jueves, 10 de julio de 2008
LOS VOTANTES DECIDEN... PERO EN QUE SE BASAN?
La responsabilidad es de... bueno, ¿dónde llega? ¿Y quién popularizó esa frase, en todo caso? ¿Herbert Hoover , J. Edgar Hoover, Harry S. Truman, George Washington, o ninguno de ellos?
Espera, ¡no respondas! Es probable que te equivoques – como nos lo dice Rick Shenkman, galardonado periodista investigativo y fundador del siempre provocador sitio en la Red History News Network, en su nuevo libro “Just How Stupid Are We? Facing the Truth about the American Voter” [¿Cuán estúpidos somos? Enfrentando la verdad sobre el votante estadounidense]. Y cuando te des cuenta de la profundidad de la ignorancia que tantos estadounidenses llevan a la cabina electoral, por cierto podrán preguntarte, como Shenkman lo hace con gran efecto en su nuevo libro, quién, por cierto, es el responsable.
De modo que aquí estamos, camino a otro 4 de julio, ese glorioso día en el que se declaró la independencia de EE.UU. y la Campana de la Libertad resonó para el mundo – lo primero no ocurrió el 4 de julio, lo segundo lo inventaron “de punta a cabo” en el Siglo XIX en un libro para niños (¡pero eso ya lo sabías!), Piensa en este artículo de hoy como en una especie de contra-programación para nuestra celebración anual de la historia, un modo de reflexionar qué exactamente, en el octavo año del reino de nuestro más reciente Rey George, tiene para celebrar alguno de nosotros. Considera en su lugar el estado de nuestro cerebro nacional, lee con antelación el nuevo libro de Shenkman (que debiera hacerle dar vueltas la cabeza a cualquiera). Tom
¿Cuán ignorantes son en EE.UU.?
Los votantes eligen... ¿pero en qué se basan?
Rick Shenkman
“Si una nación espera ser ignorante y libre, en un estado de civilización, espera lo que nunca fue y nunca será.”-- Thomas Jefferson
¿Cuán estúpidos somos? Bastante estúpidos, al parecer, si vemos titulares como: “Simpson, Sí – Primera Enmienda ‘¡Ouh!’ establece estudio” (Associated Press 1.3.2006).
“Aproximadamente uno de cada cuatro estadounidenses es capaz de nombrar más de una de las cinco libertades garantizadas por la Primera Enmienda (libertad de expresión, religión, prensa, reunión y petición de compensación por agravio). Pero más de la mitad de los estadounidenses puede nombrar a por lo menos dos miembros de la familia ficticia de la historieta ilustrada, según un estudio.
El estudio del nuevo McCormick Tribune Freedom Museum estableció que un 22% de los estadounidenses puede nombrar a todos los cinco miembros de la familia Simpson, en comparación con sólo 1 de cada mil que puede nombrar todas las cinco libertades de la Primera Enmienda.”
Pero ¿qué significa exactamente si se dice que los votantes estadounidenses son estúpidos? Desgraciadamente no existe consenso al respecto. Como el juez de la Corte Suprema, Potter Stewart, quien confesó que no sabía como definir pornografía, tendemos a simplemente alzar las manos en frustración y a decir: Lo sabemos cuando lo vemos. Pero a menos que intentemos algún tipo de definición, corremos el riesgo de ser incoherentes, condenando desde el principio nuestra investigación de la estupidez. La estupidez no puede significar, como diría Humpty Dumpty, que significa cualquier cosa que digamos.
Me parece que cinco características definidoras de la estupidez son fácilmente obvias. La primera es pura ignorancia: Ignorancia de hechos críticos sobre eventos importantes en las noticias, e ignorancia sobre como funciona nuestro gobierno y quién está a cargo. La segunda es negligencia: La aversión a buscar fuentes fiables de información sobre importantes acontecimientos en las noticias. La tercera es tener cabeza hueca, como la definiera la historiadora Barbara Tuchman: La inclinación a creer lo que queremos creer, a pesar de los hechos. La cuarta es la miopía: El apoyo a políticas públicas que son mutuamente contradictorias, o contrarias a los intereses a largo plazo del país. La quinta, y última, es una categoría amplia que yo llamaría cabeza de chorlito, a falta de un nombre mejor: La susceptibilidad a utilizar frases vacías, estereotipos, prejuicios irracionales, y diagnosis y soluciones simplistas que abusan de nuestras esperanzas y temores.
Ignorancia estadounidense
Para tomar la primera de nuestras definiciones de estupidez, ¿cuán ignorantes somos? Pregúntale a los politólogos y te dirán que existe una irrecusable evidencia dura que apunta incontrovertiblemente a la conclusión de que millones están vergonzosamente mal informados y que no les importa que lo estén. Hay suficiente evidencia de que casi se podría concluir – aunque de buen grado acepto que es ir un poco lejos – que vivimos en una Era de Ignorancia.
¿Sorprendido? Supongo que la mayoría lo estaría. La impresión general parece ser que vivimos en una era en la que la gente está particularmente informada. Muchos estudiantes me dicen que son la generación más informada de la historia.
¿Por qué estamos tan engañados? El error puede ser rastreado a nuestra confusión entre un acceso sin precedentes a la información con su verdadero consumo. Nuestro acceso es ciertamente fenomenal. George Washington tuvo que esperar dos semanas para descubrir que había sido elegido presidente de EE.UU. Es el tiempo que duró para que la noticia viajara desde Nueva York, donde se contaban los votos en el Colegio Electoral, hasta su casa en Mount Vernon, Virginia. Los estadounidenses que vivían en las regiones del interior tuvieron que esperar aún más, algunos hasta dos meses. Ahora vemos en tiempo real acontecimientos que ocurren al otro lado del mundo. No es sorprendente, por lo tanto, que los estudiantes alardeen de sus conocimientos. A diferencia de sus padres, que se veían obligados a basarse sobre todo en periódicos y las noticias en las radios para descubrir lo que sucedía en el mundo, ellos pueden sintonizar CNN y Fox o consultar Internet.
Pero en los hechos, sólo un pequeño porcentaje de gente aprovecha los grandes recursos nuevos que tiene a su disposición. En 2005, el Centro de Investigación Pew examinó los nuevos hábitos de unos 3.000 estadounidenses de 18 años y más. Los investigadores descubrieron que un 59% recibe regularmente por lo menos algunas noticias de la televisión local, un 47% de los espectáculos noticiosos de la televisión nacional, y sólo un 23% de Internet.
La evidencia anecdótica sugirió durante años que los estadounidenses no estaban particularmente bien informados. Como observaron hace tiempo visitantes extranjeros, los estadounidenses son extremadamente inferiores a los europeos en su conocimiento de la geografía del mundo. (El chiste viejo es que “La guerra es como Dios enseña geografía a los estadounidenses.”) Pero nunca quedó claro hasta el período de posguerra lo ignorantes que son los estadounidenses. Porque fue sólo entonces cuando los sociólogos comenzaron a medir de manera sistemática lo que estos saben realmente. Los resultados fueron devastadores.
Los estudios más exhaustivos, los Estudios Nacionales Electorales (NES), fueron realizados por la Universidad de Michigan desde fines de los años cuarenta. Lo que mostraron esos estudios fue que los estadounidenses caen en tres categorías respecto a su conocimiento político. Un ínfimo porcentaje sabe mucho sobre política, hasta entre un 50 y un 60% sabe suficiente como para responder a preguntas muy simples, y el resto no sabe casi nada.
Contrariamente a lo que se esperaba, en muchos sentidos los estudios mostraron que el nivel de ignorancia permanece constante con el pasar del tiempo. En los años noventa, los politólogos Michael X. Delli Carpini y Scott Keeter concluyeron que había poca diferencia, desde el punto de vista estadístico, entre los conocimientos de los padres de la Generación Silenciosa de los años cincuenta, los padres de niños nacidos durante el boom de la natalidad de los años sesenta, y los padres estadounidenses de la actualidad. (Según algunas mediciones, los estadounidenses son más necios actualmente que sus padres de hace una generación.)
Algunas de las cifras son difíciles de comprender en un país en el que por lo menos desde hace un siglo la ley exige que todos los niños asistan a la escuela primaria o sean educados en casa. Incluso si la gente no sigue de cerca las noticias, se esperaría que fueran capaces de responder preguntas cívicas básicas, pero sólo lo puede hacer una pequeña minoría.
En 1986, sólo un 30% sabía que Roe contra Wade fue la decisión de la Corte Suprema que legalizó el aborto más de una década antes. En 1991, se preguntó a los estadounidenses cuánto duraba el mandato de un senador de EE.UU. Sólo un 25% respondió correctamente seis años. ¿Cuántos senadores hay? Un sondeo de hace unos pocos años estableció que sólo un 20% sabe que hay 100 senadores, aunque la cifra se ha mantenido constante durante el último medio siglo (y es fácil de recordar). Es alentador que actualmente llegue a un 40% la cantidad de estadounidenses capaz de identificar y nombrar correctamente los tres poderes del gobierno.
Sondeos realizados durante las últimas tres décadas para medir el conocimiento de la historia de los estadounidenses muestran resultados igualmente devastadores. ¿Qué pasó en 1066? Sólo un 10% sabe que es la fecha de la Conquista Normanda de Inglaterra. ¿Quién dijo que “Se tiene que crear un mundo seguro para la democracia”? Sólo un 14% sabe que fue Woodrow Wilson. ¿Qué país lanzó la bomba atómica? Sólo un 49% sabe que fue su propio país. ¿Quién fue el mejor presidente de EE.UU.? Según un sondeo Gallup en 2005, una respuesta mayoritaria fue que fue un presidente del último medio siglo: un 20% dijo Reagan, un 15% Bill Clinton, un 12% John Kennedy, un 5% George W. Bush. Solo un 14% escogió a Lincoln y solo un 5% a Washington.
