martes, 12 de junio de 2012

Las anteojeras económicas de Paul Krugman

 Por Michael Hudson *


Paul Krugman es objeto de gran aprecio por sus columnas del New York Times en las que critica las exigencias republicanas de austeridad fiscal. Con razón, argumenta que recortar el gasto público empeorará la depresión económica en la que estamos hundiéndonos. Y pese a su politiqueo partidista con los demócratas, avisó desde un principio en 2009 de que el modesto programa anticíclico del presidente Obama no era lo bastante audaz como para espolear la recuperación.

Estos son los temas de su nuevo libro, End This Depression Now. [Acabad ya con esta crisis, Crítica, Barcelona, 2012] Al viejo estilo keynesiano, cree que la solución a la insuficiente demanda del mercado es que el gobierno gestione mayores déficits presupuestarios. Debería empezar a conceder subvenciones, compartiendo ingresos, de 300.000 millones de dólares anuales a los estados y poblaciones cuyos presupuestos se han visto reducidos por la caída  de los impuestos sobre la propiedad y la ralentización económica general.


Todo esto es una buena idea por lo que a eso respecta. Pero Krugman se detiene aquí, como si fuera eso todo lo que se necesita hoy en día. De modo que lo que ha hecho básicamente es entrar en liza con pigmeos intelectuales. Con ello se rebaja su argumentación y distrae en realidad de lo que se necesita para evitar la depresión financiera y fiscal de la que avisa.  

Este es el problema: para centrar la argumentación en contra de los “austerianos” que abogan por el equilibrio fiscal, Krugman espera que los economistas dejen de distraer la atención hablando de lo que él juzga no necesario. No parece necesario reducir las deudas, por ejemplo. Todo lo que hace falta es disminuir las tasas de interés de las deudas ya existentes, permitiendo que se mantengan.  

Krugman tampoco aboga por transferir impuestos del trabajo a la propiedad. Lo que implica es que California puede permitirse su Proposición #13, la congelación de impuestos sobre la propiedad comercial y viviendas en los niveles de hace ya mucho tiempo, que ha estrangulado fiscalmente al estado y ha conducido a una explosión de los precios de la vivienda apalancados por la deuda, dejando sin tributar el valor inmobiliario y por tanto con libertad para comprometerlo con los bancos en préstamos sobre hipotecas cada vez mayores, en lugar de que se pague a las autoridades públicas.

No hay atisbo en el periodismo de  Krugman de la necesidad de invertir la transferencia tributaria del sector inmobiliario y financiero (al trabajo y los impuestos sobre ventas), salvo para reponer una fiscalidad un poco más progresista.

El efecto de las sugerencias de Krugman consiste en que el gobierno subvencione las estructuras financieras y fiscales existentes, dejando intactas las deudas e ignorando un sistema tributario en gran medida regresivo, injusto e ineficiente. Es injusto porque las ganancias de los ricos, y lo que es aun peor, las ganancias derivadas del precio de sus activos (del “capital”) tributan a tasas inferiores y están plagadas de lagunas y saldos fiscales. Los opulentos se benefician de las ganancias inesperadas que conlleva la inversión pública en infraestructuras por la que aboga Krugman, pero ni una palabra respecto a la recuperación pública de esta inversión. Los gobiernos pueden desde luego crear su propio dinero como alternativa a la tributación, pero algunos impuestos – sobre todo sobre ganancias inesperadas, como el valor de un emplazamiento inmobiliario como resultado de la inversión pública en carreteras u otras formas de transporte público– se justifican simplemente sobre la base de la justicia económica.

De modo que es importante hacer notar que Krugman no encara estas cuestiones que antaño desempeñaban un papel tan importante en la política del Partido Demócrata, antes de que la facción de Wall Street consiguiera hacerse con el control por medio del proceso de financiación de la campaña, antes incluso del caso Citizens United [que permite contribuciones sin límite]. Durante más de un siglo, los economistas han reconocido la necesidad de que la reforma fiscal y financiera fuesen de la mano. La incapacidad de proceder a una reforma conjunta ha conducido al sector bancario y financiero – junto a su base principal de clientes, el sector inmobiliario – a achicar los impuestos sobre la propiedad y  “liberar” la economía con impuestos de modo que el ingreso se pueda comprometer con los bancos conforme los intereses llevan préstamos mayores. El efecto termina consistiendo en cargar la economía en toda su extensión con deuda privada y pública. .

