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lunes, 16 de julio de 2012

¿Quién es muy importante?

 Por Paul Krugman *


"¿Hay una entrada VIP? Somos VIP”. Ese comentario, hecho por un patrocinador que esperaba para entrar en una de las recientes fiestas para recaudar fondos celebradas en los Hamptons, resume bastante bien la actitud de la élite adinerada de Estados Unidos. La base electoral de Romney —olvidémonos del 1% con ingresos más altos, estamos hablando del 0,01% superior o más alto— está compuesta por gente que se considera muy importante.
Concretamente, se trata de personas que creen que son, como decía otro patrocinador de Romney, “el motor de la economía”; que debería valorárseles y que los impuestos que pagan, que ya son los más bajos en 80 años, deberían rebajarse aún más. Por desgracia, decía otro patrocinador diferente, las “personas corrientes” —por ejemplo, las manicuras— simplemente no lo entienden. Vale, es fácil burlarse de estas personas, pero la verdad es que son ellos los que se ríen de nosotros, somos el blanco de las bromas. Porque la panda del “somos VIP” se ha apoderado por completo del Partido Republicano moderno, hasta el punto de que los líderes republicanos consideran que la utilización notoria por parte de Romney de cuentas en paraísos fiscales para evadir impuestos federales no solo es aceptable sino loable. “Es genuinamente estadounidense evitar pagar impuestos, legalmente”, declaraba la senadora Lindsey Graham, republicana por Carolina del Sur. Y hay, claro está, bastantes posibilidades de que los republicanos controlen tanto el Congreso como la Casa Blanca el año que viene. Si eso sucede, seremos testigos de un giro radical hacia las políticas económicas basadas en la premisa de que tenemos que ser especialmente solícitos con los superricos (perdón, los “creadores de empleo”, quería decir). Así que es importante comprender por qué eso no está bien.

martes, 17 de enero de 2012

EE UU no es una sociedad anónima

                                                                                  


Y la avaricia -acuérdense de lo que les digo- no solo salvará a Teldar Paper, sino también a esa otra sociedad anónima que funciona tan mal llamada EE UU".
Así es como el personaje de ficción Gordon Gekko concluía su famoso discurso de la avaricia es buena en el largometraje de 1987 Wall Street. En la película, Gekko se lleva su merecido. Pero en la vida real, el gekkoísmo ha triunfado, y la política basada en la idea de que la avaricia es buena es una de las principales razones por las que los ingresos del 1% más rico han aumentado mucho más rápidamente que los de la clase media.
Hoy, sin embargo, nos vamos a centrar en el resto de esa frase, que compara Estados Unidos con una sociedad anónima. Esta también es una idea que ha sido comúnmente aceptada. Y es la parte esencial del argumento de Mitt Romney para ser elegido presidente: en realidad, está afirmando que lo que necesitamos para arreglar nuestra economía enferma es alguien que haya triunfado en los negocios.
Al hacerlo, lógicamente, se ha buscado un examen riguroso de su carrera empresarial. Y resulta que hay como mínimo un tufillo a Gordon Gekko en el tiempo que pasó en Bain Capital, una empresa de capital riesgo; se dedicaba a comprar y vender negocios, a menudo en detrimento de los empleados, en vez de ser alguien que dirigía empresas pensando a largo plazo. (Además, ¿cuándo va a hacer públicas sus declaraciones de la renta?). Tampoco ayuda a su credibilidad el hacer afirmaciones insostenibles acerca de su papel como "creador de empleo".