¿Y el peor presidente? Durante años, los estadounidenses incluyeron en la lista a Herbert Hoover. Pero ya no. La mayoría actual ni sabe quien fue Herbert Hoover, según el Estudio Nacional Annenberg en 2004 de la Universidad de Pensilvania. Sólo un 43% pudo identificarlo correctamente.
Las únicas preguntas de historia que la mayoría de los estadounidenses responde correctamente son las más elementales. ¿Qué pasó en Pearl Harbor? Una gran mayoría lo sabe: un 84%. ¿Qué fue el Holocausto? Casi un 70% sabe. (¿Treinta por ciento no lo sabe?) Pero en cierto es una especie de choque que, en 1983, sólo un 81% haya sabido quien fue Lee Harvey Oswald y que, en 1985, sólo un 81% haya podido identificar a Martin Luther King, Jr.
Lo que no saben los votantes
No podemos estar seguros de quienes fueron esas pobres almas que no supieron quien fue Martin Luther King. La investigación sugiere que probablemente fueron pobres (los pobres tienden a saber menos en conjunto sobre política e historia que otros) o simplemente carecían de instrucción, categorías que usualmente se sobreponen. Pero incluso estadounidenses de clase media que asisten a la universidad muestran una profunda ignorancia. Un informe de 2007 publicado por el Intercollegiate Studies Institute estableció que en promedio 14.000 estudiantes universitarios seleccionados al azar en 50 universidades de todo el país sacaron bajo 55 (de 100) en una prueba que medía su conocimiento de educación cívica estadounidense básica. Menos de la mitad sabía que Yorktown fue la última batalla de la Revolución Estadounidense. Sorprendentemente, los estudiantes de último año a menudo obtuvieron peores resultados que los novicios. (La explicación fue aparentemente que numerosos estudiantes en su último año habían olvidado lo que aprendieron en sus estudios secundarios.)
Los optimistas resaltan estudios que indican que aproximadamente la mitad del país puede describir algunas diferencias entre los partidos republicano y demócrata. Pero si no conocen las diferencias entre liberales y conservadores, como indican los estudios, ¿cómo pueden posiblemente decir de alguna manera con sentido la diferencia entre los dos partidos? Y si no lo saben, ¿cuántas otras cosas ignoran?
Resulta que son muchas. A pesar de que están inundados de noticias, los estadounidenses generalmente no parecen absorber lo que leen, escuchan y miran. Los estadounidenses ni siquiera pueden nombrar a los dirigentes de su propio gobierno. Sandra Day O'Connor fue la primera mujer nombrada a la Corte Suprema de EE.UU. Menos de la mitad de los estadounidenses pudo mencionar su nombre durante la duración de todo su ejercicio. William Rehnquist fue presidente de la Corte Suprema. Sólo un 40% de los estadounidenses supo alguna vez su nombre (y sólo un 30% pudo decir que era conservador). Respecto a la Primera Guerra del Golfo, sólo un 15% pudo identificar a Colin Powell, jefe en aquel entonces del Estado Mayor Conjunto, o a Dick Cheney, el Secretario de Defensa. En 2007, en el quinto año de la Guerra de Iraq, sólo un 21% pudo nombrar al Secretario de Defensa, Robert Gates. La mayoría de los estadounidenses no puede identificar a su propio representante en el Congreso o a sus senadores.
Si el problema fuera simplemente que los estadounidenses no recuerdan nombres, no tendríamos que preocuparnos demasiado. Pero tampoco entienden el funcionamiento del gobierno. Sólo un 34% sabe que es el Congreso el que declara la guerra (lo que explica por qué los presidentes nos llevan a guerras sin declaraciones explícitas de guerra del poder legislativo). Sólo un 35% sabe que el Congreso puede pasar por sobre un veto presidencial. Cerca de un 49% piensa que el presidente puede suspender la Constitución. Cerca de un 60% cree que este último puede nombrar jueces a los tribunales federales sin la aprobación del Senado. Cerca de un 45% cree que el discurso revolucionario es punible por la Constitución.
Sobre la base de su método exhaustivo, Delli Carpini y Keeter concluyeron que sólo un 5% de los estadounidenses podía responder correctamente a tres cuartos de las preguntas formuladas sobre economía, a sólo un 11% de las preguntas sobre temas interiores, a un 14% de las preguntas sobre asuntos exteriores, y a un 10% de las preguntas sobre geografía. ¿La mejor puntuación? Más estadounidenses conocían las respuestas correctas sobre historia que sobre cualquier otro tema (lo que será un sorpresa para muchos profesores de historia). Pero, sólo un 25% sabía las respuestas correctas a tres cuartos de las preguntas de historia, que eran rudimentarias.
En 2003, la Grupo de Tareas Estratégico sobre Educación en el Exterior investigó el conocimiento de los estadounidenses sobre asuntos internacionales. El grupo de tareas concluyó: “La ignorancia de EE.UU. sobre el mundo exterior” es tan grande como para constituir una amenaza para la seguridad nacional.
Jóvenes, ignorantes – y votantes
Uno podría pensar que por lo menos, no nos estamos volviendo más cretinos. Pero según ciertos criterios corresponde a la verdad. Los jóvenes saben menos hoy, según numerosos criterios, que los jóvenes de hace cuarenta años. Y su actitud hacia las noticias es peor. La lectura de los periódicos se acabó en los años sesenta junto con el Hula Hoop. Sólo un 20% de los jóvenes estadounidenses entre 18 y 34 años leen un periódico diario. Y no es una exageración. No hay modo de saber qué parte del periódico están leyendo. Es más posible que incluya las historietas y una rápida mirada a la primera plana que historias densas sobre Somalia o el presupuesto.
Tampoco miran los programas noticiosos por cable. La edad promedio del público de CNN es sesenta. Y seguramente no ven las noticias por la televisión en cadena, que atraen sobre todo a la generación ‘senil’- Tampoco utilizan Internet en grandes cantidades para navegar buscando noticias. Sólo un 11% dice que pulsan regularmente en páginas de noticias en la Red. (Sí, muchos jóvenes ven “The Daily Show” [Programa de parodia de noticias, N. del T.] de Jon Stewart. Un estudio en 2007 de Pew Research Center estableció que un 54% de los espectadores de The Daily Show corresponden a la categoría de ‘altos conocimientos’ de las noticias – aproximadamente como los televidentes de O'Reilly Factor en Fox News.)
En comparación con los estadounidenses en general – y no es gran cosa, considerando su bajo nivel de interés en las noticias – los jóvenes son los menos informados en cualquier grupo de edad, con la posible excepción de los que están confinados en casas de reposo. En los hechos, los jóvenes son tan indiferentes a los periódicos que por sí solos son responsables por los porcentajes deprimentes de lectura que son divulgados.
En generaciones anteriores – en los años cincuenta, por ejemplo – los jóvenes leían periódicos y digerían las noticias en porcentajes similares a los de la población en general. Nada indica que la actual generación de jóvenes vaya a comenzar repentinamente a prestar atención a las noticias cuando cumplan 35 o 40 años. Por cierto, medio siglo de estudios sugiere que la mayor parte de la gente que no adquiere el hábito de informarse a los veintitantos años probablemente jamás lo haga.
Los jóvenes de hoy en día consideran que las noticias son irrelevantes. Aburridos por la política, los estudiantes eluden los rituales de la vida cívica, votando en cantidades inferiores a las de otros estadounidenses (aunque en los sondeos recientes se vio un pequeño aumento en la participación cívica). Datos del censo de EE.UU. indican que los votantes entre 18 y 24 participan en pequeñas cantidades. En 1972, cuando los de 18 años obtuvieron derecho a voto, un 52% depositó votos. En los años siguientes, muchos menos votaron: en 1988, un 40%; en 1992, un 50%; en 1995, un 35%; en 2000, un 36%. En 2004, a pesar del más intenso esfuerzo jamás concentrado en los jóvenes para que fueran a votar, sólo un 47% se tomó la molestia de depositar un voto.
Ya que los jóvenes en su conjunto apenas se interesan por la política, se podría considerar si incluso queremos que voten. Cuando en 2000 se les pidió que identificaran al candidato presidencial que era el principal patrocinador de la Reforma de las Finanzas de la Campaña Electoral – el senador John McCain – sólo un 4% de la gente entre 18 y 24 años pudo hacerlo. Cuando comenzó la temporada de primarias en febrero, menos de la mitad del mismo grupo de edad llegaba a saber que George W. Bush era candidato. Sólo un 12% sabía que McCain también era candidato aunque se decía que era especialmente atractivo para los jóvenes.
Un tema en las noticias de la historia reciente, el 11-S, atrajo el interés de los jóvenes. Un sondeo de Pew a fines de 2001 estableció que un 61% de los estadounidenses adultos bajo la edad de 30 dijo que seguía de cerca la noticia. Pero pocos encontraron algún otro tema apremiante en las noticias de ese año. ¿Ataques con Ántrax? Sólo un 32% lo consideró suficientemente importante como para prestarle atención. ¿La economía? De nuevo, sólo un 32%. ¿La captura de Kabul? Sólo un 20%.
Parecería que en general los jóvenes actuales leen poquísimo. En 2004, la Fundación Nacional por las Artes, consultando una amplia variedad de estudios, incluyendo el Censo de EE.UU., estableció que solo un 43% de los jóvenes entre 18 y 24 lee literatura. En 1982, la cantidad era de un 60%. La mayoría no lee periódicos, ni ficción, poesía o drama. Con la excepción de la posibilidad de que estén leyendo la Biblia u obras de no-ficción, para las que no existen estadísticas sólidas, parecería que esta generación lee menos que cualquiera otra desde que se realizan estadísticas.