De acuerdo con la lectura de Krugman, no hace falta reducir las deudas privadas o aumentar la eficacia del sistema fiscal. Se ha de subvencionar mejor, principalmente mediante un crédito bancario más fácil y mayor gasto público. De modo que me temo que su libro podría haberse subtitulado “Cómo puede salir la economía de la deuda a base de pedir prestado”. Eso es lo que hacen los déficits presupuestarios: se añaden a la deuda general. En Europa, donde no hay un banco central al que se le permita monetizar el gasto del déficit, esto paga intereses a las transferencias a los tenedores de bonos (y sus descendientes). En los Estados Unidos, la Reserva Federal puede monetizar su endeudamiento, pero el efecto viene a ser subvencionar el servicio de la deuda nacional. Krugman se muestra censorio respecto a la cuestión de la deuda en el último mes, más o menos. En su columna del último viernes en el New York Times, escribió: “Cada vez que algún político o entendido de los que se dan importancia empiece a perorar sobre cómo los déficits suponen un gravamen para la siguiente generación, recuerden que el mayor problema al que se enfrentan los jóvenes norteamericanos de hoy no es el peso futuro de la deuda”.[1] Por desgracia, la incapacidad de Krugman de contemplar el problema económico de hoy como una cuestión de deflación de la deuda refleja su fracaso (que sufre la mayoría de los economistas, a buen seguro) a la hora de reconocer la necesidad de reducciones de la deuda, de reestructurar el sistema bancario y financiero, y de volver a transferir los impuestos del trabajo a las ganancias de propiedad, renta económica y precios de activos   (de “capital”). El efecto de este estrecho conjunto de recomendaciones consiste en defender el status quo, y por mi dinero que, pese a su reputación como liberal, eso convierte a Krugman en conservador. Veo poco en su lógica que se oponga a la Rubinomics, [de Robert E. Rubin, secretario del Tesoro con Clinton, política centrada en el equilibrio presupuestario y la reducción del déficit] que ha continuado siendo el programa del Partido Demócrata con el gobierno de Obama.

Muchos de los lectores de Krugman le consideran la esperanza principal para oponerse a una política republicana todavía peor. Pero, ¿qué puede ser peor que la Rubinomics abrazada por Larry Summers, Tim Geithner, Rahm Emanuel y otros remanentes de Wall Street en el Democratic Leadership Committee? [Comité Directivo Demócrata, el verdadero órgano supremo que marca la timorata política de los demócratas norteamericanos].  

Acaso pueda pinchar a Krugman para que adopte una posición más contundente en esta cuestión. Pero lo que me preocupa es que se ha pasado bruscamente al ala “rubinómica” de su partido. Insiste en que la deuda no importa. El fraude bancario, las hipotecas basura y el capitalismo de casino no son problema, o al menos no tan graves que no pueda curarlo un mayor gasto del déficit. Criticando a los republicanos por poner énfasis en el desempleo estructural, escribe: “las cifras que resuenan con autoridad insisten en que nuestros problemas son ‘estructurales’, que no pueden arreglarse rápidamente… ¿Qué significa decir que tenemos un problema de desempleo estructural? La versión habitual incluye la afirmación de que los trabajadores norteamericanos están atrapados en los sectores equivocados o tienen las capacidades laborales equivocadas”. [2]

Haciendo uso de la prestidigitación neoclásica para dar gato por liebre, restringe el significado de “reforma estructural” para referirse a los economistas de la Escuela de Chicago que culpan al desempleo actual por ser “estructural,” en el sentido de trabajadores preparados para ocupar los empleos equivocados. Con ello se desvía la atención de los apremiantes problemas que son genuinamente estructurales.

La palabra “estructural” se refiere a los desequilibrios sistémicos que los economistas neoclásicos desechan como “institucionales”: la deuda general, el sistema legal, especialmente las injustas y disfuncionales leyes de bancarrota y ejecución hipotecaria, las regulaciones contra el fraude financiero, y la distribución de la riqueza en general. En 1979, por ejemplo, yuxtapuse el estructuralismo económico al monetarismo de la Escuela de Chicago en mi monografía sobre Canada in the New Monetary Order. He entrado en detalle en esa discusión en mi libro de texto sobre Trade, Development and Foreign Debt (reeditado en 2010). La tradición se asienta en el programa de reformas de la Era Progresista [época de gran activismo social y reformista en los EE. UU. entre 1880 y 1920]. Corregir esos defectos estructurales e institucionales, el parasitismo y los  privilegios que buscan “almuerzos de gorra” es todo en lo que se centraba la economía política clásica…y lo que la reacción neoclásica trataba de excluir del programa económico. Pero desde la perspectiva de los autores neoclásicos hasta los desreguladores de la Rubinomics, el problema de una elevada deuda masiva impagable que se expande inexorablemente por el interés compuesto (y las tasas de penalización) sencillamente desaparece.