domingo, 27 de febrero de 2011

La doctrina del choque en EE UU

 Por Paul Krugman *



Una reflexión: puede que Madison (Wisconsin) no sea El Cairo después de todo. Tal vez sea Bagdad; concretamente, el Bagdad de 2003, cuando la Administración de Bush puso a Irak bajo el mando de autoridades elegidas por su lealtad y fiabilidad política más que por su experiencia y competencia.
Como muchos lectores recordarán, los resultados fueron espectaculares (en el mal sentido). En vez de centrarse en los problemas urgentes de una economía y una sociedad arrasadas, que pronto se precipitarían hacia una mortífera guerra civil, los nombrados por Bush estaban obsesionados con imponer una visión ideológica conservadora. De hecho, con los saqueadores todavía merodeando por las calles de Bagdad, L. Paul Bremer, el virrey estadounidense, le decía a un periodista de The Washington Post que una de sus principales prioridades era "corporativizar y privatizar las empresas de propiedad estatal" -en palabras de Bremer, no del periodista- y "conseguir que la gente se olvidase de la idea de que el Estado lo mantiene todo".
La historia de la Autoridad Provisional de la Coalición obsesionada con la privatización era el eje de La doctrina del shock, el exitoso libro de Naomi Klein, que sostenía que dicha privatización formaba parte de un patrón más general. Desde el Chile de los años setenta en adelante, señalaba, los ideólogos de derechas han aprovechado las crisis para impulsar un programa que nada tiene que ver con la resolución de esas crisis y mucho con imponer su visión de una sociedad más dura, más desigual y menos democrática.
Lo que nos lleva al Wisconsin de 2011, donde la doctrina del choque está plenamente expuesta.
En las últimas semanas, Madison ha sido el escenario de grandes manifestaciones contra el proyecto de ley presupuestaria del gobernador, que negaría los derechos de negociación colectiva a los trabajadores del sector público. El gobernador Scott Walker afirma que necesita aprobar su proyecto de ley para hacer frente a los problemas fiscales del Estado. Pero su ataque contra los sindicatos no guarda relación alguna con el presupuesto. De hecho, esos sindicatos ya han mostrado su disposición a hacer concesiones económicas importantes (una oferta que el gobernador ha rechazado).
Lo que está ocurriendo en Wisconsin es, más bien, una apropiación de poder: un intento de aprovechar la crisis fiscal para destruir el último contrapeso importante frente al poder político de las empresas y los ricos. Y la apropiación de poder va más allá de la patada a los sindicatos. El proyecto en cuestión tiene 144 páginas y hay algunas cosas extraordinarias ocultas en sus profundidades.
Por ejemplo, el proyecto utiliza un lenguaje que permitiría a las autoridades nombradas por el gobernador realizar recortes radicales en la cobertura sanitaria de las familias con pocos ingresos sin tener que pasar por el proceso legislativo normal.
Y luego está esto: "A pesar de lo dicho en las secciones 13.48 (14) (am) y 16.705 (1), el departamento puede vender cualquier central de calefacción, refrigeración y eléctrica de propiedad estatal o puede contratar con una entidad privada la gestión de cualquier central, con o sin solicitud de ofertas, por cualquier cantidad que el departamento estime adecuada para los intereses del Estado. A pesar de lo dicho en las secciones 196.49 y 196.80, no es necesaria ninguna aprobación ni certificación de la comisión del servicio público para que una empresa pública compre dicha central o la contrate para su gestión, y se considerará que cualquier compra de esta índole ha sido realizada en interés de la ciudadanía y cumple los criterios para la certificación de un proyecto según la sección 196.49 (3) (b)".
¿De qué va eso? Wisconsin posee algunas centrales que suministran calefacción, refrigeración y electricidad a instalaciones gestionadas por el Estado (como la Universidad de Wisconsin). En la práctica, el lenguaje del proyecto de ley presupuestaria permitiría al gobernador privatizar cualquiera de esas centrales a su antojo. No solo eso, sino que podría venderlas, sin solicitar ofertas, a cualquiera que él elija. Y fíjense en que cualquier venta de este tipo se consideraría, por definición, "realizada en interés de la ciudadanía".
Si esto les suena como un tinglado perfecto para el amiguismo y la especulación -¿se acuerdan de aquellos miles de millones de desaparecidos en Irak?-, no son los únicos. De hecho, hay por ahí tantas mentes suspicaces que Koch Industries, propiedad de unos hermanos multimillonarios que están desempeñando una función importantísima en la campaña antisindical de Walker, se sintió obligada a emitir un comunicado negando que estuviese interesada en comprar ninguna de esas centrales eléctricas. ¿Están ya más tranquilos?
La buena noticia para Wisconsin es que el aumento de la indignación ciudadana, respaldada en el Senado estatal por las maniobras de los demócratas -quienes se ausentaron para negarles un quórum a los republicanos-, ha frenado la patada en el trasero. Si el plan de Walker era que su proyecto de ley se aprobase antes de que cualquiera tuviese ocasión de descubrir sus verdaderos objetivos, ese plan se ha frustrado. Y los acontecimientos en Wisconsin pueden haber dado que pensar a otros gobernadores republicanos, que parecen estar dando marcha atrás respecto a jugadas similares.
Pero no esperen que Walker o el resto de su partido cambien de objetivos. La exclusión de los sindicatos y la privatización siguen siendo las prioridades del Partido Republicano, y este seguirá esforzándose por colarnos esas prioridades en nombre del equilibrio presupuestario.