Los estudios que demuestran que los jóvenes saben menos actualmente que los jóvenes de hace una generación no reciben mucha publicidad. Se oye hablar de los pasos precursores que los jóvenes emprenden en la política. Títulos de la elección presidencial de 2004 destacaron muchas historias sobre jóvenes que seguían la campaña en blogs, lo que entonces era un fenómeno nuevo. Otras historias se concentraron en la ayuda que jóvenes partidarios dieron a Howard Dean al organizar la recolección de fondos mediante innovadores llamados por Internet. Otras historias informaron que esos jóvenes estaban estableciendo redes en todo el país a través del sitio en la Red meetup.com. No se habló de que hemos creado una nueva Generación Silenciosa. ¿No lo hemos hecho? Las estadísticas sobre los jóvenes de hoy son bastante claras: Como grupo no votan en grandes cantidades, la mayoría no lee periódicos, y la mayoría no se interesa por las noticias. (Barack Obama inspiró recientemente una mayor participación, pero por el momento es demasiado temprano como para decir si el efecto será duradero.)
¿Los temas? ¿Quién sabe?
Actualmente se gastan millones cada año en el esfuerzo por responder a la pregunta: ¿Qué quieren los votantes? La respuesta honesta sería que a menudo ellos mismos no lo saben en realidad porque no saben lo suficiente como para opinar. Pocos, sin embargo, lo admiten.
En la elección de 2004, uno de los temas candentes fue el matrimonio gay. Pero era difícil medir la opinión pública al respecto. Cuando se les preguntó en un sondeo nacional si apoyaban una enmienda constitucional que permitiera sólo matrimonios entre un hombre y una mujer, una mayoría dijo que sí. Pero tres preguntas después una mayoría también estuvo de acuerdo en que “la definición del matrimonio no era un tema suficientemente importante como para cambiar la Constitución.” El New York Times resumió sardónicamente los resultados: Los estadounidenses están claramente a favor de enmendar la Constitución, pero no de cambiarla.
¿Importa si la gente es ignorante? Hay muchos temas sobre los que el votante no necesita saber nada. El ciudadano conciente no tiene la obligación de abrirse camino a través del presupuesto federal, por ejemplo. Se sospecha que entre los políticos no hay muchos que se molesten por hacerlo. Tampoco tienen los votantes la obligación de leer las leyes aprobadas en su nombre. Esperamos que los miembros del Congreso lean las leyes sobre las cuales tienen que votar, pero sabemos por experiencia propia que a menudo no lo hacen, por no haberse tomado el tiempo para hacerlo o porque sus dirigentes no les dieron la oportunidad de hacerlo, ya que por un motivo u otro a
menudo las hacen aprobar a todo correr.
En todo caso, la lectura del texto de las leyes a menudo no sirve para gran cosa. Los responsables a cargo de su redacción incluyen a menudo provisiones que sólo un detective podría desenmarañar. El código tributario está repleto de cláusulas como la siguiente: El Congreso aprueba por la presente ley X dólares para la compra de 500 adminículos que miden 7,6 centímetros por 10,2 centímetros por 5 centímetros de cualquier compañía creada el 20 de octubre de 1965 en Cualquier Ciudad de EE.UU. situada en la manzana 10 del 3er distrito.
Desde luego, solo hay una compañía que corresponda a esta descripción. Al investigar resulta que el dueño es el mayor donante del jefe del comité de redacción. Es más de lo que cualesquiera ciudadanos pudieran adivinar por su propia cuenta. No es esencial que el votante sepa todas las maneras posibles mediante las cuales se manipula el código tributario para beneficiar intereses especiales. Todo lo que se requiere es que el votante sepa que es probablemente común que se amañe el código impositivo a favor de ciertos intereses. Los medios de información son perfectamente capaces de transmitir este mensaje. Los votantes son perfectamente capaces de asimilarlo. Armado con este conocimiento, el votante sabe que tiene que tener cuidado con afirmaciones de que el código tributario trata equitativamente a todos y a cada uno.
Hay, sin embargo, innumerables temas respecto a los cuales no basta un conocimiento general. En esos casos, la ignorancia de los detalles es peor que un problema menor. Una ignorancia abrumadora de la Seguridad Social, para tomar un ejemplo, ha hecho que los estadounidenses sean incapaces de ver como se ha gastado su dinero, si el sistema es viable, y qué medidas son necesarias para reforzarlo.
¿Cuántos saben que el sistema muestra un superávit? ¿Y que ese superávit – unos 150.000 millones de dólares al año – es en realidad bastante sustancioso, incluso según los estándares de Washington? ¿Y cuántos saben que el sistema ha tenido un superávit desde 1983?
Pocos, desde luego. La ignorancia de los hechos ha llevado a un debate fundamentalmente deshonesto sobre la Seguridad Social.
Durante todos los años en los que se acumularon superávit, los demócratas en el Congreso pretendieron que el dinero estaba para que ellos lo gastaran, como si fuera lo mismo que todos los otros dineros públicos recolectados por el gobierno. Y lo gastaron, cada vez que tuvieron la oportunidad, sin el menor indicio de que tal vez estuvieran desembolsando fondos que realmente debían ser mantenidos en reserva para uso ulterior. (Los impuestos de la Seguridad Social habían sido expresamente aumentados en 1983 para acrecentar los fondos del sistema cuando lo amenazaba la bancarrota.) Recién se les ocurrió repentinamente que el dinero debía ser ahorrado, cuando el resto del presupuesto estuvo en superávit (en 1999). Y parece que el único motivo por el que se sintieron obligados en ese momento a reconocer que el dinero se necesitaba para la Seguridad Social fue porque querían mitigar el llamado de los republicanos a favor de reducciones de los impuestos. El superávit de la Seguridad Social no podía ser utilizado tanto para los grandes recortes impositivos que querían los republicanos como para las futuras prestaciones de jubilación de los ya mayores, nacidos en el ‘Boom’ de la natalidad.
También los republicanos han una melifluidad repugnante. Mientras afirmaban que se preocupan terriblemente por la Seguridad, gastaban irresponsablemente los superávit del sistema en un recorte tributario tras el otro. Primero, Reagan utilizó el superávit para ocultar el impacto de sus reducciones de impuestos y luego George W. Bush lo usó para ocultar el impacto de los suyos. Ninguno reconoció alguna vez que sólo el superávit de las cuentas de la Seguridad Social logró que llegara a parecer plausible que recortaran impuestos.
Por ejemplo, esas reducciones de impuestos de Bush. Bush afirmó que los recortes fueran posibilitados por varios años de superávit pasados y por la perspectiva de aún más años de superávit. Pero si se substraen del presupuesto federal los fondos sobrantes generados por la Seguridad Social, el gobierno sólo tuvo un superávit durante dos años en los que la deuda nacional fue disminuyendo, 1999 y 2000.
En los demás años, 1998 y 2001, en los que el gobierno tuvo un superávit fue gracias a la Seguridad Social, y sólo gracias a la Seguridad Social. Es decir, los superávit putativos de 1998 y 2001, que fueron citados por el presidente Bush en defensa de sus reducciones de impuestos, fueron en realidad pura ficción. Sin la Seguridad Social el gobierno habría estado endeudado esos dos años. Y sin embargo, en 2001, el presidente Bush dijo al país que las reducciones de impuestos no sólo eran necesarias, eran abordables debido a nuestros espléndidos superávit.
Actualmente, los conservadores argumentan que el Fondo de Fideicomiso del Seguro Social es una ficción. Tienen razón. El dinero fue gastado. Ellos ayudaron a gastarlo.
Respecto a este debate sobre la Seguridad Social – que, una vez que uno comprende lo que ha estado sucediendo, es realmente bastante cautivante – el público ha sido en gran parte un espectador indiferente. Un sorprendente estudio de Pew en 2001 estableció que sólo un 19% de los estadounidenses comprende que EE.UU. tuvo alguna vez un superávit, definido como sea, en los años noventa o dos mil. Y sólo un 50% de los estadounidenses, según un estudio de Annenberg en 2004, comprende que el presidente Bush está a favor de privatizar la Seguridad Social. Los sondeos indican que la gente teme que el sistema vaya a quebrar, sin duda gracias en parte a los pronósticos pesimistas de Bush- Pero no tiene la menor idea de lo que significa quebrar. Y, de hecho, el sistema ha seguido funcionando sin cambios fundamentales simplemente mediante el aumento del tope del ingreso tributable y la extensión de la edad de jubilación por unos pocos años.
¿Cuánta ignorancia puede aguantar un país? Tiene que haber consecuencias terribles cuando llega a un cierto nivel. ¿Pero qué nivel? ¿Y exactamente con qué consecuencias? Es imposible conocer las respuestas a estas preguntas. ¿Pero cabe alguna duda de que si persistimos en el camino por el que vamos, llegará el día, tal vez no demasiado distante, en el que tengamos que enfrentar las respuestas?
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Rick Shenkman, periodista investigativo del New York Times galardonado con el Emmy, autor de éxitos de ventas, y profesor asociado de historia de la Universidad George Mason, es fundador y editor de History News Network, un sitio en la Red que presenta artículos de historiadores sobre acontecimientos actuales. Este ensayo ha sido adaptado del capítulo dos de su nuevo libro: “Just How Stupid Are We? Facing the Truth about the American Voter” (Basic Books, 2008). Sus observaciones sobre la elección de 2008 pueden ser vistas en su blog: "How Stupid?"
AUTOR : RICK SHENKMAN
REBELION,07/08/2008
domingo, 18 de mayo de 2008
SOLO LA TEORIA PODRA SALVARNOS?
