La ambición habría sido el motor, pero la eliminación de controles
sobre el sector bancario y financiero abrió el camino para el despliegue de
esas pasiones, trayendo consigo graves implicaciones macroeconómicas.
Pero
aquí hay algo interesante. Resulta que si son las pasiones desmedidas las que
engendran la crisis, entonces lo que se necesita para prevenirla es establecer
los límites adecuados a tal frenesí. En el caso actual, la crisis se hubiera
evitado si se hubieran puesto límites a la ambición desmedida. En síntesis, el
sistema económico está bien, pero a veces algunos seres humanos lo descarrilan
por su conducta malévola o torcida.
Claro,
la retórica que utiliza la teoría económica busca expurgar cualquier referencia
a la moral y se prefiere usar la palabra “expectativas” en lugar de “pasiones”:
los agentes económicos tienen expectativas que se forman de manera más o menos
racional. Y así, desde Keynes hasta Lucas, pasando por Minsky, los planes de
inversión y consumo de los agentes que integran una economía se forjan a través
de los esfuerzos para enfrentar la incertidumbre (Keynes) o para frustrar las
intervenciones del gobierno (Lucas).
El
análisis de Minsky es más sofisticado, pero descansa en la misma idea. Al igual
que otros autores post-Keynesianos, Minsky ofrece un modelo más serio sobre el
funcionamiento de una economía monetaria capitalista que lo que propone la
teoría convencional. En su explicación sobre la dinámica de una economía
capitalista, el endeudamiento y los bancos tienen un papel importante. (Aunque
los lectores se sorprenderán, en los modelos de la teoría convencional, la que
es utilizada para hacer la apología del neoliberalismo, los bancos no aparecen
por ningún lado. Sí, así como lo leyeron: en los modelos de los economistas del
sistema, ni los bancos, ni el endeudamiento tienen el lugar que merecen. Pero
me estoy desviando del tema).
Aquí lo
importante es destacar que en el modelo de Minsky sobre las crisis financieras
el papel de las expectativas es crucial. En las fases de tranquilidad en una
economía capitalista, los agentes económicos, empresarios en la economía real o
prestamistas en el sector
financiero encuentran que sus expectativas sobre la evolución favorable
de la economía se están confirmando. Proceden a corregirlas al alza y eso
conduce a la apreciación de sus activos, lo que les permite mayor
apalancamiento y endeudamiento. Y eso conduce nuevamente a nuevas correcciones
en su conducta como tomadores de riesgo y así sucesivamente. Pero poco a poco
el proceso se agota y arranca un proceso de deflación. Es la crisis y en su
desarrollo, el componente subjetivo (la formación de expectativas) desempeña un
papel fundamental.
Existe otra
visión sobre los descalabros que sufren las economías capitalistas. En ella el
sistema económico conduce a la crisis independientemente
de la formación de expectativas o de las motivaciones de la conducta de los
agentes. En esta percepción el sistema económico es como una maquinaria cuyas
contradicciones internas imprimen el dinamismo que conduce a las crisis. No se
trata aquí de saber qué pasa cuando los agentes abrazan pronósticos más o menos
optimistas sobre el futuro de la economía, o cuando se equivocan en sus
anticipaciones. La economía funciona de tal manera que la crisis es inevitable,
cualquiera que sea el proceso y el resultado de la formación de expectativas.
Es a lo
que conduce el análisis de Marx. Las contradicciones del capitalismo, y en especial
la lucha de clases, son la incubadora de la(s) crisis, independientemente de
las motivaciones y expectativas de los agentes. Ni el sub-consumo, ni la sobre
producción son suficientes para detener permanentemente el proceso de
acumulación capitalista. En cambio, la ley tendencial
sobre la caída de la tasa de ganancia erige una barrera para la expansión del
capital que solamente puede resolverse en y a través de la crisis. Esa ley se
manifiesta sin implicar una referencia a las anticipaciones de los agentes.
Es
cierto que hay paralelismos entre el análisis de Keynes-Minsky y de Marx. Sin
duda sus análisis son complementarios y desembocan claramente en la misma
conclusión: una economía capitalista es inherentemente inestable. Keynes diría
que, además, es capaz de mantener niveles socialmente inaceptables de desempleo
durante mucho tiempo. Por eso es necesaria la acción del gobierno y se abre el
debate sobre los diferentes méritos de la política fiscal versus la monetaria,
etc. Pero la diferencia profunda entre Marx y Keynes-Minsky es que en el
primero no hay manera de evitar la crisis. El capitalismo no es sólo
‘inherentemente inestable’, sino que es sinónimo de desigualdad y crisis. La
salida no es una regulación adecuada o una intervención eficaz, sino la
transición a un sistema socialmente deseable.
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