Profesor en Princeton y premio Nobel de Economía de 2008. *

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Fracaso del G-20


La reunión del G-20 en Corea concluyó en un estrepitoso fracaso. El superficial comunicado está plagado de errores y promesas falsas. Es mal presagio de lo que vendrá.
Para empezar, no se alcanzó ningún acuerdo sobre los problemas más importantes que aquejan a la economía mundial, ni siquiera en lo que se refiere a la llamada guerra de divisas. En su comunicado final los líderes del G-20 acordaron fortalecer la flexibilidad en los tipos de cambio para que reflejen de manera más precisa los rasgos fundamentales de las economías, y dejaron claro que buscarán que las fuerzas del mercado determinen las paridades.
Hay dos problemas con estas ideas. Primero, los flujos de capital y las políticas de esterilización hacen que la idea de un mercado en el que se fija de manera más certera la paridad cambiaria sea una quimera. No existe tal mercado en el que se llega a determinar algo así como un tipo de cambio de equilibrio. Lo que sí existe es un espacio económico apto para dar rienda suelta a la especulación.
Segundo, la flexibilidad cambiaria no sirve como indicador sobre el estado de salud de una economía. Muestra de eso es precisamente la economía mexicana, en la que los flujos de capital han permitido mantener un peso fuerte en el contexto de una economía enferma. La razón es que con una liberalización financiera absoluta, los flujos de capital responden más a los diferenciales de rendimientos reales entre economías que a otra cosa. Su preferencia por la nuestra no es más que un reflejo de los bajísimos (o nulos) rendimientos reales en otros países.
La verdad es que aquellas líneas fueron insertadas en el comunicado final a insistencia de Estados Unidos y estaban dirigidas a China, país que regularmente interviene para mantener su moneda subvaluada. Pero Pekín insiste en que su política cambiaria se orienta en el sentido indicado por el comunicado final.
Por otro lado, los líderes del G-20 condenaron solemnemente llevar a cabo devaluaciones competitivas de sus divisas. Este pasaje se incluyó para recordarle a Estados Unidos que muchos países no ven con buenos ojos su política monetaria hiperflexible y, en especial, la inyección de liquidez recientemente anunciada por la Reserva federal. Se dice que la delegación estadunidense quiso cambiar la palabra devaluación por subvaluación. Eso era algo más que un refinamiento semántico, pues lo que buscaba era revirarle la carga del mensaje a Pekín.
La realidad es que casi la única medida constructiva para contrarrestar la recesión es precisamente la flexibilización cuantitativa de la Fed. Quizás no es lo mejor en el contexto actual en Estados Unidos, pero como dicen muchos experimentados analistas (incluyendo a Nouriel Roubini y Chris Whalen) en vista de que no habrá otro estímulo fiscal, es ya casi lo único que se puede intentar.
Claro, la flexibilización cuantitativa hace que se reduzca el valor del dólar y se aprecien el euro y el yuan. Y en el G-20 se dejó notar el malestar. Sin embargo, las cosas empeorarían si la economía estadunidense se contrajera todavía más, porque las exportaciones del resto del mundo sufrirían. Ni hablar, no se puede dejar contento a todo mundo al mismo tiempo.
Antes de la reunión el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, publicó un artículo en primera plana del Financial Times haciendo un llamado para introducir un nuevo sistema monetario mundial basado en un patrón oro modificado y un papel menos importante para el dólar. En este artículo reconoce que el sistema monetario que emergió de la conferencia de Bretton Woods dejó de ser viable. El nuevo sistema monetario estaría basado en relaciones de cooperación y debería incorporar al euro, el yen, la libra esterlina y el yuan, junto con el dólar, como las monedas de reserva internacional. Las reglas del nuevo orden seguirían estando basadas en la liberalización financiera y el oro sería la referencia para las expectativas sobre inflación y deflación, así como para la paridad real de esas monedas.
Zoellick argumenta que su propuesta está basada en el reconocimiento del papel de las potencias emergentes y de los rivales del dólar en la economía mundial. Pero no dice nada sobre las verdaderas causas de la decadencia del dólar como la principal o dominante moneda de reserva internacional. En especial, no toma en cuenta el hecho fundamental de que la utilización de estas unidades como referentes de las transacciones y pagos internacionales es una forma de perpetuar la contradicción que conlleva usar monedas nacionales como reserva internacional. Es lo que el G-20 no puede reconocer.
La verdad es que asistimos a la desintegración de un sistema monetario mundial. La experiencia histórica nos dice que las transiciones a nuevos sistemas monetarios internacionales han estado asociados con guerras de grandes dimensiones. El fracaso del G-20 está en su incapacidad para reconocer la necesidad de transitar de manera pacífica a un nuevo esquema de relaciones monetarias internacionales.

AUTOR  :  Alejandro Nadal
FUENTE : SIN PERMISO