De un tiempo a esta parte me siento fuera de la historia. No sólo no entiendo lo que sucede sino que ni siquiera intento hacerlo. Puede que tras este desgano esté la intuición de que es mejor no saber puesto que lo que sucede me resultaría poco grato y es, además, irremediable. Pero puede ser también pereza mental, tal como lo sugiere Boaventura Dos Santos cuando examinando las falencias de la razón crítica en el mundo contemporáneo, concluye que los intelectuales no están(?) estamos(?) a la altura de la tarea . O, finalmente, podría ser que ya no hay más historia pues, como dice Fukuyama, el capitalismo y la democracia liberal son realidades insuperables. Todo sería tan claro que no habría nada que entender, ningún misterio. Pero, sea como fuere, no tener una imagen o hipótesis sobre lo que sucede me hace sentir como un sobreviviente (des)afortunado. Sin función en este orden de cosas que, otra vez, no me entusiasma aunque no llegue a conocer.
En realidad, muchas cosas me han impactado. El mundo no ha avanzado tal como muchos creímos en la llamada nueva izquierda. Algunos hemos (re)descubierto la enorme fuerza del mal, a la que todos estamos expuestos. Hemos constatado, entonces, que, aunque parezca mentira, gozar del sufrimiento ajeno, o hasta del propio, puede ser una manera de vivir. Por tanto, el abuso y la prepotencia no son sólo hechos “estructurales” sino que también pasan por las decisiones de las personas. Y en todos los mundos sociales hay gente que escoge gozar maltratando a la vida. Pero en el ámbito más personal lo que más me ha impactado es el hecho de que mis dos hijos no tengan la costumbre de leer. No tienen libros de cabecera ni una práctica constante de lectura. No obstante, de ninguna manera podría decir que son peores que yo, o que no la pasan tan bien como yo. Por el contrario: viven más su juventud; es decir, son más libres aunque quizá más desorientados. Mis hijos son de otra época, de esta época a la que no me siento invitado.
Leer, para mi generación, era el camino de lograr un desarrollo personal que, proseguido con fe, llevaría a ser feliz y justo. Y, además, a una vida no de rico pero si, sin angustias económicas. El hombre culto era un hombre libre y realizado, un buen ciudadano. Leer era pues la vía hacia la superación personal y el progreso social. Vistas las cosas con perspectiva, lo que puede llamarse el “mito de la lectura” es un sucedáneo de la creencia religiosa en la salvación, con la particularidad de que la salvación es concebida como intramundana y, además, como dependiendo del conocimiento. O sea que el mito de la lectura es un híbrido donde al fundamento religioso se le ha injertado un motivo racionalista, cual es la centralidad del conocimiento. En los tiempos que corren el mito de lectura se ha desvalorizado mucho en la medida en que ahora queda claro que no hay algún absoluto o verdad última a la que podamos llegar. Hasta resulta muy discutible la idea de que la lectura enriquezca, libere o mejore al hombre o a la mujer. Entonces la lectura se sostiene como entretenimiento pero ya no como promesa de desarrollo humano. Ahora, por ejemplo, los suplementos deportivos en los diarios son cada vez más importantes. Mientras tanto, los suplementos llamados “culturales” languidecen. Y en la misma dirección, en la literatura prolifera el relato de suspenso, el “thriller”, que no explora el mundo, ni la condición humana, si no que se funda en esa intriga que absorbe. Total se trata pasar un buen rato.
Es claro que si se cae el “mito de la lectura” como camino de salvación, o sentido de vida, la escritura no demorará en seguir el mismo curso. Los que intentamos seguir escribiendo cosas sesudas somos pues como el coyote de los dibujos animados. Ese coyote que persigue al correcaminos. En algún momento el coyote sigue corriendo pero ya no hay suelo debajo de él. Pero como no se da cuenta, sigue esforzándose y hasta avanza. No obstante, en algún momento intuye que hay algo raro. Entonces mira hacia abajo y se da cuenta que debajo suyo solo hay vacío. Recién en ese instante deja de correr y cae estrepitosamente. Aclaro que el ejemplo lo tomo de Zizek. Pero lo uso para describir la gente que por inercia sigue escribiendo sin darse cuenta que ya (casi) nadie lee. A la larga, esta situación es insostenible.
Yo sí aposté a fondo a la lectura. No me arrepiento. Mi pasión fue seguro excesiva. En todo caso, se me hado por declararme un dinosaurio. He pensado que los 57 años que cuento son quizá suficientes y que mis aspiraciones son parte de un pasado que nunca fue y tampoco será. Digamos que mi turno ya pasó, que hice lo que pude, y que será la gente más joven la que pueda descifrar las claves de esta época. Me dedico entonces a exploraciones eruditas, a esfuerzos discontinuos que no son parte de un intento por razonar nuestra época. Creo que mi caso dista de ser el único. Tengo la impresión de que la gente de mi generación piensa cada vez menos. Y con pensar me refiero a tratar de discernir alguna unidad en lo existente, una visión unificadora que, por contraste, permita imaginar otras realidades u horizontes. Lo que Marx llamaba “crítica de la ideología”; es decir, no solo dolerse de los síntomas sino razonar sus causas. Descubrir la (ine)evitabilidad de los problemas, de aquello que no nos gusta.
En este sentido muy poca gente piensa hoy en día. Quizá pensar sea un ejercicio estéril. Hay muchos, en mi generación, que derivan lo principal de su goce de burlarse de cualquier intento de pensar. Despliegan un escepticismo corrosivo, se ríen de su propio pasado, de la época cuando trataron de imaginar una alternativa al “mundo real”. Yo también siento el llamado de esa voz pero no me dejo llevar por ella. Hay algo de obsceno y de triste en esa convocatoria. Sospecho que al final del día, el humor y la risa se vuelven amargos. Pero de repente estoy siendo demasiado trágico. Quizá reírse del candor juvenil sea catártico, preludio de una nueva manera de estar en el mundo.
Pero hay alguna gente que piensa o trata de hacerlo. Algunos nombres: Zizek, Karatani, Vattimo, Agamben, Jameson, Laclau, Dos Santos. Tiene que haber muchos más pero no los conozco.
Pero ahora quisiera referirme a Jameson y su propuesta de la teoría como medio de romper el hechizo mediante el cuál lo fáctico ha bloqueado tan radicalmente nuestra imaginación del futuro que estaríamos entonces en el “fin de la historia”. Para Jameson, lo fáctico de nuestra época posmoderna está dado por dos circunstancias básicas:
Primero, la indiferenciación creciente entre economía y cultura. Cada vez más la producción de mercancías incorpora la cultura a través de la creciente gravitación que ejerce lo bello. Digamos, que en el proceso productivo la función ya no determina la forma, tal como ocurría en el mundo moderno. Esos edificios cúbicos y lisos de carpintería de aluminio, son el mejor ejemplo de la arquitectura moderna. En el mundo moderno la economía no estaba aculturada. Por el contrario, el prestigio de la austeridad, de ese camino recto para llegar al fondo de las cosas, significaba que no merecía existir todo aquello que carecía de una función comprobable. Ahora, en cambio, en nuestros tiempos posmodernos, la exigencia de belleza se ha tornado en central. Todo objeto tiene que pasar por un momento de elaboración estética. El diseño está en todas partes. Los objetos deben ser bellos porque lo bello es bonito y atractivo. Por último permite vender más. En todo caso es lo deseable, lo que todos quieren, lo mejor a lo que podemos aspirar. De otro lado la cultura misma se convierte cada vez más en fabricación rentable, en mercancía. La música y el cine mueven billones de dólares. En cualquier forma la producción cultural no está centralmente orientada a cumplir el mandato de hacer mejor al hombre, de enriquecer su vida. La expectativa de rentabilidad facilita la banalización de la cultura.
La segunda característica de nuestra época es la globalización. El futuro es global. No es posible disociarse de una convergencia creciente. No hay futuros particulares o asilados. Ni siquiera es posible imaginarlos. Esta tendencia no elimina lo local o lo particular pero si lo sitúa en un campo o contexto más amplio dentro del cual representa una diferencia previsible y legítima. Lo pintoresco o exótico.
Para Jameson, nuestra época vive amenazada por la trivialización de la vida y la única salida es la crítica de lo fáctico. La crítica es posible desde la teoría, entendida como la reactivación del pensamiento en el campo de la reflexión sobre la vida cotidiana. Los herederos del proyecto ilustrado son los intelectuales, especialmente los académicos, y el espacio donde alguna lucha es aún posible es precisamente el campo de la teoría.
Estas ideas, y la sensibilidad sobre las que se fundamentan, no son nuevas. Están, por ejemplo, en la escuela de Frankurt, en Adorno, y en la desconfianza del mundo intelectual por la “sociedad de masas”, regida por el “pan y circo”, por la “desublimación represiva”. Es decir, se trata de satisfacer de manera inmediata las pulsiones de la gente, pero sin que esta satisfacción implique una individuación creadora. Es el colapso de la cultura entendida como mandato de perfeccionar a la criatura humana. Estas ideas, a su turno, pueden ser contestadas desde diferentes perspectivas. Se ha dicho, por ejemplo, y con razón, que estas ideas son elitistas, etnocéntricas y que desvalorizan lo corporal. También se ha dicho que no hay ninguna constancia de que el individuo “cultivado” sea más feliz, o más justo, o moral, que su prójimo más “ignorante”. Por último, ha ganado consenso una definición de cultura donde el término se hace equivaler a lo aprendido; es decir, a los comportamientos determinados en la historia y no dados por la genética. Entonces una cultura es una forma de vida. Por tanto, nadie carece de cultura. Llegamos así, al “relativismo cultural”. Todo es cultura y los productos culturales no pueden si quiera criticarse pues no hay un “metro”, un ideal, que permita hacer valoraciones. El “relativismo cultural” se presenta como la posición consecuentemente democrática. La única que respeta la otredad. En todo caso, la crítica cultural desaparece. Sería solo un intento fallido de imponer una dictadura sobre el gusto. Intento impulsado por elites ambiciosas y pedantes, extrañas al calor de lo cotidiano.