De modo que el gran problema de hoy en día se cifra en si detener el desvío de ingresos y riqueza a las instituciones financieros que se encuentran en lo más alto de la pirámide económica, o invertir la polarización que se ha producido en los últimos treinta años entre acreedores y deudores, las instituciones financieras y el resto de la economía. Me doy cuenta de que resulta más difícil criticar a alguien por un error de omisión que por un error de comisión. Pero la distinción quedó borrada hace un mes cuando Krugman se perdió en el agujero negro de la teoría de la banca, las finanzas y el comercio internacional que ha engullido a tantos economistas neoclásicos y keynesianos de vieja escuela. Pero el mes pasado Krugman insistió en que los bancos no crean crédito, salvo cuando piden prestadas reservas que (a su modo de ver) traspasan meramente los ahorros de préstamo de la gente opulenta a aquellos con una mayor propensión a consumir. Criticando a Steve Keen (que acaba de publicar una segunda edición de su excelente Debunking Economics para explicar la dinámica de la creación monetaria endógena), escribió:

“Keen prosigue después afirmando que el préstamo es, por definición (al menos tal como yo lo entiendo), una adición a la demanda agregada. Me da la impresión de que no entiendo nada en absoluto. Si yo decido recortar mis gastos y guardar mis fondos en un banco, que se los presta a algún otro, esto no tiene que representar un aumento neto de la demanda. Sí, en algunos (muchos) casos, el préstamo se asocia a una demanda más alta, porque los recursos se transfieren a gente con una mayor propensión a gastar, pero Keen parece estar diciendo otra cosa, y no estoy seguro de qué. Creo que tiene algo que ver con la noción de que crear dinero = crear demanda, pero nuevamente se trata de algo que no es correcto en ningún modelo que yo entienda. Keen afirma que es porque una vez se incluye a los bancos, prestar incrementa la oferta de dinero. De acuerdo, pero ¿por qué importa eso? Parece asumir que la demanda no puede crecer a menos que aumente la oferta de dinero, pero eso es cierto solamente si se fija la velocidad del dinero;”[3]

Pero la “velocidad” no es más que una variable de juguete para “equilibrar” cualquier ecuación dada, una tautología, no una herramienta analítica. Como economista neoclásico, Krugman se muestra remiso a reconocer que los bancos no solo crean crédito; al crearlo, crean deuda. Esa es la esencia de la contabilidad de balances. Pero escribiendo como un principiante, Krugman ofrece la mitología de que los bancos solo pueden prestar el dinero que toman de los depositantes (como si esos bancos fueran las buenas cajas de ahorro o bancos de ahorro y préstamo de antaño, no lo que Keen llama  “creadores de dinero endógeno”). Los bancos crean electrónicamente depósitos en el proceso de hacer préstamos.  

Krugman doblaba luego su apuesta en su afirmación de que la creación de deuda bancaria no tiene importancia. La gente decide qué ingresos quiere ahorrar, o decide cuánto pedir prestado para comprar bienes que sus estancados niveles salariales ya no les permiten pagar. Todo es cuestión de elección, y no una necesidad (“inelástico en precio” es el eufemismo neoclásico):

En primer lugar, cualquier banco determinado tiene, de hecho, que prestar el dinero que recibe en depósitos. Los funcionarios de préstamos de los bancos no pueden emitir cheques así por las buenas, del aire; como empleados de cualquier intermediario financiero, deben comprar activos con los fondos que tienen a mano.  
Así que, ¿cuánta moneda decide retener el público, por oposición a lo que supone guardar fondos en depósitos bancarios? Bien, se trata de una decisión económica, que responde a cosas tales como ingresos, precios, tasas de interés, etc. Dicho de otro modo, de nuevo nos encontramos firmemente en el terreno de la economía corriente, en el que las decisiones se toman al margen y todo lo demás. Los bancos son importantes, pero no nos llevan a un universo económico alternativo.

Conforme leo materiales diversos sobre banca — comentarios aquí, pero también escritos varios aquí y allá — a menudo me topo con la opinión de que los bancos pueden crear crédito del aire. Hay vehementes negativas en torno a la propuesta de que el préstamo de los bancos se ve limitado por sus depósitos, o que la base monetaria desempeña algún tipo de papel importante; los bancos, se nos dice, apenas si mantienen reservas (lo que es verdad), así que la creación o destrucción de reservas de la Fed no tiene efecto alguno.[4]

