Por Harold Meyerson *
Supongamos
que el crecimiento de la economía norteamericana se ralentiza hasta
quedar en una gota. No me refiero a los próximos cuatro meses ni al
próximo año, ni siquiera a la próxima década. Me refiero de aquí en
adelante.
Ese es la previsión que hace el economista de la Northwestern University, Robert Gordon, en un nuevo trabajo [1] que ha sido objeto de amplios comentarios. [2]
Escribe
Gordon que se han producido tres revoluciones industriales en los
últimos 250 años: la primera se centró en la máquina de vapor y los
ferrocarriles; la segunda se basó en la energía eléctrica, el motor de
combustión interna y la fontanería doméstica; y la tercera hunde sus
raíces en los ordenadores e Internet. Al substituir la fuerza humana
por la potencia mecánica en el proceso de producción y acelerar
enormemente el transporte y la comunicación, afirma Gordon, la segunda
revolución elevó la productividad y la riqueza bastante más que las
otras dos.
Ciertamente,
las ganancias de productividad en Norteamérica y el aumento
correspondiente de la riqueza se han ralentizado en décadas recientes
comprados con los niveles de los que históricamente disfrutaban los
Estados Unidos. Internet, según escribe Gordon, está incrementando
nuestra capacidad de consumir más que nuestra capacidad de producir,
mientras que los beneficios de la segunda revolución — viajes en
aviones a reacción, la urbanización, el control de la temperatura en el
interior de los edificios — no están sometidos a una gran mejora. De
acuerdo con ello, sostiene, un crecimiento lento será la norma para lo
que resta de este siglo todavía nuevo. Y debido a que la desigualdad
económica ralentizará nuestro progreso aun más, todo el mundo, salvo el
1% más rico, verá el crecimiento de su consumo ralentizado hasta una
tasa anual de sólo el 0,2 %, un nivel bastante por debajo de lo que
juzgamos que es la norma norteamericana, e incompatible con lo que
pensamos que es el sueño americano.
Si
Gordon lleva razón — y presenta una argumentación plausible, aunque
sea discutible — entonces se deshará la esencia misma del
excepcionalismo norteamericano. Los Estados Unidos son el único país
del mundo cuyo existencia coincide con la de la Revolución Industrial.
Nacimos cuando nació el crecimiento y desde hace mucho tiempo lo hemos
considerado un derecho de nacimiento. Más que ningún otro país, hemos
dependido del crecimiento para aliviar nuestros conflictos económicos.
Una Norteamérica sin crecimiento por fuerza sera un país diferente, en
el que el conflicto de clase será más abierto, duradero…y necesario.
Puede
que Gordon sea demasiado pesimista acerca del futuro de la innovación,
pero sus proyecciones de las constricciones que la desigualdad, la
globalización y otros gravámenes presentarán al crecimiento parecen
completamente plausibles. Si ha dado con algo, tenemos por delante
décadas de estancamiento. ¿Qué significará eso para nuestra país y
nuestra política?
Los
tiempos duros crean épocas de mezquindad. Los norteamericanos pueden
encontrar chivos expiatorios del estancamiento, como ya han hecho
muchos con los inmigrantes o los sindicatos del sector público. Pero el
estancamiento permanente podría conducir asimismo a la creación de una
política de clase, que, de acuerdo con los parámetros de otros países,
ha estado en buena medida ausente de la experiencia
norteamericana…salvo en el caso de los ricos. Puesto que el crecimiento
se ralentizó en los 70, los ricos han intentado conseguir y han
conseguido cambiar los códigos fiscales, las reglamentaciones
financieras, las leyes de gasto de las campañas políticas y el poder de
negociación colectiva de los trabajadores, lo que les ha permitido
reclamar una porción sin precedentes de la producción del país.
El
estancamiento a largo plazo, no obstante, podría llegar a transformar
esta guerra de clases unilateral en una guerra de clases con dos
bandos. Si se desvanece el crecimiento — o si los opulentos siguen
reclamando una porción tan inmensa de nuestra riqueza que el
crecimiento desaparece para todo el mundo, salvo para ellos — entonces
el único camino que podría adoptar el 99% para mejorar su suerte sería
explícitamente redistributivo.
Históricamente,
las clases medias y trabajadoras norteamericanas han librado muchas
batallas parcial e indirectamente redistributivas, por supuesto: cuando
el Movimiento Progresista creó el impuesto sobre la renta, cuando el
New Deal creó la Seguridad Social y otorgó a los trabajadores el
derecho a organizarse, cuando la Gran Sociedad creó Medicare y la
presente administración creo el Obamacare. Cada una de estas victorias
se vio precedida de años de agitación sobre el terreno por parte de
sindicatos, grupos de derechos civiles y, ocasionalmente, asociaciones
profesionales. Pero las movilizaciones han tenido a veces sus cosas.