Hay mucho de verdad en estas críticas. Imposible ignorarlo. Si, muchas, demasiadas veces, la figura del científico o humanista ha derivado en el elitista pedante, que se cree superior pero que está solo y es infeliz. Pero esta situación no tendría porque llevarnos a echar por la borda el mandato de desarrollo humano implícito en el concepto de cultura. Y aquí vienen en mi ayuda dos autores: Erasmo y Rabelais. En ambos se trata de pensar una cultura que, inmersa en la vida, la enriquezca. Ambos se oponían a la cultura como esa escolástica ornamentativa que justifica las diferencias sociales. El tema lo he tratado anteriormente. Pero en breve: Erasmo nos dice que no debemos tener miedo a la necedad o estupidez. Así evitaremos la seriedad mortífera del estudioso que se tortura con disquisiciones ajenas a las exigencias de la vida. La reivindicación del humor y el cuerpo no significa rechazar la idea de desarrollo humano. Y Rabelais es aún, si cabe, más claro. El gigante Pantagruel, su personaje más entrañable, desdeña todos los libros porque el saber que pretenden no está ligado a la vida. Son especulaciones que contraen el goce de existir. Pero Pantagruel cambia cuando se da cuenta que hay saberes que dilatan su alegría. Desde entonces no deja de buscar la sabiduría. En la vida y en los libros.
Entonces, para terminar, las ideas de Jameson implican un regreso a la tradición humanista clásica.
Las ideas de Jameson resultan de una reflexión sobre Hegel y pueden resumirse de la siguiente manera:
Hegel pensó que la filosofía habría de reemplazar al arte. Lo figurativo como forma de autoconciencia ya no sería tan necesaria en la medida en que lo argumentativo podría infiltrar la vida cotidiana. La libertad quedaría fundada en la deliberación. Y así, seríamos conscientes de la autoconciencia. El arte de la época de Hegel, el arte romántico, daba señas de agotamiento. Se quedaba en lo bello.
Pero al romanticismo le sucedió el modernismo. Gracias al ímpetu modernista la tarea prevista para la filosofía: la depuración de la autoconciencia, quedó en manos del arte. Pero de un arte que busca lo extraordinario, lo sublime. En el fondo la “salvación”, o su sucedáneo ilustrado, el crecimiento o desarrollo del hombre. Y no, simplemente, lo bello. En definitiva, la filosofía no reemplaza al arte. El arte se desarrolla en su capacidad de explorar la condición humana como nunca antes lo había hecho en la historia. El arte modernista es entonces el principal campo donde se explora la complejidad de lo humano. Kafka, por ejemplo, es capaz de ver, y objetivar, realidades que se escapan a los filósofos como el carácter tiránico del super ego. El arte pretende descubrir lo esencial y “salvar” a los seres humanos.
Pero el modernismo y su arte-sublime se agotaron. El arte es ahora entretenimiento que no pretende descubrir alguna verdad o posibilidad oculta. Entonces la posta de la “salvación” o del “desarrollo” no es recogida por la filosofía sino por la Teoría que es una reflexión que se enuncia desde lugares muy distintos y desde una urgencia de ser pertinente para la vida. La Teoría es la heredera, en el mundo posmoderno, del mandato de hacer crecer al hombre. Y la teoría tiene como laboratorio la vida. Es una reflexión desde la vida. No es posible volver a lo moderno pero si es posible “quebrar la mercantilización” mediante una restauración del componente “filosófico” en la posmodernidad. En la posmodernidad lo sublime tiende a desaparecer del arte. Se produce el regreso de lo bello. Que no abre un horizonte de trascendencia sino de reconciliación con la facticidad.
Las consignas de Jameson son pues pensar, teorizar, totalizar. Solo así fuera posible romper el bloqueo a que la imaginación está sometida en nuestra época. La época del “fin de la historia”.
AUTOR : GONZALO PORTOCARRERO, PROFESOR CIENCIAS SOCIALES PUCP
viernes, 16 de mayo de 2008
ENTREVISTA A ALAIN TOURINE
DIÁLOGO CON ALAIN TOURAINE, UN GIGANTE DE LA SOCIOLOGÍA.
Gracias a la agregaduría universitaria de la Embajada de Francia (que desde hace un tiempo hace posible la visita a Lima de notables intelectuales europeos) y al CEPAL, nos visitó Alain Touraine, quien recibió distinciones de prestigiosas universidades peruanas. Touraine, uno de los más importantes sociólogos contemporáneos, ha dejado una huella profunda en el estudio de los procesos sociales latinoamericanos (ver nota a continuación). Domingo conversó con él sobre sus distintos temas de interés actual.
Entrevista de Alfredo Vanini.
Doctor Touraine, en sus tres discursos públicos en Lima, ante un auditorio colmado básicamente por estudiantes (U. San Martín, U. Católica y U. de San Marcos), usted resaltó como fundamental el tema de los Derechos Humanos. ”Todos tenemos derecho a tener derechos”, dijo, citando a Hanna Arendt. Justamente en estos momentos en nuestro país, la legitimidad de los DDHH es cuestionada ¿Cómo revalorar el concepto de DDHH en un contexto de conflicto, llámese terrorismo o guerra internacional?
- El concepto de DDHH es casi siempre considerado como un principio moral, y evidentemente lo es. Pero visto en ese sentido es una cosa muy débil, un poco retórica. Yo lo veo de manera muy distinta. El concepto de DDHH nace antes de la sociedad industrial y luego desapareció durante el auge de este momento histórico. En parte por la multiplicación de conflictos nacionales y la ausencia de un elemento global.
Pero en el siglo XX este concepto reaparece, no como moralidad abstracta sino como una idea fundamental. En una sociedad globalizada en la cual no hay una estructura central y total, la noción de DDHH significa el derecho del individuo en su esencia concreta: individuo con su trabajo, con su vida política, con su cultura, con su idioma o lengua propia, con su religión, etc.
La idea de DDHH tal como fue expresada en la revolución norteamericana y francesa en el siglo 18, es así: hay algo encima de lo social y de lo político, algo universal. Y esto universal es el derecho de todos los hombres a ser ciudadanos. En el mundo en el cual vivimos, con una capacidad inmensa de intervención del Estado, de los medios de comunicación, de la economía financiera mundial, el derecho debe ser universal. Y en este mundo no solo global sino muy complejo, que cambia todo el tiempo, donde hay muchas formas de influencia y de dominación, donde es muy fácil ser eliminado, es indispensable tener una referencia por encima, pero que sea universal. Para mí el individualismo no tiene sentido, si no significa universalismo de los derechos de cualquier ser humano frente a cualquier tipo de dominación cultural, política o económica.
Usted ha hablado también del “teatro vacío del mundo”, un mundo de silencios y de víctimas. ¿Cómo podría el actor social tener una intervención activa y real en este escenario tan desolador que usted nos plantea?
- Usted hace bien en introducir este problema, porque es una pregunta que me hago todo el tiempo. Y no tengo respuesta. Durante un largo período de mi vida hablé mucho del actor social (y todavía hay que hacerlo) pero ahora hablo cada vez más de sujeto personal. Es decir, no es el actor social el que puede subir al teatro sino el sujeto en el sentido de un ser casi trágico shakesperano, con la finalidad de crear “ruido y furor”, para citar a Shakespeare. Hay la necesidad de reintroducir lo que Malraux llamó la “dimensión espiritual”. Es curioso que un sociólogo diga esto pero hay que salir de una visión social o sociológica del mundo, dejar de pensar a la sociedad como el principio de las normas o de los valores.
Yo tengo un gran miedo a la identificación de los individuos a un concepto social: el hombre socialista, el hombre comunista, el hombre capitalista, el hombre liberal. Todos me dan igual miedo. La gran pelea de toda mi vida ha sido contra el determinismo económico de los liberales y de los marxistas, que en eso son muy hermanos. Y todo el tiempo he insistido sobre la necesidad de introducir un elemento que esté por encima de las consideraciones estrictamente sociales. Por ejemplo el tema de los DDHH.
En el momento actual hay que ser antisocial y responder en términos absolutos: “Esto es imposible” “Esto es intolerable” “Esto es contrario a la dignidad humana”. Hay que decir ¡No! porque este ¡No! significa reintroducir palabras que aparentemente son muy débiles pero que no lo son en realidad: Dignidad, Reconocimiento, Humanidad, Derechos Humanos. Después de todo, hemos vivido un siglo de campos de concentración, de masacres, de genocidios, etc.
Un concepto que ha sido utilizado prácticamente como una panacea para eludir la participación en los grandes problemas del mundo es el falso mito de la posmodernidad.
La posmodernidad indica que no hay más principio de unidad en una sociedad. Es una visión anti-historicista, una visión kitsch, en la que se pueden mezclar cosas sin relación y en varios sentidos. Yo creo que esto no es cierto. Creo al contrario que hay más bien una situación de hiper-modernidad. Y hay que buscar algo más fundamental, algo más central y no una ausencia de unidad.
De otro lado estoy observando que muchos que hablaron de posmodernidad están abandonando la palabra. Hay que rechazar la idea falsa de que no hay modernidad.
Usted ya no habla ahora de derechos sociales, sino de derechos culturales. ¿Cómo define usted los derechos culturales?
- Antes quiero decir algo: fue un error dramático pensar, como pensaron muchos, que los derechos sociales tenían que eliminar derechos políticos, pretextando que los derechos políticos eran de la burguesía. Esa manera de pensar llevó directamente a los peores totalitarismos. Tenemos que luchar por el reconocimiento respecto de los derechos culturales pero sin entrar en la idea del comunitarismo, que es un verdadero peligro. Tomemos un ejemplo trágicamente concreto: es normal reconocer el derecho de las iglesias -o de los cultos o de las sectas- de existir y de desarrollarse en el espacio público, pero con la condición que sea respetado algo que es mucho más importante que la libertad de las iglesias, que es la libertad religiosa de los individuos. Acepto que se pongan mezquitas por todas partes, pero no acepto que una persona no pueda cambiar de religión, que no pueda casarse. La libertad religiosa no es la libertad de las iglesias sino la libertad de los individuos en su comportamiento religioso o no religioso.