No solo crean los bancos nuevo crédito – deuda, desde la ventajosa perspectiva de sus clientes – sino que en ausencia de gasto y regulación públicos siguiendo trazas más progresistas, esta nueva creación de deuda es el único modo de que le economía haya evitado una brusca contracción de del consumo a medida que los salarios reales han permanecido estancados desde finales de los años 70. La oferta de los bancos no es de las que la gente pueda rechazar: “Llévese un crédito o quédese sin casa”, o “Acepte un préstamo para estudiar o quédese sin formación e intente conseguir un empleo en McDonald’s.” Dicho de otro modo: “la bolsa o la vida”. Es lo que los bancos han venido diciendo a lo largo de la historia. La diferencia es que ahora pueden crear libremente crédito – y como Alan Greenspan apuntó ante los comités del Senado, los trabajadores se encuentran tan abrumados por las deudas (“a un cheque de distancia de quedarse sin casa”) que tienen miedo de que, si se quejan de las condiciones de trabajo, piden salarios más altos (por no decir nada de que intenten sindicalizarse), los despidan. Si fallan a la hora de pagar un cheque, las tasas de sus tarjetas de crédito subirán un 29%. Y si se saltan un pago de la hipoteca, pueden enfrentarse a un desahucio y perder su casa. De manera que el sistema ha intimidado a la población con su poder de creación de crédito y deuda.

El punto ciego de Krugman con respecto a la deuda general hace descarrilar también la teoría del comercio. Si Grecia abandona el euro y devalúa su moneda (el dracma), por ejemplo, las deudas cifradas en euros o en otra divisa fuerte aumentarán de modo proporcional. De manera que Grecia no puede marcharse sin repudiar sus deudas en la  en la litigiosa economía global de hoy. Sin embargo, Krugman cree en el viejo sinsentido neoclásico según el cual todo lo que se necesita es la “devaluación” para rebajar el coste laboral interno. Es como si se mostrase indiferente al sufrimiento que impone esa austeridad, como la que sufrieron los países latinoamericanos a manos de los planes de austeridad desde 1970 en adelante.  Los costes se pueden “poner bajo control ajustando los tipos de cambio”.[5] El problema es sencillamente, por lo tanto, una cuestión de tipos de cambio (que se traduce al poco en costes laborales). La depreciación de la moneda reducirá (según la teoría del comercio de Krugman) los costes laborales y otros costes internos hasta un punto en que los gobiernos puedan exportar lo bastante no sólo para cubrir sus importaciones sino pagar sus deudas en divisas extranjeras (que se dispararán en términos de moneda local).

Si fuera este el caso, Alemania podría haber pagado su deuda por reparaciones [de guerra] depreciando el marco en 1921. Pero lo hizo un millón de veces, y ni siquiera eso bastó para pagarla. Ni los teóricos neoclásicos del comercio ni los monetaristas de la Escuela de Chicago entienden el hecho de que cuando las deudas públicas o privadas se cifran en divisa extranjera (fuerte), la devaluación destroza la economía. El último medio siglo ha demostrado esto una y otra vez (muy recientemente en Islandia). Los activos internos se transfieren a manos extranjeras, incluyendo los de las oligarquías domésticas que operan desde sus cuentas en paraísos fiscales en dólares o francos suizos.   

La ceguera ante la cuestión de la deuda tiene como resultado un especial sinsentido cuando se aplica al análisis de por qué la economía norteamericana ha perdido su competitividad en las exportaciones. ¿Cómo demontre se puede esperar que compita la industria norteamericana cuando los empleados han de pagar cerca del 40% de su salario en vivienda apalancada con deuda, cerca del 10% en préstamos para estudios, tarjetas de crédito y demás deudas bancarias, 15% en FICA [Federal Insurance Contribution Act, impuesto sobre el empleo o la nómina para pagar la Seguridad Social y programas como Medicare], y cerca de un 10%  a un 15% más en ingresos e impuestos sobre ventas? ¡Entre el 75% y el 80 % del pago salarial queda absorbido por el sector de Finanzas, Seguros e Inmobiliario
(Finance, Insurance and Real Estate - FIRE) antes de que los empleados puedan empezar a comprar bienes y servicios! No es de extrañar que la economía se esté contrayendo, caigan las ventas y las nuevas inversiones y contrataciones hayan hecho lo propio. 