Sus victorias han sido incompletas en el mejor de los casos o han
acabado cediendo (en lo concerniente a los derechos de los trabajadores y
la progresividad fiscal). Sus luchas nunca fueron todo lo
explícitamente redistributivas que deberían haber sido si Norteamérica
hubiera dejado de crecer.
Convertir
la distribución de riqueza y poder en un juego de suma cero exigiría
que esos grupos se centraran más radicalmente en un número reducido de
grandes campañas — poner coto a las finanzas, aumentar la progresividad
fiscal, financiar públicamente las elecciones, aumentar las
prestaciones sociales de bienes elementales como la educación y la
atención sanitaria, y nivelar el campo de acción de los trabajadores
que intentan organizarse. Con todas las fisuras raciales y culturales
que dividen Norteamérica, el surgimiento de un movimiento
redistribucionista sería algo extraordinario. Pero considerando el lento
crecimiento y el estancamiento de la renta de décadas recientes, aun
cuando los ricos seguían haciéndose con una parte cada vez mayor de
nuestra riqueza, hace mucho tiempo que se precisa que surja un
movimiento así.
Addendum:
Abstract del texto aquí comentado de Robert J. Gordon ("¿Ha terminado
el crecimiento económico norteamericano? Una innovación vacilante se
enfrenta a seis vientos en contra")
Este trabajo [3] plantea
cuestiones fundamentales sobre el proceso de crecimiento económico.
Pone en cuestión el supuesto, casi universal desde las aportaciones
seminales de Solow en la década de 1950, de que el crecimiento
económico constituye un proceso continuo que durará siempre. No hubo
prácticamente crecimiento antes de 1750, y así pues no hay ninguna
garantía de que el crecimiento vaya a continuar indefinidamente. Antes
bien, este trabajo sugiere que los rápidos progresos realizados en los
últimos 250 años bien podrían resultar un episodio único en la historia
humana. El trabajo se centra solamente en los Estados Unidos y
considera el futuro a partir de 2007, simulando que la crisis
financiera no se ha producido. Su punto de partida es el crecimiento
del PIB real per cápita en el país de frontera desde 1300, el Reino
Unido hasta 1906 y los Estados Unidos más tarde. En esta frontera, el
crecimiento se aceleró después de 1750, alcanzó la cima a mediados del
siglo XX, y ha ido ralentizándose desde entonces. Este trabajo trata de
"¿cuánto más podría descender la tasa de crecimiento de frontera?"
El
análisis vincula periodos de crecimiento lento y rápido al desarrollo
en el tiempo de las revoluciones industriales (RIs), es decir, la RI1
(vapor, ferrocarriles) entre 1750 y 1830; la RI2 (electricidad, motor
de combustión interna, agua corriente, retretes domésticos,
comunicaciones, entretenimiento, productos químicos, petróleo) entre
1870 y 1900; y la RI3 (ordenadores, la Red, teléfonos móviles) entre
1960 y la actualidad. Muestra evidencias de que la RI2 fue más
importante que las demás y resultó en buena medida responsable de 80
años de crecimiento relativamente rápido de la productividad entre 1890
y 1972. Una vez que las invenciones derivadas de la RI2 (aeroplanos,
aire acondicionado, autopistas interestatales) concluyeron su ciclo, el
crecimiento de la productividad entre 1972-1996 fue mucho más lento
que antes. Por contraposición, la RI3 reavivó sólo un crecimiento
efímero entre 1996-2004. Muchas de las invenciones originales y
derivadas de la RI2 sólo podían suceder una vez: la urbanización, la
velocidad en el transporte, la liberación de las mujeres del arduo
trabajo de acarrear toneladas de agua al cabo del año, y el papel de la
calefacción central y el aire acondicionado para conseguir una
temperatura constante a lo largo del año.
Aun
cuando continúe la innovación en el futuro al ritmo de los décadas
anteriores a 2007, los EE.UU. se enfrentan a media docena de vientos en
contra que están en proceso de lastrar el crecimiento económico en la
mitad o menos de la tasa del 1.9 % anual experimentada entre 1860 y
2007. Entre ellos se cuentan la demografía, la educación, la
desigualdad, la globalización, la, energía/medio ambiente, y el exceso
de deuda de los consumidores y el Estado. Un provocador "ejercicio de
substracción" sugiere que el futuro crecimiento del consumo per cápita
para el 99 % de distribución de la renta podría caer por debajo del 0.5
% anual durante un periodo de varias décadas.
Harold Meyerson, columnista del diario The Washington Post y editor general de la revista The American Prospect, está considerado por la revista The Atlantic Monthly
como uno de los cincuenta columnistas mas influyentes de
Norteamérica. Meyerson es además vicepresidente del Comité Político
Nacional de Democratic Socialists of America y, según propia confesión,
"uno de los dos socialistas que te puedes encontrar caminando por la
capital de la nación" (el otro es Bernie Sanders, combativo y
legendario senador por el estado de Vermont).
FUENTE: SIN PERMISO
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