AMÉRICA LATINA: LA REGIÓN MENOS TRANSPARENTE
Cambio de piel. Alan García ha dejado de ser aprista, según Alain Touraine. El académico francés fue su profesor de sociología durante la estadía del ‘joven García’ en Francia.
Usted no solo ha estudiado, sino que ha vivido y está muy cercano a los procesos políticos de nuestra región ¿Cómo observa a América Latina en la actualidad? ¿Le perece a usted que hay un viraje a la izquierda con la preponderancia de gobiernos como el de Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia?
- Se ha hablado mucho del movimiento hacia la izquierda en el continente. Es una idea falsa. No hay tal izquierdismo, no hay tal evolución. Lo que sucede es lo siguiente: antes teníamos en muchos países latinoamericanos una situación de confrontación. Había un bloque imperialista y había que oponerse absolutamente. Eso ha desaparecido en gran parte a causa del fin de la guerra fría y la desaparición del imperio soviético. En la actualidad lo que pasa es que casi todos los países, incluso Venezuela que vende su petróleo a los EEUU, se encuentran dentro del sistema, y han pasado de la confrontación a una participación limitada y tal vez, en muchos casos, decreciente.
Visto desde dentro, los grandes problemas latinoamericanos, entre ellos el tema de la desigualdad socio-económica extrema, que es el problema latinoamericano por excelencia, no han desaparecido y hay la necesidad de buscar soluciones aceptables al problema de las desigualdades.
De otro lado, creo que este vocabulario de tipo un poco parlamentarista de derecha izquierda, ya no corresponde ¬me atrevería a decir que no ha correspondido nunca- a la situación latinoamericana, donde las categorías políticas y las categorías sociales estuvieron siempre mezcladas.
Actualmente la tendencia predominante es a integrarse y participar en el sistema mundial tratando de eliminar o limitar las desigualdades pero con un éxito desgraciadamente bastante limitado.
Yo diría que hay una indeterminación grande en la región. No estamos ya frente al sistema sino dentro de él. Y tenemos que hacer los mayores esfuerzos posibles para disminuir poco a poco el peso de la desigualdad que es un obstáculo absoluto al desarrollo. Los países de América Latina no pueden desarrollarse teniendo tan alto nivel de desigualdad.
¿Y qué opinión le merece el rumbo del gobierno peruano? Un partido percibido como social-demócrata, el APRA, que asume cada vez más una postura ultraconservadora y no intervencionista.
- Sí, es un poco preocupante. En primer lugar, yo ya no consideraría a García como aprista. En segundo lugar, y hablando quizá un poco exageradamente, yo tengo la impresión que este gobierno peruano tiene diez años de atraso porque ya esta idea de la liberalización y la privatización total, que en un momento fue tan importante en muchos países, ahora ya está abandonada. Ahora la intervención del Estado parece necesaria por ejemplo en educación y salud. Yo no veo cómo la privatización de la enseñanza pueda llegar a otra cosa que no sea el aumento de la desigualdad. Puedo hablar del caso de Francia, que no es precisamente un país anticapitalista ni antiliberal, pero que dedica más del 50% del ingreso nacional al sector público. Y si esto significa que Francia es un país intervencionista porque interviene en servicios de educación y salud para disminuir las desigualdades sociales, pues bienvenido el intervencionismo.
Esta mañana escuché a Alan García en la televisión hablando de un tema muy concreto: se decía que en el altiplano no hay progreso posible porque las poblaciones son muy dispersas y hay grupos de menos de 200 habitantes.
Entonces el presidente dice “hay que terminar con eso, la solución es crear allí ciudades de 10 mil y 20 mil habitantes”. Yo me quedé perplejo al oírlo.
Se da cuenta usted que no es posible pasar de un sistema de agricultura pobre de auto-sustento a una ciudad de 20 mil habitantes. Al mismo tiempo, crear ciudades en el territorio del altiplano, en esas condiciones, significa la destrucción total del sistema social-cultural.
Hay una preocupante falta de realismo en este gobierno peruano actual, preocupado en mantener más una posición ideológica. Creo que en la actualidad el Perú es el único país del continente que tiene este vocabulario liberal que está ya abandonado por todos los países, incluso por los EEUU.
Cuba sin Fidel ¿seguirá el camino chino de apertura económica sin libertades públicas y sin respeto a los Derechos Humanos?
- Hay gente que piensa así. Yo no entiendo muy bien lo que eso significa. Una vez que Fidel haya desaparecido, o que su hermano que es una copia de él desaparezca también, creo que no se va a tener control de la situación. Creo que si aceptan la entrada de los capitales, o la dolarización de la economía, que se hace ya en gran parte de Cuba, creo que el sistema cubano de control político va a desaparecer, o por lo menos espero que desaparezca.
Yo creo que los amos de Cuba en el mañana van a ser las agencias de viajes baratas.
En el año 2000, usted se preguntaba al inicio de un ensayo “¿Está el mundo en peligro de muerte?”. ¿Se sigue haciendo la misma pregunta o tiene ya una respuesta?
- A comienzos del milenio el mundo estaba en peligro de desaparecer. En el 2008, los habitantes del mundo se dan cuenta que el mundo sigue estando en la misma situación. Esa es la diferencia. Ahora estamos todos convencidos que podemos desaparecer, suicidarnos colectivamente si seguimos con un tipo de economía y de comportamiento que es imposible mantener.
Por ejemplo los chinos: obviamente tienen derecho a desarrollarse, a transformarse, pero si todo el mundo tiene un consumo de carbón como los chinos, el mundo va a colapsar.
El tema ecológico es un tema fundamental y la economía debe tomar en cuenta este tema. Desgraciadamente los EEUU y China hacen exactamente todo lo contrario. Si seguimos con estas políticas, el mundo efectivamente va a desaparecer.
AUTOR : ALFREDO VANINI, ACTUALIDAD ECONOMICA DEL PERU,5/15/2008
jueves, 15 de mayo de 2008
CADAVERES EN EL CUARTEL LOS CABITOS
Recordemos que, según el informe de la CVR (tomo VII), "el cuartel Los Cabitos tenía una estructura jerarquizada rígida por su condición militar; que el comando político militar tenía a su cargo el planeamiento y ejecución de las operaciones militares que se realizaban en la zona; que las instrucciones emitidas por el comando eran acatadas por todo el personal bajo el riesgo de ser sancionados por desobediencia... resulta evidente que los altos mandos de la citada instalación militar han tenido el dominio y control de los actos violatorios de los derechos humanos".
Además, la CVR señala que existió en Huamanga, entre 1983 y 1984, un patrón sistemático de actuación en la lucha contrasubversiva, que implicó la violación de los derechos humanos: "se puede apreciar la existencia de un patrón de conducta (que) se caracterizó por seguir las siguientes fases: detención arbitraria, conducción a una instalación militar, tortura, liberación selectiva, ejecución extrajudicial y desaparición. En el caso de las detenciones arbitrarias, los agentes no se identificaban al momento de realizar las intervenciones y, posteriormente, negaban haberlas perpetrado". "Los lugares donde se mantenía irregularmente privadas de su libertad a las personas detenidas por la fuerzas del orden fueron el cuartel Los Cabitos y, excepcionalmente, el inmueble conocido como La Casa Rosada".
Los macabros hallazgos de las últimas semanas confirman las tesis de la CVR.
Haciendo un esfuerzo por entender cómo estos sucesos fueron posibles, recordemos que las fuerzas del orden recibieron el encargo de enfrentar a un sanguinario proyecto subversivo, en un contexto en el cual no se conocía al enemigo, en el cual el liderazgo político no tenía una idea clara de qué estrategia proponer, ni en el gobierno ni en la oposición (tampoco la elite intelectual). En este marco, las fuerzas del orden implementaron una estrategia contrasubversiva que opuso el terror del Estado al de Sendero Luminoso, mientras las autoridades políticas optaron por mirar hacia otro lado y desentenderse del asunto.
Con la ventaja que da el tiempo, sabemos hoy que no hay nada que pueda justificar este tipo de prácticas. No solo por su naturaleza criminal; además, porque resultaron ineficaces para solucionar el problema. Con el correr de los años se entenderá que la población no era cómplice, sino víctima del terrorismo, y que, por lo tanto, había que establecer una alianza firme con ella. Entre otras lecciones, que ojalá hayamos aprendido.
Imágenes de La República
http://www.larepublica.com.pe/content/view/217033/483/
AUTOR : MARTIN TANAKA, BLOG VIRTU E FORTUNA
domingo, 11 de mayo de 2008
LA NOCION DE ACONTECIMIENTO
En la presente exposición me propongo tocar tres temas relacionados entre sí. Primero, caracterizar la época en que vivimos. Segundo, presentar la noción de acontecimiento como posibilitadora de una ampliación de horizonte, como afinando nuestra sensibilidad de manera de estar preparados para trascender el sentido común hoy hegemónico. Y el tercer tema es presentar un acontecimiento modelo. En este caso voy a hablar de la ruptura de la que insurge el discurso democrático en nuestro país. Me refiero a la idea de González Prada acerca de que el “verdadero Perú” está compuesto fundamentalmente de “indígenas”.