¿Cómo se las va a arreglar con la dimensión actual de la deuda un gobierno que gestiona un déficit mayor, salvo adoptando la sugerencia de Krugman de permitir a estados y poblaciones gastar marginalmente más ingresos y evitar más despidos, mientras el complejo militar industrial incrementa su “capitalismo del Pentágono”? Hasta ahora, el mayor incremento en la deuda pública reciente se ha cifrado en rescatar al sector bancario, no en contribuir a que se recupere la economía “real”.
Aumentar el gravamen de la deuda de las naciones europeas tiene las mismas consecuencias funestas. Alemania se muestra reacia a rescatar a Grecia a menos que Grecia se mueva para hacer más eficiente su desmesurada administración e ineficaz burocracia, detenga la evasión fiscal por parte de los opulentos, limpie la corrupción y, en una palabra, se muestre más germánica. Los recortadores presupuestarios “austerianos” norteamericanos a los que Krugman critica de modo semejante pueden señalar al despilfarrador gasto público, sin llegar a distinguir entre una positiva inversión en infraestructuras y las “carreteras a ninguna parte” propias del amiguismo y las lagunas fiscales promovidas por políticos del Congreso cuyas campañas están patrocinadas por intereses financieros especiales, el sector inmobiliario y los monopolios.

Pero me temo que Krugman se ve atraído por el tirón gravitacional de la Rubinomics, el agujero negro del partido Demócrata del que sencillamente no puede escapar la luz de la claridad en lo que toca a la cuestión de la deuda y las malas estructuras financieras y legales. Las únicas variables que admite están libres de estructuras: el gobierno federal puede ciertamente gastar más y reducir las tasas de interés (sobre todo sobre las hipotecas) de manera que una deuda hipotecaria más alta, un préstamo para estudios más abultado, la deuda personal y empresarial más elevadas se puedan afrontar más fácilmente. No hay necesidad de reducir ninguna de estas deudas. Esa solución aparentemente obvia y sensata queda fuera del alcance de la economía neoclásica de Krugman. No consigue reconocer que las deudas que no se pueden pagar no se pagarán. Este es el problema inmediato al que se enfrentan las economías de los EE. UU. y Europa hoy en día, y la forma en que se resuelva va a dar forma a la siguiente generación.

El problema del análisis de Krugman es que la creación de deuda bancaria no desempeña ningún papel analítico en las propuestas de Krugman para rescatar la economía. Es como si la economía operase sin riqueza o deuda, simplemente sobre la base del poder de gasto que fluye a la economía desde el gobierno, y se gastase en bienes de consumo, bienes de inversión e impuestos – no en el servicio de la deuda, lo que se aparta para  fondos de pensiones o la inflación de precios de los activos. Si el gobierno gasta lo suficiente – acumular un déficit lo bastante grande como para bombear dinero a la corriente de gasto, al estilo keynesiano – la economía puede reanimarse  “ganándose su salida de la deuda”. El supuesto consiste en que el gobierno reanimará la economía a una escala lo bastante amplia como para permitir que quienes se han endeudado con hipotecas, préstamos para estudios y otras deudas – y supuestamente hasta los estados y poblaciones que se han quedado atrás en la financiación de sus planes de pensiones – se “pongan a la par”.

Sin reconocer el papel de la deuda y tener en cuenta la magnitud del patrimonio negativo y la caída de las ganancias, no se llega a ver que lo que impide a la industria norteamericana exportar más es la onerosa deuda general que desvía ingresos para pagar los gastos de Finanzas, Seguros e Inmobiliario (Finance, Insurance and Real Estate - FIRE). ¿Cómo puede competir el trabajo norteamericano cuando los empleados y sus patronos se ven obligados a pagar una deuda por hipoteca tan elevada por su vivienda, una deuda por estudios tan alta por su educación, un seguro médico y Seguridad Social tan elevadas (retención de FICA), una deuda tan alta por tarjeta de crédito – todo esto antes incluso de gastar en bienes y servicios?

De hecho, ¿cómo pueden permitirse siquiera los asalariados adquirir lo que producen? El problema que interfiere con el flujo circular entre productores y consumidores (“Ley de Say”) no constituye “ahorro” como tal. Es pago de la deuda. Y a menos que se reduzcan las deudas, la economía norteamericana se contraerá del mismo modo que las economías de Grecia, España, Portugal, Italia, Irlanda, Islandia y otros países sometidos al Consenso de Washington de la austeridad neoliberal. 

1] Paul Krugman, “Easy Useless Economics,” The New York Times, 11 de mayo de 2012.
[2] Ibid.
[3] Paul Krugman, “Conscience of a Liberal” blog, 27 de marzo de 2012, Minsky and Methodology (Wonkish).
[4] Banking Mysticism, Continued, “The Conscience of a Liberal,” 30 de marzo de  2012.
[5] Paul Krugman, “The Euro Trap,” The New York Times, 30 de abril de 2010.




Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire. El nuevo libro de Michael Hudson, que resume sus teorías económicas, The Bubble and Beyond, estará disponible en pocas semanas.


FUENTE  :  SIN PERMISO
 

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