Con su frase “el búho de Minerva se lanza al vuelo al atardecer”, Hegel insinúa que solo podemos conocer una época en el momento en que esta comienza a perder vigencia. Por tanto las posibilidades de que la teorización guíe la acción política son muy relativas. Esta nota de cautela no está demás pues aunque muchas veces se ha anunciado la crisis o declive del neoliberalismo, es todavía cierto que vivimos dentro de su horizonte. Quizá, en todo caso, la noción de acontecimiento sea un augurio de que algo está cambiando, que probablemente estemos ya en el declive de su vigencia. Pero de hecho no tenemos certidumbres. La respuesta solo la tendremos en el futuro. Pese a todo, sin embargo, es posible apostar a que esta noción revele las brechas de la hegemonía neoliberal. Sea como fuere, es indiscutible que con el neoliberalismo se instauran maneras de pensar y sentir marcadas por el objetivismo, el gradualismo y el individualismo.
En su clásico libro Todo lo sólido se disuelve en el aire, Marshall Berman define al modernismo como “el intento que realizan los hombres y mujeres modernos por convertirse a la vez en sujetos y objetos de la modernización, asumir el control del mundo modernos y hacer de él su hogar”. Es difícil fechar con precisión la pérdida de fuerza del modernismo. Para Berman un hecho clave es el creciente prestigio del estructuralismo a principios de la década de los años setenta. Según este autor, el estructuralismo con su destierro del sujeto ofreció una suerte de coartada para los modernistas desilusionados. En efecto, con su énfasis en los procesos objetivos, el estructuralismo invisivilizaba la dimensión emancipatoria y creativa de la acción humana.
Quizá la cronología es más clara en el campo de política. Un primer hecho significativo es el golpe del general Pinochet, en 1973. Surge entonces el primer régimen que tiene un programa económico y social claramente fundamentado en el pensamiento neoliberal. En el mismo sentido, debe mencionarse el ascenso al poder de la señora Thatcher, en Inglaterra, en 1978; y, finalmente, la victoria de Reagan, en Estados Unidos, en 1980.
Esos triunfos políticos tienen como fundamento la crisis de las opciones social-demócratas y revolucionarias. Y, también, de otro lado, la creciente influencia del pensamiento de Von Hayek, que representa la principal inspiración de la escuela de economía de Chicago, espacio de donde emerge Milton Friedman como el divulgador más vigoroso del evangelio neoliberal.
Según Von Hayek, existiría una suerte de “orden natural” en la sociedad cuyo eje es el mercado. Toda intervención política es una interferencia que resta eficacia a los automatismos sociales. La economía es pues un orden espontáneo altamente eficiente. La libre iniciativa y la competencia garantizan, por sí solas, altas tasas de crecimiento económico y a la larga terminan por beneficiar a todos los miembros de una sociedad. Desde esta perspectiva, la globalización se define como un proceso ineludible al que solo queda someterse so pena de verse privado de los frutos del adelanto tecnológico. En consecuencia, la política deja de ser el espacio de la construcción de lo colectivo para convertirse en administración y estímulo a los mecanismos del mercado. Finalmente, la cultura ya no es más un medio de realización o desarrollo de los individuos sino la materia prima de una industria destinada a satisfacer la demanda de entretenimiento.
La crisis del modernismo no solo fue conceptual y política. En realidad, en mucho obedeció a la incapacidad para materializar un orden social alternativo. Lo que pueden tener en común los triunfos de Pinochet, Thatchet y Reagan es que ellos fueron precedidos por la crisis de las orientaciones social demócratas y revolucionarias. Llegó un momento en que éstas, por fenómenos como la inflación o el desorden social, dejaron de ser opciones creíbles de futuro. Fue entonces cuando el neoliberalismo se presentó como la única posibilidad abierta. Y, mientras tanto, las opciones modernistas se empecinaron en un estéril dogmatismo.
Si en el modernismo la realidad es concebida como una construcción social que puede alterarse en función de los deseos y la agencia de los individuos y colectividades, con el neoliberalismo se regresa a una suerte de naturalismo social. En este sentido, hay una clara continuidad entre el positivismo, el estructuralismo, y las actuales teorías de la globalización. Todas estos enfoquen se construyen sobre la llamada “muerte del sujeto”. En el mismo sentido, se impone una concepción gradualista del cambio social. La idea de ruptura o revolución pierde vigencia y en su reemplazo se entroniza la creencia en torno a lo molecular de los cambios sociales. Zizek dice que ahora es más fácil imaginar un cambio social a partir de un hecho natural y contingente, como puede ser la caída de un cometa o una pandemia viral, que como resultado de una acción política fundamentada en proyectos alternativos.
En todo caso es muy claro que con la cristalización del neoliberalismo comienza un debilitamiento de los vínculos sociales. Un aumento radical del miedo y la desconfianza. Mientras que en la época modernista predominaba un sentimiento de esperanza, ahora sucede lo mismo con el miedo. El catálogo de los miedos actuales es prácticamente interminable: miedo al otro, y por tanto proliferación de rejas, cercos y personal de seguridad. Todo ello con la consiguiente fragmentación de los tejidos sociales y el aislamiento de los individuos, y, también, con la competencia, la envidia y la desconfianza hacia el otro. Tampoco hay que olvidar, desde luego, el miedo al futuro (calentamiento global, choque de civilizaciones), el miedo a la enfermedad (SIDA, cáncer), y el miedo a la pobreza.
En cualquier forma, lo característico de esta época son las altas tasas de crecimiento económico, acompañadas sin embargo de una concentración cada vez mayor del ingreso. De manera paralela hemos sido testigos del vaciamiento ideológico de la política y de la caída de muchos ideales. En su reemplazo ha emergido la exigencia de goce como la consigna con la que somos invitados a vivir de manera de evitar el aburrimiento producido por la precarización de las creencias y los deseos. Situación que es el caldo de cultivo de las depresiones que son las “enfermedades del alma” características de esta época. Antes de terminar este esbozo de nuestra época quisiera evitar la impresión de nostalgia pues, en definitiva, el neoliberalismo se nutre de los impasses del modernismo. Llegó un momento en que desde su horizonte se hizo evidente la imposibilidad de imaginar un futuro. Además sus mandatos resultaron con frecuencia opresivos pues, lejos de favorecer la liberación de los individuos, se convirtieron en exigencias de sacrificios infecundos. Finalmente, hay mucho que recoger y aprender de la época neoliberal. Pero este es ya otro tema.
II.
La noción de acontecimiento es elaborada por Alan Badiou en un libro, publicado en 1988, cuyo título es precisamente El ser y el acontecimiento”. Es claro que la fecundidad de un concepto se revela por su capacidad para hacer visibles hechos que se escapan al sentido común. En concreto, en este caso, la noción del acontecimiento (re)introduce, en la época de auge del neoliberalismo, ideas subversivas como la importancia del azar, el rol activo de los sujetos y la relevancia de las rupturas. Se trata, en suma, de recuperaciones que no implican un retorno a la letra del modernismo pero si a mucho de su espíritu. Quizá lo más novedoso sea su valoración de lo contingente e imprevisible pues ahora nos resulta claro que el modernismo de los años 60 estaba demasiado confiado en la existencia de una dinámica objetiva que impulsaría la liberación humana. Ahora, en cambio, no estamos seguros de nada de manera que, con Badiou, solo queda apostar, estar listos, para lo inesperado del acontecimiento.
Ahora bien, la idea de sujeto recupera la posibilidad de una agencia humana; pero no lo hace desde la vieja perspectiva sartreana de una entidad soberana y constituyente sino en una nueva versión donde el sujeto es razonado como surgiendo del mismo acontecimiento. Es así que para Badiou un sujeto se define ante todo por la fidelidad a una verdad que se pone en evidencia en la ruptura que significa el acontecimiento. Ocurre que el acontecimiento surge desde el trasfondo invisibilizado de una situación. Desde aquello que, en la lógica hegemónica, no debería existir, pero que se revela de una manera súbita e impredecible. Todo orden o estructura es pues más precario de lo que parece. Alberga en su seno virtualidades negadas que en algún momento pueden irrumpir, abriendo posibilidades alternativas.
Un acontecimiento es “una singularidad universal”. Un hecho que, aunque esté anclado en una historia particular, implica algo válido para todos. El acontecimiento subvierte la hegemonía o sistema de creencias de manera que se vuelve a hacer palpable el vacío primordial de la condición humana, su falta de metas u objetivos predeterminados, el hecho de que el sentido es siempre una construcción intersubjetiva. Pero junto con el vacío aparece una verdad universalisable, un camino potencialmente abierto a todos. Para Badiou el ejemplo paradigmático de un acontecimiento es la prédica de San Pablo. Es decir, la elaboración del universalismo cristiano. No se necesita ser hombre o mujer, rico o pobre, joven o viejo, amo o esclavo, todos estamos invitados a vivir la buena nueva: la resurrección de Jesucristo es prueba y anuncio de la vida eterna para todos los seres humanos. Este mensaje cala hondo en una sociedad donde la entrega a la sensualidad del goce ha terminado por producir un vacío espiritual.
Esa dimensión oculta o abisal de la que surge el acontecimiento se manifiesta en el malestar subjetivo, en la insatisfacción no expresada que se acumula en una situación. Ahora bien, si entendemos una situación como una estructura que no es todo lo que existe, entonces tenemos que concluir que allí, en esa situación, esta presente algo más, un exceso no integrado de donde justamente surgen esas novedades que son los acontecimientos.
Para Badiou, los acontecimientos surgen en distintas esferas de la vida. En el campo de la política, del arte, la ciencia, y de la propia vida. Este último caso es el del amor. El sujeto se afirma, dilata su potencia de existir, en la medida en que es fiel a ese acontecimiento que apertura un nuevo horizonte de significados. De lo contrario, el acontecimiento se diluye, acaso, si dejar rastro.
En todo caso, el interés de esta noción está en reintroducir las ideas de sujeto, ruptura y comunidad, exiliadas de lo pensable por la hegemonía neoliberal. Es sintomático que este concepto haya sido elaborado por un autor que, como Badiou, pretendió ser fiel a las ideas dominantes de los años sesenta. No obstante, se trata de una fidelidad relativa ya que antes que la letra, Badiou recupera el espíritu libertario de esa época, tratando de actualizarlo para los tiempos de descreimiento y escepticismo que actualmente corren.
Desde luego que este concepto puede ser criticado de distintas perspectivas. Para empezar, ¿no será la noción de acontecimiento una secularización de la idea de milagro? ¿No justificara entonces una espera optimista pero pasiva? De otro lado, ¿no podríamos acaso hablar de acontecimientos negativos, en el sentido de hechos que disminuyen la potencia del ser, la capacidad de autopoiesis o desarrollo de los seres humanos? Finalmente, la idea de que el acontecimiento “ocurre” es problemática puesto que, como lo ha señalado el mismo Badiou, es necesario que el acontecimiento sea “nombrado”, que se le otorgue un significado definido para que despliegue el conjunto de sus posibilidades.
En síntesis, la noción de acontecimiento contiene intuiciones valiosas que es preciso desarrollar. Surge en un “periodo de transición”, marcado por lo insatisfactorio que resulta para muchos la dupla capitalismo globalizador – reinvindicación de particularidades; es decir, en medio del capitalismo multicultural que no llega a producir un horizonte donde esté presente la aspiración a un desarrollo humano. En esta coyuntura, la noción de acontecimiento induce una actitud de esperanza, nos invita a pensar que lo dado no es natural ni eterno y que algo mejor (o peor) puede sobrevenir. O, como dice Zizek, trata de preservar el altar aún cuando no sepamos cual es el dios que vendrá a ocuparlo.
III.
El ejemplo de acontecimiento que me gustaría presentar es el “Discurso del Politeama”, texto escrito por Manuel González Prada en 1888. Este discurso representa una ruptura radical con la tradición criolla y abre un nuevo horizonte para imaginar al Perú. A partir de ese momento es posible pensar que la tradición criolla es etnocéntrica pues niega al mundo indígena.
Ricardo Palma, el articulador de la consciencia criolla, considera que la guerra con Chile se perdió por culpa de los indios. En las batallas decisivas de Chorrillos y Miraflores, los batallones de indígenas habrían corrido sin disparar un tiro. Entonces desde su perspectiva, la criolla, no hay una salida visible para el Perú. Se instituye entonces un temple pesimista y nostálgico. La perspectiva de González Prada es muy distinta. Los indios lucharon contra el ejército chileno aún cuando lo hicieran en función de lealtades personales para con sus hacendados, casi sus dueños. Ellos los trajeron a Lima como carne de cañón. Entonces, más que a la cobardía de los indios, la derrota obedece a la improvisación y diletantismo de los criollos. En realidad, es curioso que Palma esperara que los indios se identificaran con un país que los excluía. Su valoración resulta totalmente injusta. Está saturada de racismo. En efecto, si se considera que los indios deberían haber ofrendado sus vidas sin saber la razón de su sacrificio, es porque se considera que ellos no solo son “propiedad común” de los criollos sino que además son “brutos”. Es decir, son pensados como seres que por su misma inferioridad tienen deberes sin tener derechos.
Frente a este sentido criollo dominante es que tiene aquilatarse la novedad del discurso de González Prada. Esta novedad es identificable en dos afirmaciones fundamentales.
La primera es: “I, aunque sea duro i hasta cruel repetirlo aquí, no imajinéis señores, que el espíritu de servidumbre sea peculiar a sólo el indio de la puna: también los mestizos de la costa recordamos tener en nuestras venas sangre de los súbditos de Felipe II mezclada con los súbditos de Huayna-Cápac. Nuestra columna vertebral tiende a inclinarse.”
Y la segunda, la más decisiva, es la siguiente: “No forman el verdadero Perú las agrupaciones de criollos i estranjeros que habitan la faja de tierra situada entre el Pacífico i los Andes; la nación está formada por las muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera.”
Desde luego que estas dos afirmaciones tienen antecedentes en la obra de González Prada. No obstante, ellas representan un acontecimiento en la medida en que rompen con la “mala conciencia” criolla revelando la verdad escondida de la sociedad peruana. Con “mala conciencia criolla” me refiero a un sentimiento de culpa o inautenticidad que se instala tempranamente en el mundo colonial, entre los sectores dominantes. La causa de este sentimiento está en lo que debería llamarse la “corrupción colonial del evangelio”. Es decir, en el hecho de que el mensaje cristiano de que todos somos hijos de Dios fuera distorsionado en función de inferiorizar al indio y justificar su dominación. En efecto, al indígena se le adjudicó una humanidad disminuida por una supuesta tendencia al paganismo y la idolatría. Para los espíritus más sensibles la contradicción entre los ideales cristianos y la realidad de explotación inmisericorde sobre el indígena, era una fuente de constante desasosiego. Con la república, el mundo criollo, pese a su condición de absoluta minoría, se definió como el germen de la nación peruana. Y en esta definición, lo más importante era la ruptura con lo indígena. Es decir, los criollos se imaginan a sí mismos como señores y a los indígenas como siervos.
En contra de esta doble impostura es que reacciona González Prada. Él es un criollo “culposo”, que sabe perfectamente la “mentira” que perpetúa la servidumbre indígena. Y de otro lado, se da cuenta de que una de las raíces de la tradición criolla es precisamente la negada cultura andina. Su discurso llama, por tanto, a asumir como propio lo negado. Y, entonces, a tomar conciencia de que el Perú es básicamente un país andino. De esta manera se abre una posibilidad de imaginarse como nación que será retomada por Mariátegui y Arguedas. Tenemos entonces un acontecimiento que implica una alternativa al pesimismo nostálgico de la tradición criolla.
AUTOR: GONZALO PORTOCARRERO
PROFESOR DE CIENCIAS SOCIALES PUCP.
jueves, 8 de mayo de 2008
TESIS SOBRE EL RACISMO
Aunque no tenga un significado preciso la palabra “racismo” denuncia el fenómeno que designa. Es decir, hace visible y critica la vigencia de un espíritu antidemocrático. La actitud que clasifica y valora a las personas no según sus méritos y logros sino de acuerdo a su apariencia física. La generalización de este vocablo ha permitido poner en evidencia el trasfondo colonial de la sociedad peruana, convirtiendo en sentido común la idea de que la discriminación es una realidad que nos aleja del sentimiento de conciudadanía que es el verdadero fundamento para la prevalencia de la ley y para posibilitar una acción colectiva de veras fecunda.
Pero la cuestión del racismo es polémica. Entonces conviene delimitar lo que podría llamarse un consenso mínimo. Para ello propongo seis puntos. Primero: el racismo es un criterio entre otros para clasificar a las personas. La valoración social de un individuo depende de una síntesis de factores entre los que la apariencia física es sólo uno de ellos y no es el definitivo. Alguien puede ser muy estimado por sus educación, arreglo personal, nivel económico aunque sus rasgos no sean los más prestigiosos. Y a la inversa: alguien de muy “buen aspecto” puede ser menos valorado por su falta de educación o pobreza. Segundo: el racismo tiene en la actualidad un fundamento “estético”. Es decir la persona de rasgos blancos es más valorada porque nos parece más bella. El discurso publicitario nos enseña a preferir esos rasgos. De allí que nos esforcemos por parecer más blancos de lo que realmente somos. Nos pintamos el pelo o, por ejemplo, si ya somos morenos, evitamos exponernos al sol. O soñamos con el muchacho o la muchacha blanca y rubia que es nuestro modelo de deseabilidad social. Tercero: el racismo implica un entramado complejo de sentimientos. Desde lo blanco y “superior”: desprecio y ninguneo pero también culpa. Desde lo más oscuro e “inferior”: envidia, resentimiento, admiración. Cuarto: en el Perú el mestizaje es sustancial pero paradójicamente la mezcla no implica la desaparición del racismo. Es decir en nuestro país la mayoría de la gente no tiene una apariencia racial marcada. Lo que tenemos es una gradiente que va de lo más occidental a lo más cholo. Entonces tenemos una suerte de racismo “personalizado”. En un contexto una persona puede ser considerada como blanca y muy deseable, pero en otro contexto esa misma persona puede ser apreciada como impostada y “huachafa”. Todo depende de quien tengamos al frente. Quinto: el racismo está disminuyendo a medida en que tomamos conciencia de su efecto depresivo sobre nuestra autoestima y aprendemos a resistir el colonialismo que nos subyuga. Ha comenzado a surgir una belleza chola. Es así que la “gente de la farándula” ya no necesita disfrazarse para resultar atractiva. Sexto: pese a todos los avances el racismo persiste especialmente en la negación de derechos de la población rural andina. La evidencia dolorosa y contundente es lo poco que importan las casi 70,000 personas que murieron a causa del conflicto interno.
En resumen el racismo pone en evidencia la matriz colonial de la sociedad peruana, la falta de solidaridad, la debilidad de los vínculos sociales y, conjugado con la globalización, facilita el predominio de un individualismo cínico y transgresor.
AUTOR: GONZALO POTOCARRERO,
PROFESOR DE SOCIOLOGIA ,EN LA UNIVERSIDAD CATOLICA DEL PERU.miércoles, 7 de mayo de 2008
UNA MODERNIDAD "LIQUIDA"; CUANDO TODO LO SOLIDO SE DESVANECE
AUTOR: FELIPE PORTOCARRERO SUAREZ
D.Phil en Sociologia,OXFORD UNIVERSITY, Ex director del centro de investigacion y presidente
del fondo editorial de UNIVERSIDAD DEL PACIFICO. APUNTES ECONOMICOS ,3/27/2008